No hace falta un máster en ciencias de la computación para intuir que Sam Altman no es precisamente neutral cuando habla de inteligencia artificial. Al fin y al cabo, es el padre de ChatGPT y, por tanto, uno de los grandes beneficiados de que esta tecnología se expanda y cale en la vida diaria de millones de personas. Cuanto más se use, mejor para él y para OpenAI. Quizá por eso sus declaraciones suelen moverse entre dos coordenadas fijas: un entusiasmo casi desbordante… y una polémica asegurada.
Sam Altman, CEO de OpenAI, provoca controversia: “La IA otorga a los graduados actuales una ventaja sin precedentes”
Ahora bien, el momento que vive la IA dista mucho de ser idílico. ChatGPT, buque insignia de esta revolución, atraviesa una etapa delicada en términos de reputación. No hablamos ya de los augurios apocalípticos sobre un futuro dominado por máquinas: para muchos expertos, las consecuencias negativas ya están aquí. Despidos, reconversiones forzadas y un temor creciente a que el mercado laboral se transforme de forma irreversible.
Para Altman, sin embargo, todo este ruido no empaña la visión de un porvenir brillante. El CEO de OpenAI sostiene que cualquiera que viva esta transición tecnológica debería sentirse un privilegiado. Y va más allá: afirma que los recién graduados de hoy pueden considerarse “los más afortunados de la historia”, pese a que la automatización ya está borrando de un plumazo muchos empleos de entrada.
En su defensa, Altman subraya que este reemplazo no es un final, sino un puente hacia algo mayor: la creación de oportunidades inéditas. Según él, en torno a 2035 veremos a personas desempeñando trabajos que hoy parecen sacados de una novela de ciencia ficción: exploradores espaciales, pioneros de realidades virtuales complejísimas… y todo ello sin requerir un esfuerzo titánico.
La clave, asegura, no está solo en dominar las herramientas de IA, sino en la capacidad de aprender y adaptarse sin descanso. Una virtud que, según Altman, coloca a los jóvenes en una posición mucho más favorable que a generaciones anteriores: no solo son más receptivos al cambio, sino que no tienen otra opción que serlo.
Como era de esperar, no todos comparten este optimismo. Exingenieros de Google y otras voces autorizadas ya hablan de una década “infernal” marcada por despidos masivos y una creciente sustitución de profesionales humanos por algoritmos. Otros alertan de que el discurso de Altman esquiva una pregunta incómoda: si la IA nos permite lograr cualquier cosa sin apenas esfuerzo, ¿no acabaremos siendo una sociedad más dependiente, más perezosa y menos preparada para pensar por sí misma?
Puede que el CEO de OpenAI crea de verdad en un futuro en el que humanos y máquinas prosperen juntos, pero la percepción externa es otra. Y mientras Altman sigue pintando horizontes de ciencia ficción, muchos se preguntan si ese paraíso tecnológico no llevará consigo un peaje demasiado alto.















