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Crítica de 'The Brutalist' - Adrien Brody construye un monumental sueño americano que se convierte en pesadilla

Hacer una película como esta requiere un nivel de confianza como director a la altura de muy pocos.
Crítica de 'The Brutalist' - Adrien Brody construye un monumental sueño americano que se convierte en pesadilla
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Actualizado: 16:06 28/1/2025
adrian brody
the brutalist

Dejando a un lado las últimas controversias sobre la película tras las declaraciones de su editor, que ha confesado que hicieron uso de la IA en pequeños detalles y una escena concreta en la que el protagonista habla en húngaro, el director Brady Corbet nos entrega en The Brutalist una obra monumental , sobre todo en forma, que examina la lucha por la identidad y el propósito a través de la historia de László Tóth, un arquitecto húngaro-judío que emigra a Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. Un ejercicio que recupera la solemnidad de la época dorada de Hollywood y el cine clásico.

Adrien Brody, en una de las interpretaciones más matizadas de su carrera, da vida a un personaje que enfrenta la hostilidad de un mundo nuevo mientras intenta preservar su integridad artística y personal. La cinta se desarrolla a lo largo de tres décadas, mostrando con una meticulosidad admirable la compleja interacción entre el individuo y la sociedad estadounidense de posguerra. Es una obra monumental, aunque su guion tiene un pero a mitad de su segundo acto, dejando un filme visualmente colosal y narrativamente más vacío en comparación a todo el primer acto.

El estilo brutalista de la arquitectura, conocido por su estética funcional y despojada, se convierte en una poderosa metáfora dentro de la película. Las imponentes estructuras de hormigón que Tóth erige reflejan su deseo de construir algo duradero en un mundo que constantemente le rechaza. Corbet utiliza estas construcciones para explorar la tensión entre la belleza y la utilidad, el idealismo y la realidad, en una nación que promete oportunidades pero impone barreras invisibles a quienes no se ajustan a su molde.

Uno de sus mayores logros es su capacidad para deconstruir el mito del sueño americano sin caer en obviedades.

Un estilo visual apabullante

La cinematografía de Lol Crawley en 70mm VistaVision aporta una textura tangible a la narrativa, capturando con una paleta sobria y encuadres precisos la frialdad del paisaje urbano y la majestuosidad de las estructuras brutalistas de cemento. Cada plano está compuesto con una atención obsesiva al detalle, evocando la misma rigidez geométrica que caracteriza el trabajo de Tóth. La colaboración previa de Crawley con Corbet en Vox Lux y La infancia de un líder se traduce en una comprensión visual que eleva el carácter introspectivo de la película.

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El sueño americano se da de bruces con el capitalismo

Uno de los mayores logros de The Brutalist es su capacidad para deconstruir el mito del sueño americano sin caer en obviedades. A través de la relación entre Tóth y el magnate Harrison Lee Van Buren, interpretado por un formidable Guy Pearce, la película examina el coste del éxito y cómo las aspiraciones individuales se ven deformadas por el capitalismo desenfrenado. Van Buren representa la cara más cínica de una sociedad que consume a los creadores para luego desecharlos, un tema recurrente en la obra de Corbet.

El reparto ofrece interpretaciones destacadas en cada nivel. Felicity Jones, en el papel de Erzsebét, la esposa de Tóth, aporta una vulnerabilidad conmovedora que contrasta con la rigidez de su esposo. Alessandro Nivola, como Attila, el primo pragmático de Tóth, representa el dilema entre la asimilación y la autenticidad cultural, mientras que Raffey Cassidy, como la sobrina muda Zsófia, encapsula el trauma silencioso de una generación marcada por la guerra.

Una película que parecen dos obras diferentes

El guion, coescrito por Corbet y Mona Fastvold, equilibra momentos de gran lirismo con otros de brutalidad desgarradora. La narrativa, dividida en tres actos y una obertura, funciona como una sinfonía arquitectónica en la que cada segmento construye sobre el anterior, explorando los conflictos internos de Tóth y su lucha contra un entorno que le es hostil. Sin embargo aquí, en el alma de la película, es donde encontramos el gran pero. Todo el primer acto se desarrolla ágil, liviano, interesante, dramático y algo sórdido; sin embargo llega un momento en el que el filme puede llegar a sentirse vacío en comparación, siendo redundante en muchos aspectos y dando demasiadas vueltas a lo mismo. Se entiende que es la historia de una obsesión y quizá trate de transmitirlo con ese agobio que llega a transferir al espectador, pero el corte entre ambas narrativas es demasiado evidente.

¿Una duración justificada?

La inclusión de un intermedio de quince minutos a mitad de las 3 horas y 35 minutos de duración de la cinta, refuerza la estructura teatral de la obra, permitiendo al espectador asimilar la magnitud de la historia, sobre todo en ese primer acto que casi podría ser calificado como obra maestra y cine en mayúsculas, y dando un respiro al espectador, permitiéndole ir al excusado o quedarse mirando absorto la cuenta atrás, mientras repasa lo acontecido en la cinta.

A pesar de su duración de tres horas y media, la película no termina de perder el ritmo, aunque cae, antes del tramo final, en la fatiga narrativa. La banda sonora de Daniel Blumberg acompaña la historia con un minimalismo emocional que resalta los momentos más íntimos y los conflictos internos del protagonista, sumergiendo al público en la psicología del personaje.

The Brutalist es, en esencia, una meditada exploración sobre la resistencia del espíritu humano y la búsqueda de la verdad en un mundo lleno de falsedades. La película se erige como un monumento cinematográfico que desafía al espectador a reflexionar sobre la identidad, la ambición y el precio de la integridad. Una obra de arte que, como las construcciones brutalistas que retrata, dejará cierto poso en la memoria de quienes se asomen a su abismo, a pesar de sus peros.

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