Análisis Final Fantasy XVI, la fantasía final más oscura y espectacular (PS5, PC)
Final Fantasy XVI no es tan solo la nueva entrega numerada de una de las sagas más veteranas, icónicas e importantes de la industria. También es el juego que tiene la responsabilidad de devolverle el lustre que ha ido perdiendo en los últimos años con sus tropiezos más recientes. De volver a enamorar tanto a los jugadores de toda la vida como a aquellos que nunca se han atrevido a darle una oportunidad. De llegar a lo más alto y de convertirse, una vez más, en todo un referente.
Por eso, Square Enix ha tirado la casa por la ventana y ha juntado a un auténtico equipo de estrellas y leyendas del sector que cuenta entre sus principales responsables con nombres como Naoki Yoshida (productor), Hiroshi Takai (director), Ryota Suzuki (director de combate), Kazuya Takahashi (diseñador de personajes) o Masayoshi Soken (compositor), cuyo esfuerzo por hacer de esta la mejor obra posible nos quedó muy patente desde el mismísimo día en el que se anunció.
Ahora, con el producto final en nuestras manos y tras haberlo jugado de cabo a rabo, podemos confirmar que, aunque sigue quedándose un par de peldaños por detrás de las vacas sagradas de la saga, esta vez sí que hemos disfrutado de un gran videojuego que nos ha regalado, además de un protagonista inolvidable y un mundo fascinante, algunas de las batallas más espectaculares y sorprendentes que hemos vivido nunca en este apasionante hobby.
El viaje de Clive Rosfield
Su historia nos lleva a Valisthea, un mundo de fantasía medieval en el que diversas naciones pugnan por mantener el control de los Cristales Madre, gracias a los cuales sus habitantes pueden manipular el éter para realizar magia incluso si no poseen dicho don de forma natural. Con un recurso tan importante en juego, lo lógico sería pensar en un cruento conflicto que implique a todas las facciones de este universo, pero lo cierto es que hay algo que, durante muchísimo tiempo, ha evitado que estalle una guerra abierta: la existencia de los Dominantes, personas en cuyo interior reside un Eikon (el equivalente a las invocaciones de otras entregas), unos seres gigantescos e increíblemente poderosos capaces de arrasar ejércitos y ciudades enteras en un abrir y cerrar de ojos.
A pesar de esta guerra fría en la que nadie se atreve a mover ficha por temor a las repercusiones que podría conllevar una batalla entre dos o más Eikon, el avance de las tierras estigias, territorios marchitos sin éter ni vida, acaba forzando la situación hasta que finalmente estalla un inevitable y sangriento conflicto bélico que sirve como telón de fondo para una historia que empieza con muchísima fuerza, pero que no nos ha terminado de convencer en su recta final.
Nosotros encarnaremos a Clive Rosfield, un joven noble que emprende un viaje de venganza para dar muerte al asesino de su hermano, así que recorreremos toda Valisthea viviendo todo tipo de aventuras en las que no faltarán los monstruos clásicos de la saga, espectaculares batallas contra poderosísimos rivales y momentos tremendamente épicos que nos dejarán con la boca abierta.
En lo puramente narrativo, la primera mitad de esta odisea es prácticamente perfecta, tanto por lo que nos cuentan como por el cómo lo hacen. Es capaz de presentarnos y desarrollar un mundo apasionante tratando siempre con muchísimo respeto al jugador y sin caer en la tan temida sobreexposición de conceptos, confía en que vayamos asimilando poco a poco sus reglas, no hace trampas y juega muy bien con todos sus elementos para construir un universo sólido y con personalidad del que siempre vamos a querer saber más.
Todo esto lo combina con un tono muchísimo más oscuro y adulto de lo que viene siendo habitual en la serie y que no esconde su inspiración en Juego de Tronos (algo admitido por sus propios responsables), lo que, a su vez, ha permitido crear un relato en el que se tratan temas muy interesantes e increíblemente delicados, donde no faltan momentos de extrema crueldad y que nos hará temer por la vida de todos y cada uno de los personajes, ya que no tardarán en dejarnos claro que la piedad no es algo que sobre en una sociedad deshumanizada y marcada por la guerra y el odio irracional hacia todo aquel que sea diferente.
Sumadle un conflicto geopolítico y social muy bien escrito, y entenderéis lo mucho que nos ha costado despegarnos del mando durante sus primeras 20 horas. Sin embargo, los problemas empiezan, irónicamente, cuando el título se acuerda de que esto es, ante todo, un Final Fantasy, y cambia ese tono realista y serio repleto de intrincados complots, inesperadas traiciones y estrategias bélicas por uno mucho más alocado e influenciado por el shonen que no termina de casar nada bien con lo que nos habían narrado previamente, precipitando acontecimientos, concluyendo arcos de personajes de forma poco satisfactoria y cayendo en casi todos los tópicos del género.
Realmente, el denominador común de estos problemas lo tenemos en el gran villano de la función, carente de cualquier tipo de carisma y cuya historia y motivaciones echan por tierra todo lo que el juego había construido con tantísimo mimo y cariño. Sin duda, uno de los peores antagonistas de la saga.
Por suerte, la otra cara de la moneda la tenemos en Clive, quien se ha convertido en uno de nuestros héroes favoritos. Puede que al principio os parezca el típico héroe sombrío, atormentado y con dificultades para expresarse, pero nada más lejos de la realidad. Es un personaje de buen corazón, que cae bien, que es capaz de hacer comentarios muy ingeniosos y de relacionarse con los demás con total naturalidad, que se desvive por sus seres queridos, que no duda en rebelarse contra las injusticias del mundo para buscar un futuro mejor y que tiene una evolución magistral a lo largo de toda la aventura. Probablemente, lo mejor que podemos decir de él es que es un protagonista tan bueno y carismático que ha sido capaz, él solo, de mantener nuestro interés en la trama principal incluso cuando esta alcanzaba sus puntos más bajos.
Un sistema de combate brillante
Centrándonos ya en lo que es su jugabilidad, nos encontramos ante un juego de rol que apuesta de forma decidida por la acción pura y dura para sus combates. Es decir, aquí no vais a encontrar turnos, sistemas híbridos ni nada que se le parezca, por lo que todo los encuentros los resolveréis realizando combos, lanzando magias, ejecutando potentes habilidades y esquivando los ataques de los enemigos en tiempo real.
La buena noticia es que el sistema de combate es sensacional y funciona de maravilla, permitiéndonos disfrutar de unos enfrentamientos divertidísimos, muy espectaculares y con una puesta en escena de lujo. Para luchar contaremos con un botón para atacar cuerpo a cuerpo y realizar un combo básico, otro para lanzar hechizos a distancia, uno más para esquivar, otro más para la acción única de nuestro Eikon y un último para saltar.
La cosa se complica en el momento en el que nos damos cuenta que podemos tener equipados hasta tres Eikon entre los que podemos alternar en tiempo real incluso durante un combo y que cada uno de ellos tiene su acción única particular (como bloquear golpes o atraer enemigos) y dos técnicas asignadas que tardan unos segundos en recargarse tras ser usadas. Por supuesto, también contaremos con una barra de Límite que nos permitirá potenciarnos y curarnos durante unos instantes para realizar combos mucho más largos y dañinos.
A todo lo comentado debemos sumarle la posibilidad de ejecutar contraataques si esquivamos en el instante en el que vamos a ser golpeados, diversas técnicas avanzadas como provocar un choque con el rival para romper su guardia y ralentizar el tiempo, y la existencia de un medidor de postura que al ser reducido a cero hará que los enemigos más fuertes queden aturdidos y sufran más daño. Hasta podemos darle órdenes a Torgal, nuestro perro, para que realice ataques cuando lo precisemos y nos ayude a alargar nuestros combos.
Lo mejor es que todo esto funciona increíblemente bien y difícilmente podría ser más satisfactorio a los mandos. Antes de que nos demos cuenta estaremos desatando espectaculares combinaciones de golpes básicos y técnicas especiales mientras alternamos nuestros Eikon al vuelo, castigamos a nuestros enemigos con frenéticos combos terrestres y aéreos, y esquivamos de manera instintiva las poderosas ofensivas de nuestros adversarios. La sensación de impacto es insuperable, la cámara siempre se posiciona de maravilla para seguir la acción y los controles responden con precisión absoluta, consiguiendo que combatir siempre sea una experiencia muy placentera y gratificante.
Por si no fuese suficiente, los patrones de ataque de los enemigos más fuertes son fantásticos, por lo que siempre son capaces de ofrecernos unas batallas muy emocionantes y divertidas en las que no podemos quedarnos quietos ni un segundo y donde tendremos que estar muy atentos a las habilidades que van a usar contra nosotros para saber cómo reaccionar, las cuales se indican al más puro estilo Final Fantasy: con su nombre en la parte superior de la pantalla.
Aquí destacan, sobre todo, los jefes. Hay muchísimos y todos ellos nos han parecido una auténtica maravilla: son variadísimos, tienen multitud de fases distintas, su puesta en escena es espectacular y siempre hacen que la épica suba a niveles insospechados, por lo que se han convertido, de largo, en nuestra parte favorita del juego.
Además, no podemos olvidarnos de los duelos entre Eikon, ya que habrá partes en las que tengamos que controlar a una de estas bestias gigantes para enfrentarnos a otra. Aunque las primeras abusan demasiado de QTE (un recurso usado de forma muy marginal en el resto de la aventura) y son extremadamente básicas en lo jugable, a medida que avancemos en la historia se van complicando y su jugabilidad se va asemejando más a la de Clive.
Estos enfrentamientos suponen los momentos culmen de la trama principal, auténticos hitos en los que seremos testigos del descomunal poder del que hacen gala estos seres, algo que en lo jugable se traduce en unas batallas larguísimas, increíblemente épicas y tremendamente exageradas que nos han llegado a recordar a cosas como Asura’s Wrath, Dragon Ball o Tengen Toppa Gurren-Lagann. Además, su desarrollo está siempre repleto de sorpresas y tan pronto estaremos dándonos de tortas como si fuese un juego de lucha que volando y disparando al más puro estilo shoot ‘em up, por mencionar tan solo un par de ejemplos de lo que os espera.
Siendo más concretos, hay dos combates de este tipo que pueden presumir de ser lo más espectacular y bestia que hemos jugado hasta la fecha en un videojuego, llegando a alcanzar tal clímax en el ecuador de la aventura que todo lo que vino luego nos supo incluso a poco a pesar de que el nivel siguió siendo altísimo.
Las únicas quejas que tenemos con las batallas radican en la ausencia total de un factor estratégico y en la nula dificultad de su primera vuelta. A diferencia de lo que viene siendo habitual en la serie, aquí no existen conceptos como estados alterados o resistencias y debilidades elementales, por lo que nunca tendremos que seguir un plan de batalla o variar la forma en la que planteamos los duelos dependiendo de la criatura a la que nos enfrentemos. Por ejemplo, el Aliento Fétido de los Molbol ha pasado a ser un simple ataque más que solo hace daño, pero que no temeremos como antaño al no podernos provocar ninguna afección, y los Bom pueden ser destrozados a base de ataques de fuego, los cuales nos resultarán casi igual de efectivos o más que los de hielo. Es decir, nuestra única preocupación será esquivar, usar habilidades y realizar combos, ya que ni siquiera tendremos un grupo de personajes que gestionar o una barra de puntos de magia que nos limite.
Sobre el tema de la dificultad, al principio tendremos dos modos entre los que escoger, Historia y Acción, que vienen a equivaler a Fácil y Normal respectivamente. Por desgracia, en Acción no solo no hemos muerto ni una sola vez (ni hemos estado cerca de hacerlo), sino que casi no hemos necesitado usar pociones para curarnos, ya que usando el Límite con algo de cabeza solía bastarnos para recuperar la poca vida que nos quitaban cuando conseguían impactarnos. Solo nos han obligado a jugar en serio cuando nos enfrentamos a dos jefes opcionales que nos sacaban más de 10 niveles y aun así cayeron a la primera. Por suerte, el sistema de combate es tan divertido y las peleas están tan bien diseñadas y planteadas que esta falta de reto suele pasar a un segundo plano para dejar que la épica y el espectáculo brillen por encima de todo lo demás, aunque no habría estado de más tener algún modo más exigente de inicio.
De todas formas, esto no significa que no vayáis a encontrar desafíos con los que poneros a prueba. Una vez finalizada la aventura, desbloquearemos el modo Nuevo Juego+, el cuál trae consigo una nueva dificultad llamada Final Fantasy que nos permitirá subir hasta el nivel 100 y conseguir nuevas armas y equipamiento con los que seguir mejorando a nuestro personaje a cambio de enfrentarnos a enemigos mucho más fuertes. Lo interesante es que no solo hablamos de rivales más poderosos, sino que la colocación de las criaturas también cambia muchísimo, lo que propicia combinaciones de adversarios mucho más interesantes y divertidas que las de la primera partida. En general, no creemos que la dificultad sea demasiado alta, pero sí que es un modo en el que los errores se pagan más caros y donde hemos tenido que usar pociones con cierta frecuencia para no morir, además de habernos obligado a jugar prestando mucha atención a lo que hacíamos.
Eso sí, el desafío definitivo lo encontraréis en las Ordalías, unos retos de combate contrarreloj muy exigentes que en su dificultad máxima (se desbloquea en Nuevo Juego+) os van a hacer sudar de verdad. Además, las fases principales de la historia se pueden repetir con un modo arcade que usa un sistema de puntuación al más puro estilo Devil May Cry o Bayonetta y conseguir el rango S en todas ellas, especialmente en el nivel más alto, es algo que solo va a estar al alcance de los jugadores más habilidosos.
Un mundo desangelado que no invita a la exploración
Como veis, como juego de acción, Final Fantasy XVI es brillante y todo lo relacionado con los combates nos ha encantado, aunque llegados a este punto probablemente os estaréis preguntando qué tal funciona como aventura de rol. Lamentablemente, es aquí donde más flojea esta fantasía final.
Esta vez el título se estructura en dos tipos de secciones diferentes: las fases de historia y las zonas abiertas. Las primeras son, a efectos prácticos, niveles lineales de un hack and slash donde solo tendremos que avanzar por un único camino liquidando los enemigos y jefes que se vayan interponiendo a nuestro paso mientras numerosos vídeos van desarrollando la historia. Tienen un diseño extremadamente básico y simplón que nos ha recordado inevitablemente a Final Fantasy XIII y más allá de algún que otro pequeño desvío que nos lleva a un camino sin salida con algún cofre, no encontraréis nada para hacer más allá de combatir una oleada tras otra. Por suerte, las batallas, los jefes y el ritmo del que hace gala la historia en estas fases son tan buenos que, al final, resultan muy entretenidas (de hecho, los mejores momentos del juego están aquí), pero no hemos podido evitar echar de menos algo más elaborado.
Por su parte, las zonas abiertas son regiones más o menos amplias separadas por pantallas de carga que podremos explorar con relativa libertad y en las que incluso podemos usar un Chocobo para desplazarnos a mayor velocidad. Aquí no faltarán pueblos que visitar con sus imprescindibles tiendas, misiones secundarias que cumplir y cacerías que superar, pero si algo os tiene que quedar claro es que no es un mundo abierto, lo que nos parece todo un acierto.
El problema radica en que no hay nada que nos invite a explorarlas, ya que actúan como simples decorados con enemigos desperdigados por todas partes cuyo objetivo es el de intentar crear cierta sensación de viaje para que no se resuma todo en una sucesión de fases lineales. O dicho de otro modo, por mucho que exploréis, no vais a encontrar nada que merezca la pena. No hay mazmorras ocultas, ni jefes secretos, ni minijuegos, ni eventos inesperados, ni rompecabezas de ningún tipo, ni pueblos escondidos. Como mucho, algún que otro cofre y las piedras que desbloquean las Ordalías, pero si vais a un sitio y no tenéis una misión o una cacería activa en él, no encontraréis nada allí, lo que resulta muy decepcionante. Para agravar las cosas, la trama principal tiene un ritmo un tanto irregular a partir de la segunda mitad, con momentos aburridísimos y de puro relleno en los que la historia se estanca y nos ponen a hacer recados sin que nos cuenten nada realmente interesante.
Lamentablemente, el diseño de misiones secundarias tampoco está a la altura, pues no dejan de ser puros recados de seguir iconos para hablar con alguien, recoger algún objeto o despachar a un grupo de enemigos que rara vez plantean un combate interesante. Eso sí, a pesar de este diseño tan arcaico y heredero de los MMORPG, hay un buen número de ellas (no todas) que narran historias que nos han encantado y que nos han permitido profundizar mucho más en Valisthea y en el trasfondo de nuestros aliados, lo que nos ha ayudado a conocerlos muchísimo mejor y a que creemos un vínculo con ellos. No en vano, es aquí donde encontraremos los relatos más humanos de toda la aventura.
Por su parte, las cacerías serían la otra cara de la moneda, ya que no tienen nada que contar, pero nos ofrecen combates contra jefes y criaturas poderosas que son muy disfrutables. Además, no nos dirán dónde están exactamente y para encontrarlas vamos a tener que hacer uso de las pistas que nos den, lo que resulta refrescante en un juego que nos lo suele dar todo mascado para que nunca nos perdamos.
Otro aspecto que nos ha resultado un poco decepcionante y que evidencia que la parte rolera de la saga ha quedado relegada a un segundísimo plano la tenemos en la propia personalización de Clive. Es un juego en el que sí, se suben niveles al conseguir los suficientes puntos de experiencia, pero donde los atributos y estadísticas de nuestro personaje parecen más un adorno que algo que realmente importe. Solo hay dos cosas que querremos tener en cuenta: nuestro ataque y nuestra defensa, algo que queda muy patente en las piezas de equipo que conseguiremos.
Las armas solo nos darán daño, mientras que los cinturones y brazaletes (los dos huecos de los que dispondremos para armaduras) solo aumentarán nuestra defensa y puntos de vida. No esperéis que os otorguen bonificadores a atributos o efectos especiales que os hagan tener que valorar entre diferentes piezas de equipo según vuestro estilo de juego, ya que siempre que encontremos algo nuevo, será claramente mejor o peor que lo que ya tengamos, lo que le resta muchísimo encanto y atractivo a cosas como conseguir la mejor espada del juego. Esto se intenta paliar con la posibilidad de equiparnos tres accesorios con efectos más concretos y específicos, aunque la mayoría son muy circunstanciales y solo notaremos realmente los efectos de unos pocos de ellos.
Más interesante nos parece la personalización de nuestras habilidades, ya que a medida que avancemos en la historia desbloquearemos nuevos Eikon y con ellos nuevos poderes. Al final, tendremos muchísimas técnicas de combate entre las que escoger, pero solo podremos seleccionar tres Eikon y dos habilidades para cada uno de ellos, permitiéndonos definir nuestra manera de jugar e incluso buscar sinergias para crear combos. Por ejemplo, nosotros usábamos uno de los Eikon para reducir rápidamente la barra de postura de los rivales, mientras que los otros dos los teníamos equipados con una serie de técnicas muy dañinas que nos permitían maximizar el daño al aturdir a nuestros enemigos.
Esto gana profundidad en el momento en el que nos damos cuenta de que si invertimos los puntos de habilidad en mejorar al máximo una técnica, se la podremos equipar a cualquier Eikon, independientemente de si es un poder suyo o no, dándonos así muchísima versatilidad para que diseñemos nuestra propia build de acciones únicas y movimientos de combate.
En total, completar la historia principal es algo que debería llevaros entre 30 y 35 horas, cifra que en nuestro caso se ha extendido hasta las 60 horas habiendo hecho todas las misiones secundarias y cacerías de la aventura. A partir de ahí, podréis seguir sumando a poco que queráis dedicarle tiempo al modo arcade y a una segunda partida en dificultad Final Fantasy.
Un espectáculo audiovisual abrumador
Lo que sí que nos ha dejado muy satisfechos es su apartado gráfico, gracias al cual nos hemos podido deleitar con unos modelados sobresalientes, unas expresiones faciales fantásticas, unas animaciones de primer nivel, unos escenarios repletos de detalle, una buena dirección de arte, texturas de altísima calidad y una calidad de imagen impecable, algo a lo que debemos sumarle efectos muy elaborados y unas secuencias de vídeo cuidadísimas y dirigidas con un gusto exquisito. Y sí, todo esto se lleva al extremo en las batallas entre Eikon, probablemente lo más espectacular que hemos visto hasta el momento en esta generación. Como curiosidad, comentar que la iluminación también está muy conseguida y es sorprendentemente realista y natural, tanto que las secciones que transcurren de noche pueden llegar a resultar demasiado oscuras, por lo que quizá queráis subir el brillo alguna que otra vez.
La parte negativa la tenemos en su modo rendimiento, el cual sufre un stuttering muy molesto al explorar, dando como resultado una tasa de imágenes por segundo que sufre demasiado y a la que le cuesta muchísimo alcanzar su objetivo de 60 fps, especialmente cuando no estamos en combate. Además, la bajada de detalle gráfico y resolución se hace muy notoria.
En cambio, el modo calidad nos ofrece una imagen muy nítida y pristina que ayuda a realzar el espectáculo técnico que suele poner el juego en pantalla. Sí, hay altibajos y se nota, por ejemplo, la diferencia de detalle que hay entre los protagonistas y los personajes secundarios, pero en líneas generales es un juego que entra fácilmente por los ojos y que consigue impresionar. En este modo, tendremos que conformarnos con jugar a 30 fps, aunque el rendimiento es muchísimo más estable y solo hemos notado algún que otro bajón en zonas y situaciones muy concretas. Eso sí, tenemos que advertiros que su mayor problema a día de hoy reside en el exagerado motion blur del que hace gala, el cual emborrona demasiado la imagen al mover la cámara y puede llegar a ser muy frustrante, algo que el equipo de desarrollo ha prometido solucionar en una futura actualización que incluirá la opción de regular este efecto e incluso desactivarlo por completo.
Finalmente, donde sí que no podemos poner ni una sola pega es en su apabullante apartado sonoro. El trabajo que ha hecho Masayoshi Soken con las partituras que ha compuesto para esta aventura es abrumador, regalándonos los oídos con unos temas variadísimos, épicos, memorables y con una calidad incuestionable que encima están perfectamente usados y suenan justo cuando tienen que hacerlo para reforzar la épica y el drama, adaptándose de maravilla a todo lo que veremos en pantalla para elevar la experiencia al siguiente nivel. Por si no fuese suficiente, es capaz de jugar con todo tipo de estilos y ofrecernos melodías que van desde aquellas que parecen compuestas por el propio Nobuo Uematsu hasta otras más experimentales y variadas que tienen el inconfundible sello del compositor. Y sí, podéis esperar infinidad de guiños musicales a entregas pasadas.
Los efectos tampoco se quedan atrás y son tan contundentes, variados y reconocibles como cabría esperar, y el doblaje inglés es simple y llanamente de 10, tanto por la selección de voces como por la interpretación de cada uno de sus actores, quienes son capaces de transmitir muchísimo y dotar de vida y personalidad a sus personajes. Aunque existe doblaje en español de latinoamérica y en japonés, estos no tienen sincronización labial y el propio equipo de desarrollo recomienda jugar al juego con voces en inglés, algo que además encaja genial con la ambientación de la historia. Por supuesto, los textos están en español de España.
Conclusiones
Confiábamos en que Final Fantasy XVI sería el juego que volvería a elevar a la saga a lo más alto de la industria y aunque al final se nos ha quedado a las puertas del sobresaliente, no podemos negar que nos ha permitido disfrutar de un viaje tremendamente recomendable y con el que nos lo hemos pasado en grande. Desde luego, no le faltan virtudes, entre las que destacan un mundo fascinante y bien construido, un protagonista inolvidable, un sistema de combate divertidísimo y espectacular, unas batallas contra jefes magníficas, unos duelos entre Eikon que nos han desencajado la mandíbula, un apartado visual soberbio y una banda sonora de las que hacen historia.
Bondades que se anteponen a ciertas carencias que cuesta pasar por alto, como unos elementos roleros y aventureros muy desangelados, un diseño de niveles demasiado simplón, unos escenarios que no invitan a ser explorados, unas misiones secundarias decepcionantes, un modo rendimiento que necesita pulido, uno de los peores villanos de la saga, problemas de ritmo y una historia que pierde mucho fuelle en su segunda mitad.
Lo importante es que a la hora de la verdad lo bueno es lo que más acaba pesando y eso es con lo que nos hemos quedado. Cuando la aventura se pone seria, se pone a la altura de los mejores y alcanza tal nivel que consigue que nos olvidemos momentáneamente de sus imperfecciones, dejándonos llevar por un viaje espectacular como pocos y que no va a dejar indiferente a nadie. Si esto es lo que buscáis y no os importa el cambio de rumbo que esta entrega supone para la serie, no dudéis en darle una oportunidad.
Hemos realizado este análisis gracias a un código de descarga que nos ha proporcionado Plaion.