Astrónomos han identificado un asteroide, bautizado como 2025 PN7, una cuasi-luna terrestre, que comparte órbita con nuestro planeta y podría haberse mantenido oculto durante más de medio siglo. Su detección abre nuevas incógnitas sobre los cuerpos menores que acompañan a la Tierra.
El hallazgo, publicado en las Notas de investigación de la Sociedad Astronómica Estadounidense, fue posible gracias a las observaciones del Observatorio Pan-STARRS en Hawái el 29 de agosto. Imágenes de archivo revelaron que ya acompañaba a la Tierra desde mediados del siglo XX. “Solo podemos detectarlo cuando se acerca lo suficiente a nuestro planeta. Sus ventanas de visibilidad son muy escasas”, explicó Carlos de la Fuente Marcos, astrofísico de la Universidad Complutense de Madrid y coautor del estudio.
Cuasi-lunas frente a minilunas temporales
El hallazgo de 2025 PN7 obliga a diferenciar entre fenómenos parecidos pero distintos. Las cuasi-lunas mantienen una relación gravitatoria estable con la Tierra, aunque orbitan al Sol, mientras que las “minilunas” quedan atrapadas de forma temporal en la órbita terrestre. Según cálculos de la NASA, el nuevo objeto se encuentra a una distancia media de 384.400 km, similar a la de la Luna, y en sus máximos acercamientos puede situarse a solo 299.000 km.
Hasta ahora, solo se conocían unos pocos ejemplos de este tipo, como Kamoʻoalewa, actualmente objetivo de la misión china Tianwen-2, lanzada en mayo de 2025. La confirmación de que 2025 PN7 lleva tanto tiempo ligado a nuestro planeta refuerza la hipótesis de que la Tierra no viaja tan sola alrededor del Sol como se pensaba.
Un origen rodeado de incógnitas
La composición y el origen del nuevo objeto siguen siendo un misterio. “Lo más probable es que se trate de un asteroide rocoso natural”, señala Teddy Kareta, investigador de la Universidad de Villanova. Sin embargo, no se descartan otras posibilidades: un fragmento desprendido de la Luna o, aunque menos probable, restos de algún satélite o cohete. Los astrónomos subrayan que hacen falta análisis más detallados para confirmar su naturaleza.
Estudiar objetos como 2025 PN7 puede aportar claves sobre la formación del sistema solar y servir de banco de pruebas para futuras misiones de exploración o defensa planetaria. Al ser pequeños y relativamente cercanos, resultan más accesibles tanto para la observación como para el envío de sondas espaciales.
Entre las hipótesis más sugerentes figura la posibilidad de que 2025 PN7 sea un pedazo de nuestro satélite arrancado hace millones de años por el impacto de otro cuerpo celeste. De confirmarse, estaríamos ante un raro caso de “luna hija” que habría permanecido orbitando en paralelo a la Tierra.















