La sociedad, a lo largo de su historia, ha mostrado una curiosa inclinación a demonizar cualquier novedad en el mundo del entretenimiento. Redes sociales, videojuegos y, si miramos aún más atrás, incluso las novelas, han sido señaladas como una amenaza para las buenas costumbres. Sin embargo, pocas de estas cruzadas resultan tan absurdas como la campaña contra dos pasatiempos aparentemente inofensivos: los ositos de peluche y los crucigramas.
El origen del oso de peluche: símbolo presidencial y enemigo público
Todo comenzó con una noticia que en su día causó sensación. El presidente estadounidense Theodore Roosevelt fue protagonista de una cacería de osos que terminó de forma inesperada. Sus ayudantes ataron a un pequeño oso a un árbol para que Roosevelt lo cazara, pero el presidente rechazó disparar por considerarlo antideportivo. Esta historia inspiró la creación del "Teddy Bear", el juguete favorito de los niños estadounidenses.
La polémica insospechada del Teddy Bear
A pesar del éxito del osito, no faltaron las voces críticas. Un sacerdote inició una cruzada contra el juguete, afirmando que las niñas estaban perdiendo sus instintos maternos al preferir abrazar un oso de peluche en lugar de jugar con muñecas. "Nada más repugnante que una niña besando un pseudo animal", sentenció. Por suerte, la alarma social fue breve y dio paso al siguiente "peligro": los crucigramas.
El auge y caída de los crucigramas como amenaza nacional
En 1913, el diario New York World decidió elevar la dificultad de los crucigramas, atrayendo a un público adulto y convirtiendo el pasatiempo infantil en un fenómeno nacional. Otros periódicos, como el New York Times, criticaron con dureza este nuevo entretenimiento, calificándolo de "locura nacional" y "desperdicio de tiempo". Según ellos, los trabajadores estaban perdiendo productividad por su obsesión con resolver rompecabezas.
Adicción y redención del crucigrama
No tardaron en aparecer médicos que alertaban de ciudadanos "adictos a los crucigramas", incapaces de concentrarse en sus labores. Con el tiempo, las críticas se desvanecieron y el crucigrama se consolidó como un pasatiempo ideal para escapar del estrés cotidiano. Incluso los medios más críticos acabaron sucumbiendo a su éxito, adoptándolo en sus propias publicaciones.
Un patrón que se repite
Hoy, los crucigramas y los ositos de peluche son elementos entrañables de nuestra cultura. Lo que en su momento se presentó como un peligro, no era más que el reflejo de los temores de la época. La historia nos enseña que siempre habrá una innovación en el punto de mira, y que el ciclo del miedo a lo nuevo es constante. Solo queda esperar cuál será el próximo "gran peligro" del que nos advertirán.