En Peaky Blinders: El hombre inmortal, la saga pega un salto temporal y emocional: Birmingham, 1940, la guerra acaba de arrancar y Tommy Shelby ya no ocupa el centro del tablero como el jefe omnipresente de siempre, sino como un hombre en retirada, más fantasma que leyenda. La premisa oficial apunta a un regreso “forzado” desde el exilio y a un ajuste de cuentas con su propio legado, un planteamiento que encaja con la forma en que la serie convirtió a Tommy en un estratega brillante… y en su peor enemigo.
La estrategia de estreno también es significativa: primero llegará a cines seleccionados el 6 de marzo de 2026 y dos semanas después, el 20 de marzo, aterrizará en Netflix. El movimiento no es menor para una franquicia nacida en televisión: busca el evento (la “cita” en sala) sin renunciar al gran motor contemporáneo de audiencia, que sigue siendo el streaming. Esa ventana corta entre formatos sugiere una película pensada para verse como un capítulo final “con músculo” —pantalla grande, imagen grande—, pero con vocación de fenómeno global inmediato.
Gánsteres en plena guerra: legado y relevo
El gancho dramático lo marca el propio Steven Knight con una idea que funciona casi como declaración de intenciones: si el país está en guerra, los Peaky también. Netflix resume el arranque con Tommy empujado a volver para afrontar su “ajuste de cuentas” más destructivo, con la familia y el país como presión simultánea, lo que coloca a la película en el cruce perfecto entre el cine de gánsteres y el thriller bélico. Y, en paralelo, el contexto de 1940 promete algo más que decorado: no es solo época, es un clima moral donde la violencia privada se mezcla con el ruido de la Historia.
Ahí entra la gran pregunta para los fans: ¿quién manda cuando Tommy no está? La película evita decirlo en voz alta, pero deja migas de pan. La banda ha seguido existiendo —y, con ella, la necesidad de un jefe—, y las informaciones más recientes apuntan a una “nueva camada” de Peaky Blinders con un líder diferente al que estamos acostumbrados. Todo indica que ese relevo pasa por el personaje de Barry Keoghan (rol todavía bajo llave), al que ya se ha visto encabezando a los nuevos “flat caps” y pronunciando el icónico “por orden de los Peaky Blinders”, una frase que, en este universo, no suele decir cualquiera.
El resto del tablero también se recoloca con nombres que vuelven al núcleo (Sophie Rundle como Ada, además de Stephen Graham y otros habituales) y fichajes de alto voltaje como Rebecca Ferguson y Tim Roth. Además, incluso antes del estreno, ya se habla de futuro más allá de este cierre, con la maquinaria alrededor de la franquicia insinuando que la despedida de Tommy es, como mínimo, menos definitiva de lo que parece cuando se lee el titular.
Trauma, Blitz y una ciudad en ruinas
Harper ha descrito el arranque con una puesta en escena “quieta”, “aislada”, donde cámara, diseño y atmósfera acompañan ese estado mental. Y aquí la película juega con una herida histórica real: Peaky Blinders siempre llevó dentro el trauma de posguerra (lo que antes se llamó “shell shock”), un cuadro que hoy se estudia como parte del espectro de trastornos traumáticos y que la psicología ha descrito con síntomas que van de las pesadillas a la hipervigilancia. En veteranos, además, la investigación muestra una convivencia frecuente entre PTSD y abuso de alcohol, una combinación que ayuda a leer con otra luz el deterioro de personajes como Arthur y la dureza emocional de Tommy.
Y luego está la ciudad: Birmingham en pleno Blitz, un escenario donde la violencia ya no es solo de banda, sino de sirenas, ruinas y miedo civil. Los registros históricos recuerdan que Birmingham fue objetivo de bombardeos alemanes dentro de la campaña aérea sobre Reino Unido, con daños extensos y miles de víctimas en el conjunto del periodo. En ese marco, el “crimen organizado” deja de ser únicamente una guerra por territorio y pasa a rozar el espionaje, el mercado negro y la supervivencia cotidiana; incluso la ficha de la película en bases de datos como IMDb insinúa misiones de guerra y hechos reales como telón de fondo. Si la serie era el ascenso de una familia a través del caos, esta película parece diseñada para probar lo contrario: qué queda de los Shelby cuando el mundo entero se desmorona.
