Análisis de Badland 2 (iPhone)

El primer Badland sorprendió a propios y extraños con su reformulación del género de plataformas en iOS y dispositivos táctiles. Hermoso en lo audiovisual, atractivo y sencillo en lo jugable -pero sin ser fácil o poco desafiante-, Badland se ganó a pulso ser galardonado como el juego del año por la propia Apple. Frogmind tenía el peso sobre sus hombres a la hora de hacer una secuela. El camino podría haber sido ser fácil -el que toman muchos desarrolladores-, presentando una suerte de expansión con novedades superficiales para aprovechar el tirón del nombre y las descargas con inteligencia. Pero, aunque muchos cometerán el error de catalogar este Badland 2 como un caso similar, creednos: no ha sido así.
Sus desarrolladores han preferido esperar un tiempo prudencial para sacar la segunda entrega, Badland 2, que aunque es ciertamente conservadora en muchos de sus puntos, consigue asentar las bases para una nueva era.
Una aventura entre engranajes
Badland 2 sigue la senda de la primera entrega, al menos en presentación y forma, aunque de una manera más afinada y tonificada en lo jugable. En el mágico -y retorcido, no os dejéis engañar por las apariencias- universo del juego, volveremos a encarnar a una extraña y peluda criatura que, en una desesperada huida de la maquinaria que parece arrasar con su hábitat, se verá sorteando los más peligrosos obstáculos industriales que seamos capaces de imaginar.
Hablamos de una aplicación de plataformas y habilidad, con una serie de hándicaps que nos dificultarán el avance y la forma en la que tenemos que desplazarnos por los escenarios. No hablamos simplemente de las habituales trampas e intrincados engranajes que parecen minar el mágico y extraño planeta en el que nos encontramos: hablamos de un ritmo, de una cadencia de juego que nos marcará, en cierta manera, la velocidad en la que nos desplazamos por cada nivel.

Es decir, al igual que en otros plataformas de renombre y éxito en la App Store, en Badland 2 no controlamos del todo la velocidad, siendo el juego el que lleva la batuta en gran medida. Esto que en cualquier otro título nos parecería una treta, aquí condiciona por completo la jugabilidad, invitándonos a poner toda la carne en el asador -y nunca mejor dicho, teniendo en cuenta las carnicerías involuntarias que podemos ver en el juego-.
Pero, al contrario que en la primera parte de Badland, en esta secuela podemos decidir y tomar direcciones diferentes. Sí, el título nos seguirá marcando un cierto ritmo de avance, pero la introducción de una nueva forma de control -en el anterior juego únicamente tocábamos la pantalla para avanzar, sin nada más- da pie a nuevas situaciones muy divertidas, variadas, que consiguen que el juego sea mucho más desafiante y distinto.

Esta libertad, ficticia pero funcional, permite que Badland 2 muestre mucho más de lo que podríamos creer en un principio. Por ejemplo, toparemos con corrientes de aire en las que tendremos que mantener el equilibro, túneles llenos de pinchos o ruedas dentadas que pueden machacarnos y en los que debemos permanecer en el centro, plataformas móviles en las que tendremos que alternarnos si no queremos caer al vacío o acabar siendo papilla… Y es más: cuando el juego comience a darnos modificadores de tamaño -para hacernos más grandes o más pequeños, o incluso para multiplicarnos en cientos de clones-, comenzaremos a comprender la gran revolución que supone añadir un control de dirección básico en la interacción táctil.

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