Ha sido un largo recorrido. Durante más de diez años, 20th Century Studios -antigua Fox- estuvo trabajando en el desarrollo de una serie que hiciera honor a la criatura concebida por H.R. Giger. Hablamos de un monstruo que ha acechado nuestros sueños con su belleza grotesca, su simetría letal y su misterio biológico inabarcable. La espera ha terminado.
Alien: Planeta Tierra llega a Disney+ España el próximo 13 de agosto como uno de los estrenos de ciencia ficción y terror más rotundos de los últimos meses y como la prometida -y decidiamente arriesgada- reinvención del xenomorfo y la saga iniciada por Ridley Scott. En Vandal hemos podido ver la serie en adelanto y os contamos qué nos ha parecido sin spoilers de ningún tipo.
Hemos visto 'Alien: Planeta Tierra': Disney+ sorprende y redefine el terror espacial en el streaming
Desde aquel primer plano del Nostromo envuelto en sombras hasta los últimos devaneos cósmicos de Ridley Scott, la saga Alien ha sido tanto una lección de diseño como una meditación fílmica sobre la supervivencia, el cuerpo, la tecnología y la angustia existencial. Sí, suena profundo, pero el origen de la obra maestra del cineasta responsable de Blade Runner es precisamente ese. Reintentar la fórmula conocida, algo que hizo Alien: Romulus no siempre sale del todo bien.
En ese contexto, y en un mercado cada vez más saturado, Alien: Planeta Tierra se presenta como una anomalía atractiva: una serie televisiva que desciende el horror a nuestra geografía conocida, alejándose del espacio profundo para poner los pies —y las garras— en un mundo dominado por corporaciones y sintetizadores de conciencia.
Noah Hawley, responsable de Fargo y Legion, dirige esta ambiciosa reimaginación que, más que reinterpretar el legado, busca expandirlo desde sus cimientos. Y lo hace con una idea tan arriesgada como sugerente: ¿qué pasaría si el horror alienígena dejase de ser patrimonio exclusivo del vacío espacial y comenzara a incubarse aquí, entre nosotros?
Debemos decir que, pese a que la ficción es muy rotunda en líneas generales, con un arranque que está a la altura de las mejores obras de la ciencia ficción reciente, la respuesta, al menos en términos narrativos, no siempre está a la altura de la promesa. Pero poco importa. Alien: Planeta Tierra toca muchas teclas y lo hace de forma excelente la mayoría de las veces.
Ambientada en el año 2120, solo dos años antes de los acontecimientos del filme original de 1979, Planeta Tierra se sitúa en una versión altamente corporativizada de nuestro planeta. Cinco megacorporaciones —Prodigy, Weyland‑Yutani, Lynch, Dynamic y Threshold— luchan en la sombra por el control del biocapital: información genética, armas biológicas, inteligencia artificial.
Es en este marco donde irrumpe Wendy, interpretada por una magnética Sydney Chandler, un prototipo híbrido que combina cuerpo sintético y conciencia humana. Wendy no es solo un personaje: es un símbolo. En ella confluyen las preguntas fundamentales de la saga: ¿qué nos hace humanos? ¿Podemos jugar a ser dioses sin corrompernos en el proceso? La serie arranca con el impactante descenso de la nave USCSS Maginot en pleno corazón del planeta, en una urbe regida por la corporación Prodigy.
El equipo de rescate, compuesto por humanos, androides y funcionarios de las grandes corporaciones, descubre que el cargamento de la nave es cualquier cosa menos inerte. Desde ahí, el terror se despliega con un ritmo más contenido que el de sus predecesores cinematográficos, pero no por ello menos inquietante. Hawley opta por un suspense progresivo, más interesado en la acumulación de tensión que en el efectismo visual. Sí, lo tiene, e incluso se las arregla para recuperar parte de lo mostrado por David Fincher en la injustamente defenestrada tercera parte de la saga.
El mayor acierto de Planeta Tierra reside en su capacidad para evocar una atmósfera. Desde el diseño de producción —heredero directo del retrofuturismo industrial de Alien y Aliens— hasta el trabajo sonoro, cargado de ecos metálicos, pitidos de ordenadores lejanos, crujidos extraterrestres y respiraciones contenidas, la serie se esfuerza en reconectar con las texturas del universo original. Incluso la fotografía, con su paleta enfermiza de verdes apagados y amarillos industriales, remite directamente al imaginario de Giger. Hay planos que podrían pasar por fotogramas de Ridley Scott, y esa es, sin duda, una virtud en términos estéticos.
Sin embargo, no todo funciona con igual precisión. El guion, si bien cargado de ideas filosóficas potentes —la hibridación, la conciencia artificial, el capitalismo biológico—, a veces se pierde en su propia densidad. Algunos episodios intermedios se ven atrapados en largos diálogos expositivos, mientras que ciertas subtramas, como la rivalidad corporativa o la dimensión interna de los propios sintéticos, se esbozan con más ambición que profundidad. El espectador avezado notará los ecos de Blade Runner, Ghost in the Shell e incluso Westworld, pero también podrá detectar la falta de una pulsión más emocional que ancle tanto concepto elevado a un conflicto íntimo.
El reparto cumple con creces. Chandler brilla con una interpretación medida, ambigua, que combina fragilidad robótica con una chispa genuinamente humana. A su lado, Timothy Olyphant aporta elegancia como mentor sintético, mientras que Alex Lawther encarna la inquietud técnica de los nuevos demiurgos de laboratorio. En especial queremos destacar el tremendo trabajo de Babou Ceesay como Murrow, un ciborg con capacidades aumentadas que, como oficial de seguridad de Weyland-Yutani, se encarga de perseguir los intereses de la compañía a cualquier precio. Lo borda.
Pero como ocurre en toda obra con el ADN Alien, el verdadero protagonista no tiene rostro humano: es el xenomorfo. O, en este caso, los xenomorfos. La serie introduce hasta cinco nuevas variantes de criaturas extraterrestres, cada una con su lógica evolutiva y su diseño propio alejado del xenomorfo, irrumpiendo más allá del humanoide clásico de las producciones cinematográficas y que se ha acabado convirtiendo en un icono cultural. Aunque el misterio se mantiene, parte del aura terrorífica se disuelve en la evidente sobreexposición. El monstruo que funcionaba mejor cuando acechaba en la sombra, aquí se muestra con demasiada claridad y rápido.
Queda por ver cómo se tomará el fandom más conservador determinados elementos y secuencias que, inspiradas por los cómics de Dark Horse más clásicos y pasadas por el filtro de Hawley -que recupera ese humor negro y cargado de ironía que lo encumbró en Fargo-, sacuden muchas ideas preconcebidas en la saga. En nuestro caso creemos que funcionan, al menos dentro del orden natural de Alien como escenario en el que seguir explorando algo más que las típicas historias ambientadas en una nave, colonia o estación espacial. Como vimos con el juego de rol, hay espacio para mucho más.
Alien: Planeta Tierra no es una revolución, pero sí una mutación muy notable y brillante en la mayoría de su metraje. Es una serie que respeta el legado, que lo contempla con cariño casi reverencial, pero que intenta introducir nuevas preguntas sobre nuestro lugar en la cadena evolutiva. No siempre lo consigue, y a veces se siente más laboratorio conceptual que pesadilla orgánica. Pero cuando acierta, lo hace con una precisión quirúrgica, recordándonos que el miedo no necesita estar en el espacio para resultar alienígena. Basta con mirarnos a nosotros mismos.















