En China, la pregunta ya no es a qué edad darles móvil a los niños, sino cuándo estrenan su primer reloj inteligente. Muchos padres compran estos dispositivos a sus hijos con apenas cinco años para poder llamarlos al instante y seguir su ubicación hasta la planta exacta de un centro comercial.
Pero los pequeños no están pensando en seguridad ni en geolocalización: lo que de verdad les atrae es el universo social que se abre en la pantalla de su muñeca, sobre todo en los modelos de la marca Xiaotiancai, “Pequeño Genio”, convertidos en el gran escaparate infantil de popularidad online.
Estos relojes, que pueden costar más de 300 dólares, son mucho más que un GPS con llamadas. Permiten pagar en tiendas, chatear, subir vídeos, jugar… y, sobre todo, coleccionar “me gusta” en un perfil propio. La compañía ha gamificado casi todos los aspectos de la vida diaria de los niños: hacer deporte, publicar actualizaciones o interactuar con otros aporta puntos de experiencia que hacen subir de nivel la cuenta. Cuanto más alto es ese nivel, más “likes” puedes regalar a tus amigos, lo que convierte cada gesto de reconocimiento en una especie de moneda social que obliga a devolver el favor si quieres seguir siendo bien valorado.
Jerarquías infantiles en la muñeca
Ese sistema de niveles y recompensas ha creado una jerarquía muy clara dentro de la plataforma. Los relojes limitan a 150 el número de contactos, así que los niños compiten por ser amigos de usuarios de alto rango, capaces de enviar más reacciones al día. Los de estatus inferior se esfuerzan por no quedarse atrás para que no los “despidan” del círculo. No es raro que algunos recurran a tácticas propias de adultos: comprar bots que inflan sus métricas, hacerse cuentas falsas o incluso piratear relojes ajenos para perjudicar a rivales. El resultado es un ecosistema donde la amistad se mide en cifras y donde la presión por mantener la popularidad puede ser asfixiante, incluso en primaria.
El estatus digital puede tener consecuencias muy tangibles. Algunos adolescentes con cientos de miles o millones de “me gusta” se han convertido en miniinfluencers dentro de la plataforma y han empezado a hacer negocio: venden sus cuentas antiguas, alquilan su “potencia de likes” o comercializan paquetes de bots a otros niños dispuestos a pagar por mejorar sus estadísticas. En paralelo, esa visibilidad extrema los expone a riesgos muy adultos: medios chinos han recogido casos de chicas que ligan a través del reloj, reciben peticiones de fotos íntimas o sufren campañas de acoso digital cuando otros “peces gordos” se sienten amenazados por su éxito.
Seguridad, regulación y crianza digital
La preocupación ha llegado a las autoridades. Organizaciones de protección de la infancia en China han alertado de que estos relojes conectan a los menores con desconocidos, facilitan estafas y fomentan la dependencia de la pantalla desde edades muy tempranas. El Gobierno ha empezado a trabajar en normas específicas de seguridad para wearables infantiles, empujado por el combo explosivo de adicción a internet, compras integradas y contenido no apto para niños que se cuela por la rendija de un dispositivo que, en teoría, nació para tranquilizar a los padres. Mientras tanto, muchos progenitores intentan poner parches por su cuenta limitando tiempos de uso o supervisando contactos, con éxito desigual.
El fenómeno de Pequeño Genio resume el gran dilema de la crianza digital: lo que para los adultos es una herramienta de control y tranquilidad, para los niños es una red social completa con sus propias normas, jerarquías y recompensas. Convertir el “me gusta” en unidad básica de valor y vincularlo al ejercicio físico, a la popularidad y hasta a la posibilidad de hacer dinero introduce muy pronto una lógica transaccional en las relaciones.















