Las galletas han formado parte de la dieta infantil en España desde la segunda mitad del siglo XX, asociadas a la nutrición y el progreso alimentario. Sin embargo, lejos de ser un alimento saludable, su consumo excesivo plantea serios problemas nutricionales y complicarnos aún más nuestro equilibrio interior.
No, las galletas no son saludables pero la industria alimentaria sí quiere vendernos esa idea con marcas y productos pensados para ello
Desde hace décadas, las galletas han sido percibidas como una opción aceptable dentro de la bollería. Se incluyeron en la alimentación infantil como complemento a la leche, y su popularidad creció en paralelo a la industrialización de los productos procesados. Hoy, con un mercado saturado de opciones ultraprocesadas, su perfil nutricional genera preocupación entre los expertos en salud. El principal problema radica en su composición: harina refinada, grasas de baja calidad y azúcares.
Según la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), el consumo de azúcares libres debe reducirse al mínimo, ya que está vinculado a enfermedades metabólicas como la diabetes tipo 2 y la obesidad. La Organización Mundial de la Salud (OMS) también desaconseja la ingesta habitual de productos con un alto índice glucémico y pobre valor nutricional. Ante la presión de las organizaciones y de las preocupaciones de los propios consumidores, la industria ha reaccionado con estrategias de reformulación y marketing.
Se han introducido versiones “integrales” que, en muchos casos, contienen proporciones insignificantes de harina integral. Tampoco existe una normativa clara que regule la cantidad mínima de este ingrediente para que el producto sea realmente integral. Del mismo modo, la sustitución de azúcares por edulcorantes no mejora la calidad nutricional del producto, ya que estos pueden alterar la respuesta metabólica del organismo.
![Galletas y salud](https://media.vandal.net/i/620x620/1-2025/29/20251291721293_2.jpg)
Otro aspecto clave es el etiquetado nutricional. Algunas marcas incluyen declaraciones de beneficios para la salud, como la reducción del colesterol, debido a la presencia de betaglucanos de avena. Sin embargo, para obtener el beneficio real, la ingesta diaria de galletas implicaría un aporte excesivo de calorías y azúcares. La Fundación Española del Corazón ha sido criticada por avalar productos con estas declaraciones sin un análisis riguroso de su impacto real en la dieta.
El concepto de “digestive” es otro ejemplo de ambigüedad. No existe una regulación que respalde propiedades digestivas en este tipo de galletas, pero el término sigue utilizándose, induciendo a error al consumidor. Según el Reglamento Europeo 1169/2011 sobre información alimentaria, cualquier denominación que pueda llevar a una interpretación errónea sobre las propiedades de un alimento es cuestionable desde el punto de vista legal. Pero así estamos: pasan los años y las galletas digestive se han convertido en un recurrente en multitud de dietas y están muy presentes en el día a día de millones de consumidores.
![Galletas y salud](https://media.vandal.net/i/620x465/1-2025/29/20251291721293_3.jpg)
Ante este panorama, la opción de elaborar galletas caseras como alternativa “saludable” tampoco es una solución real. Aunque la repostería casera permite un mayor control de los ingredientes, sigue tratándose de un producto con alto contenido calórico y escaso valor nutricional. Además, el uso de miel, azúcar moreno o panela no disminuye el impacto negativo de los azúcares libres. En definitiva, las galletas, sean industriales o caseras, deben consumirse con moderación. La percepción de que algunas variedades son más saludables que otras es en gran parte una estrategia de marketing. La recomendación de los expertos en nutrición -como en el caso del pan- es clara: cuanto menos, mejor.