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Crítica Star Wars: El ascenso de Skywalker (sin spoilers)

Tras la controvertida Los últimos Jedi, Disney confía de nuevo en J.J. Abrams para poner el punto final a una saga que ha sido disfrutada por una generación de espectadores desde su inicio en 1977.
Crítica Star Wars: El ascenso de Skywalker (sin spoilers)
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J.J Abrams se ha ganado a pulso el calificativo de ‘director de encargo’. El creativo, que sorprendió a muchos con sus producciones televisivas Alias y Perdidos, ha sabido captar con inteligencia el espíritu original de licencias como Star Trek y Star Wars, catapultándolas a nuevos públicos y acomodándolas de nuevo a los más fieles seguidores. Tras El despertar de la Fuerza, film que inició la nueva era de producciones cinematográficas lideradas por Disney, Rian Johnson prosiguió su legado con una cinta rupturista, llena de claroscuros para los espectadores, y que se ha convertido en objeto de un acalorado debate que, años después de su estreno, aún se mantiene. Tras la abrupta salida de Colin Trevorrow y la crisis creativa interna que parece vivir Lucasfilm bajo las órdenes de Kathleen Kennedy, Abrams volvió a la silla de director para el último episodio de Star Wars con una tarea titánica: poner fin a las tres trilogías de la saga galáctica de George Lucas.

Buscando el equilibrio de la Fuerza

Tanto Star Wars -renombrada en el reestreno como Una nueva esperanza- como El Imperio contraataca, fueron dos películas que lo cambiaron todo hace cuarenta años. Literalmente. Desde que el director de American Graffiti decidiera poner a la industria patas arriba con su arriesgada space opera en 1977, la propia maquinaria del cine y la saga que dio a luz bajo el sello de Lucasfilm ha crecido y cambiado mucho, y también lo han hecho los espectadores. El público consume el cine y el contenido multimedia de una manera distinta, casi como voraces y devoradoras langostas, y la oferta de la que dispone el usuario en la palma de su mano hace que las grandes corporaciones de Hollywood prefieran hacer caja antes del estreno del film en cuestión. A día de hoy, el western galáctico de Lucas podría no haber visto la luz o ser considerado una cinta de baja calidad digna del fondo de armario de cualquier plataforma de streaming. Es una verdad aterradora, pero son los tiempos que nos han tocado vivir. Bajo la sombra del Imperio, si lo preferís.

En cualquier caso, aquel cineasta tuvo una idea: contar la historia de la dinastía de los Skywalker a lo largo de tres trilogías. Desgraciadamente, la concepción de su proyecto tuvo muchas dificultades, y pronto tuvo que ceder el cargo a otros directores, guionistas y colaboradores. Aunque la trilogía clásica sigue considerándose el cenit de la epopeya de fantasía y ciencia ficción de Star Wars, sus precuelas, duramente criticadas, han ido revalorizándose y ganando con el paso del tiempo al afincarse en una época que nos permitía conocer la paulatina caída de Anakin Skywalker al reverso tenebroso de la Fuerza, mientras nos entretejía una compleja trama política en el seno de la República Galáctica que llevaría, tras las Guerras Clon, al alzamiento de Palpatine como Emperador. De una forma u otra, y aunque estuviese incompleta, la obra magna de Lucas quedaba cerrada. Cuando Disney adquirió Lucasfilm y todo lo que contenía por un precio astronómico, pese a la ilusión que se despertó en una legión de aficionados, también se transmitió un cierto terror y miedo casi inconfesable. ¿Qué pasaría ahora con Star Wars?

Pues pasó lo que tenía que pasar. Nada acaba nunca. La trilogía de Disney tenía que hacer lo que debía hacer, devolver la pasión por La guerra de las galaxias a una pléyade de espectadores que ya habían olvidado lo que era ver una cinta de la serie en los cines -si olvidamos el fallido reestreno de La amenaza fantasma en 3D-, invitándoles a conocer a nuevos personajes, mundos, combates y enemigos. Desgraciadamente, George Lucas tuvo que verlo todo desde la barrera. El timón ya no era suyo, y el trabajo de su vida, había pasado a otras manos. Con El despertar de la Fuerza en 2015, J.J. Abrams consiguió la cuadratura del círculo al aunar lo viejo y lo nuevo, como una cálida manta del pasado en un frío día de lluvia en el presente. Reuniendo a los actores originales como Mark Hamill, Carrie Fisher o Harrison Ford, consiguió encender el Halcón Milenario tras años de inactividad y transportar a propios y extraños a una galaxia lejana, muy lejana.

El film podía pecar de nostálgico, poco arriesgado o incluso inocente, pero funcionó. Disney había comprobado que los motores estaban a pleno funcionamiento, y que su estación espacial era plenamente operativa. Tenían la licencia más poderosa del planeta en sus manos y sabían cómo usarla. Pero las prisas, y la necesidad imperiosa de copiar el modelo de estrenos y taquillazos de Marvel, con una película anual que debía llegar a las salas forzosamente en diciembre, los llevaron a quemar la saga antes de que estuviese en su plenitud. Su trilogía, pese a contar con grandes personajes e historias, y sus spin-off, estaban lastrados por el control creativo y las directrices de una corporación que demostró que tenían un juguete nuevo muy caro pero que no sabían hacer nada con él. Rian Johnson firmó después Los últimos Jedi, el octavo episodio, uno que fue encumbrado y odiado a partes iguales, y que marcó el escenario galáctico que estaría por venir.

Sin quererlo ni beberlo, el film se convirtió en un objeto arrojadizo en clave política y social, embarrando la obra original de Lucas y demostrando hasta qué punto han cambiado las cosas en Star Wars y la manera en la que se disfrutan las cintas de aventuras hoy en día. Todo debe pasarse forzosamente por un filtro ideológico concreto, todo debe usarse como meme y si hay algo que se salga de la línea, puede ofender y cabrear al más tolerante de los espectadores. ¿Dónde quedó el mero hecho de disfrutar con algo? ¿Debe ser el cine comercial un instrumento forzosamente moralizante y catalizador de su tiempo? Quizás ni Disney ni Rian calcularon del todo bien esto último, pues si hay algo universal y capaz de entretener y emocionar al más pintado más allá de los sesgos y prejuicios, es Star Wars. No se necesitan aditivos ni dobles juegos. Y los hechos pasados, a toda una generación de personas que ha crecido con las aventuras de Luke, Leia, Han Solo y los simpáticos droides, nos referimos.

Si existe algo universal capaz de entretener y emocionar al más pintado más allá de los sesgos y prejuicios, es Star Wars

En este escenario, y con la salida del director de Jurassic World del proyecto, llegó Abrams. El fracaso del film centrado en Han Solo todavía resonaba en las salas, y el creativo que resucitó Star Wars, debía ponerle fin. Ponerle fin e intentar reconducir una licencia mil millonaria que estaba a punto de estrellarse por culpa de los fans más intransigentes y aquellos espectadores que acuden a ver una película con una interminable lista de la compra para ver si pasa o no el corte.

Una entretenida space opera con más aciertos que errores

El ascenso de Skywalker es la culminación a tres trilogías distintas, a un viaje iniciado hace cuarenta años y las historias de muchos nuevos personajes que, pese a las reticencias iniciales, han ofrecido bastantes horas de diversión a aquellos que se iniciaron con estas cintas firmadas por Disney. Hablamos de un film que, en dos horas y veinte, debe contentar a todos. A los fanáticos complacientes, a los escépticos, a los rebotados, a los de nuevo acuño… Y eso es virtualmente imposible. Por eso, el episodio IX es a ratos una cinta que intenta abarcar más de lo que puede, ofrecer más de lo que necesita y tocar más teclas de las recomendadas. Pese a todo ello, es una gran conclusión, un entretenimiento puro e inocente, que si bien paga peajes -a precio caro, hemos de decir-, consigue emocionar y conmover a poco que se ame Star Wars.

Para construir este relato, el guionista Chris Terrio y Abrams decidieron recuperar ciertas ideas desechadas en los primeros borradores de El despertar de la Fuerza, reciclando otras descartadas por el mismo Rian Johnson y devolviendo algunos de los elementos que no se usaron en la anterior secuela. Es por eso que, para muchos, la cinta parezca más un paso hacia atrás que uno hacia adelante. No nos andaremos con rodeos: El ascenso de Skywalker es la película más apresurada de toda la saga, conteniendo en su metraje hasta tres films en uno, siendo a tan explicativa e íntima como ruidosa. Sin entrar en detalles concretos de la trama, el noveno episodio nos cuenta cómo, de alguna manera, el Emperador Palpatine (Ian McDiarmid) ha vuelto a la vida y está preparando su regreso. La Primera Orden no es más que uno de sus instrumentos, y tras su desaparición en la batalla de Endor, aquella que vimos en El retorno del Jedi, ha estado esperando su momento. Mientras envía mensajes a toda la galaxia, los héroes de la dañada y casi derrotada Resistencia, deberán comenzar una carrera por localizarlo y acabar con él de una vez por todas.

El ascenso de Skywalker es una entretenida película de Star Wars que busca contentar a todos los fans, y eso juega en su contra

Así pues Rey (Daisy Ridley), Poe Dameron (Oscar Isaac) y Finn (John Boyega), acabarán buscando una serie de pistas y objetos que los lleven al peligroso Palpatine, esquivando los envites de las legiones de la Primera Orden y la presencia de su nuevo Líder Supremo, Kylo Ren (Adam Driver). Pese a quién le pese, el mayor acierto de la trilogía de Disney, es su buen hacer a la hora de conjugar a un grupo de actores y actrices tan diverso y distinto como el formado por el trío protagonista y sus correspondientes villanos. La química existente entre Ridley, Isaac y Boyega es increíble, y nos remonta a los mejores momentos de la trilogía original, así como a otras producciones de Lucasfilm. No es un descubrimiento que Abrams cimienta sus historias en los personajes -como casi cualquier director que haya mamado la forma de hacer cine en los años ochenta-, presentando una divertida aventura común y una lucha colaborativa contra un mal que los afecta tanto a ellos como a sus amigos. El drama íntimo, el duelo y la yuxtaposición entre Kylo y Rey, uno de los puntos irreprochables del anterior episodio, cierra de forma casi perfecta, ofreciéndonos posiblemente el mejor combate de sables de luz de toda la trilogía, y el único que quizás logra igualar la épica plasmada por Lucas en la ya distante lucha entre Anakin y Obi-Wan en el lejano planeta de Mustafar.

De entre todos los partícipes de esta épica fantasía sobre el fin de la historia de la dinastía de los Skywalker, habría que destacar el papel de Kylo Ren, un ser tortuoso y lleno de aristas, un auténtico villano que guarda ecos de las mejores etapas del Universo Expandido -aquel conjunto de historias en las que, sorpresa, los hijos de Han Solo y Leía tenían un destino similar y en la que también revivían al Emperador-. Driver consigue encarnar a un personaje oscuro, cargado de capas, dudas e incertidumbre, que nos demuestra que con máscara o sin ella, es capaz de llevar el peso de la trama en todo momento en un film que está cargado de personajes, muchos de ellos nuevos, como Jannah o Zorii Bliss.

El problema es que, como en las sagradas escrituras, los testamentos de Rian Johnson y J.J. Abrams luchan constantemente por llevar la razón

El problema es que, como en las sagradas escrituras, los testamentos de Johnson y Abrams luchan constantemente por llevar la razón y su verdad. Esta trilogía deja un sabor de boca un tanto agridulce, pues parece un quiero y no puedo. Si bien el creativo detrás de Misión Imposible 3 tenía claro qué ofrecer en base a la nostalgia y Star Wars, el director de Looper decidió romper con todo y presentar una nueva historia más allá de los cánones establecidos. Esas visiones parecen chocar constantemente durante El ascenso de Skywalker, y aunque parezca que el noveno capítulo intenta enmendarle la plana en determinados tramos, sí recoge el testigo en determinadas cuestiones. Lucasfilm no se arrepiente de Los últimos Jedi, faltaría más, pero sí parece que quiere ocultar muchos de sus errores de cocina de autor con el delicioso sabor del plato tradicional.

¿Abusa de la nostalgia y la emoción? Indudablemente. El libreto de Terrio y Abrams está trufado de momentos lúcidos que ofrecen guiños y cameos al espectador más avezado -si amáis el trabajo artístico de Ralph McQuarrie vais a flipar-, pero también llega a abusar de sacudir el interior de los aficionados, que a la tercera o cuarta vez que se encuentra con una de estas secuencias, puede llegar a arquear una ceja y sentirse un poco utilizado. El ascenso de Skywalker parece en algunos de sus tramos un fanfic carísimo y ruidoso, rendido al más puro fan service imperante en reddit, pero que consigue sus objetivos. Es inevitable pensar en aquella época en la que, atiborrados de dulces y con los muñecos de Kenner en nuestras manos, fantaseábamos con las continuaciones e historias que vivirían los protagonistas tras El retorno del Jedi. Quizás por eso, pese a sus fallos y aciertos, nos quedamos con la sinceridad que transmite durante todo su metraje. No era fácil volver a las raíces, y tampoco una tarea grata. Si conseguimos abstraernos y transportarnos a esa galaxia muy, muy lejana, no tardaremos en contemplar la puesta de soles binarios de Tatooine y volver a aquella época en las que las películas entretenían y alimentaban la imaginación de los espectadores sin más pretensión.

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