Ray Kurzweil no es un nombre desconocido en el mundo de la futurología. A lo largo de su dilatada carrera, el actual director de ingeniería en Google ha cultivado una reputación casi mítica gracias a su capacidad para anticipar revoluciones tecnológicas antes de que siquiera fueran imaginables. Mucho antes de que internet transformara nuestra vida cotidiana o de que los smartphones inteligentes se convirtieran en extensiones de nuestra mano, Kurzweil ya hablaba de su llegada como una certeza inevitable.
Ahora, su mirada va aún más lejos. En sus últimas predicciones, el futurólogo apunta hacia uno de los temas más ambiciosos y polémicos de todos: la inmortalidad humana y la fusión definitiva entre hombre y máquina.
Ray Kurzweil: el visionario que anticipó internet y el iPhone ahora predice la inmortalidad humana
Kurzweil no se ha ganado su estatus por simple entusiasmo futurista. Sus aciertos son numerosos y documentados. Más allá de prever el boom de internet o la aparición de dispositivos como los iPhone, en 1997 adelantó que las máquinas superarían a los humanos en el ajedrez.
Apenas unos meses después, Deep Blue, el superordenador de IBM, derrotaba al campeón mundial Garry Kasparov, marcando un hito que cambiaría para siempre nuestra percepción de la inteligencia artificial. Lejos de conformarse, Kurzweil sigue dibujando futuros en los que los límites de lo posible se desdibujan.

En su último libro, La singularidad está más cerca, el pensador plantea un horizonte que parece sacado de la ciencia ficción: según sus cálculos, la inmortalidad humana podría ser alcanzable en torno al año 2030. Kurzweil sostiene que la combinación de nanorobots médicos y los avances en biotecnología no solo permitirá ralentizar el envejecimiento, sino también revertirlo, abriendo la puerta a una vida sin fecha de caducidad.
Sus ideas más impactantes van aún más allá. Kurzweil vaticina que en 2045 la inteligencia artificial superará de manera definitiva a la inteligencia humana, provocando una fusión directa entre nuestro cerebro y las redes digitales. Habla, incluso, de una "resurrección tecnológica", en la que sería posible recrear a los fallecidos a través de simulaciones digitales o reconstrucciones físicas, diluyendo así las fronteras entre la vida y la muerte, la realidad y la simulación.
Como era de esperar, no todos los expertos comparten el entusiasmo —ni la confianza— en los escenarios que plantea Kurzweil. Mientras parte de la comunidad científica valora su capacidad para anticipar tendencias y consideran plausibles ciertas partes de su visión, no son pocos los que señalan los enormes riesgos éticos, sociales y económicos que implicaría una transformación tan radical de la humanidad.
Sea como sea, la posibilidad de una inmortalidad tecnológica plantea cuestiones inquietantes sobre la equidad en el acceso a estas innovaciones y sobre el desequilibrio que podría acentuarse entre diferentes sectores de la sociedad. ¿Quién tendría derecho a una vida eterna? ¿Quién controlaría las conciencias digitalizadas?