Un grupo internacional de astrónomos ha identificado fenómenos cósmicos que parecen desafiar una de las leyes más firmes de la física: nada puede moverse más rápido que la luz. Se trata de efectos ópticos que, aunque en apariencia superlumínicos, tienen explicación científica y ofrecen una ventana privilegiada para estudiar algunos de los procesos más extremos del cosmos, desde explosiones estelares hasta chorros de partículas emitidos por agujeros negros.
El astrofísico Robert Nemiroff, de la Universidad Tecnológica de Míchigan, explica que no se trata de materia ni de información desplazándose más allá del límite relativista, sino de ilusiones ópticas creadas por la forma en que la luz viaja y llega hasta la Tierra. Sombras, frentes luminosos o patrones de radiación pueden simular velocidades imposibles cuando se observan desde nuestro planeta, pero su análisis aporta claves esenciales sobre regiones de altísima energía.Historia y primeras explicaciones
El fenómeno no es nuevo. El primer registro documentado se remonta a 1901, cuando el astrónomo Thomas Anderson observó cómo los restos de la Nova Persei parecían expandirse a cinco veces la velocidad de la luz. Décadas después, en 1939, el francés Paul Couderc propuso la explicación del “eco de luz”: la geometría en que la radiación llegaba a la Tierra generaba la ilusión de expansión rápida. Desde entonces, los casos se han multiplicado en torno a supernovas, púlsares y núcleos activos de galaxias.
Uno de los ejemplos más recientes procede de la galaxia Centaurus A, estudiada en 2024. Allí, los investigadores observaron que un mismo chorro mostraba velocidades distintas según la longitud de onda analizada: un 80% de la velocidad de la luz en radio, pero hasta 2,7 veces ese valor en rayos X. Según el astrofísico David Bogensberger, los resultados sugieren la coexistencia de dos poblaciones de plasma que viajan de forma independiente, un hallazgo clave para entender la dinámica de estos gigantescos surtidores de energía.
Chorros relativistas bajo la lupa
Otros especialistas, como Matt Nicholl, de la Universidad Queen’s de Belfast, destacan que estas aparentes velocidades superlumínicas permiten calcular la orientación y la energía de los chorros en relación con la Tierra. De hecho, si uno de ellos apunta directamente hacia nosotros, las mediciones pueden dar la impresión de que superan con creces el límite de Einstein. Estas estimaciones son vitales para estudiar estrellas de neutrones y explosiones de rayos gamma, fenómenos imposibles de reproducir en laboratorios terrestres.
Los avances tecnológicos prometen multiplicar la detección de estos efectos. El Observatorio Vera C. Rubin, que comenzará a operar en breve, revisará de manera continua todo el cielo visible, aumentando la probabilidad de identificar patrones repetidos de este tipo. Según Nemiroff y su colega Jon Hakkila, estos datos podrían revelar procesos como la “duplicación relativista de imágenes”, en la que un mismo pulso luminoso llega dos veces, en orden normal e invertido, a causa de la geometría del chorro.
Del cielo al laboratorio
La investigación no se limita al espacio. Experimentos de laboratorio, como los desarrollados por Simon Horsley en la Universidad de Exeter o por Dominik Hornof en Viena, han replicado estas ilusiones ópticas con láseres y materiales de índice variable, alcanzando aparentes velocidades de hasta 22 veces la luz. Estos ensayos sirven para calibrar los modelos y preparar el terreno para interpretar datos astronómicos cada vez más complejos.















