Activision Blizzard, y concretamente Blizzard Entertainment, no pasan por su mejor momento. Las acusaciones de una cultura laboral supuestamente tóxica, discriminatoria y denigrante hacia las mujeres y los colectivos minoritarios se dan a conocer en un momento en el que uno de los estudios más reputados de las últimas décadas ha perdido su brillo y esa presunción de que todo juego que lancen será, cuanto menos, brillante. Mientras la firma californiana continúa cocinando los esperados Diablo 4, Overwatch 2 y el Diablo Immortal recién retrasado, la empresa ha mirado a su pasado.
Quizá para recordar de dónde vienen, quizá para comunicar a los fans que siguen siendo los mismos que revolucionaron varios géneros, o probablemente, para encontrar un método de llenar las carteras durante el tiempo que tardan en cocerse sus siguientes grandes juegos. Tras ese popular World of Warcraft: Classic y el vilipendiado Warcraft III: Reforged, había dudas con Diablo 2: Resurrected, la remasterización y puesta al día de una de las obras más queridas de Blizzard.
En Vandal hemos tenido la oportunidad de jugar al acceso anticipado de la beta multijugador que estará disponible para todos los jugadores de PC, PS5, PS4, Xbox Series X/S y Xbox One (no así Nintendo Switch) del 20 al 23 de agosto. El contenido, sin restricciones de nivel, estaba limitado a los dos primeros actos de la historia, un 20 % del juego aproximadamente si contamos el acto que añade la expansión Lord of Destruction, incluida en el paquete.
Tras estas primeras horas de viaje por el mundo de Santuario con nuestra Hechicera (también estaban activados Amazona, Paladín, Bárbaro y Druida), cerramos sesión con la sensación de que Blizzard ha hecho con Resurrected lo que los fans le pedían con Reforged: modificar lo justo, sin tocar la base jugable, para que de el pego como un juego de 2021.
Aniquilar demonios es igual de divertido más de 20 años después
Con el recuerdo difuminado por el paso del tiempo de Diablo II, publicado originalmente en el 2000, nos acercamos a Resurrected con el temor de encontrarnos con un juego obtuso rodeado de un envoltorio precioso. Nada más lejos de la realidad. El RPG de acción de Blizzard sigue siendo tan divertido hoy día como hace 20 años, y como entonces, es capaz de absorberte durante horas y horas gracias a unas mecánicas divertidísimas y en apariencia sencillas, una dificultad muy equilibrada y una sensación de descubrimiento constante, sin entrar en su atractivo worldbuilding.
De hecho, lo que más choca durante los primeros momentos de Diablo 2 es también una de sus principales bazas: la ausencia de un mapa que nos guíe. Cuando aparecemos en el Campamento de las Arpías con nuestro recién creado personaje (en la beta solo se podían crear personajes online, pero en el juego completo también se podrán crear para jugar offline), lo único que se nos indica son los controles básicos para el método de control elegido. En esa ciudad aceptamos misiones que nos piden desplazarnos a localizaciones que desconocemos, y de cuya ubicación o peligros podemos saber (poco) más charlando con el resto de personajes del lugar.
Esto nos lleva a lanzarnos al mundo con precaución, con el temor de perdernos (aunque hay un mapa superpuesto que se va dibujando conforme exploramos la zona) y con el miedo de no llevar las suficientes pociones de vida y maná para hacer frente a las bandadas de demonios que hay más allá de los caminos, que tampoco son precisamente seguros. Aunque no es tan habitual ver estos días un RPG sin mapa, y es evidente que no a todos los jugadores les gustará la sensación de no saber a dónde van, la decisión de diseño tiene un efecto positivo: cada viaje es interesante porque en cada área nos esperan secretos inesperados y peligros ante los que quizá no estamos preparados.
Pero lo que sustenta a Diablo es el combate, mucho más fino de lo que lo recordábamos. Por una parte, porque es tremendamente satisfactorio lanzar novas de escarcha y bolas de fuego a golpe de ratón (también con los botones del mando; más sobre esto más adelante). Por otra parte, y tan importante como el feeling de las acciones, es porque el diseño de los enemigos es fantástico, en cuando a cómo se mezclan entre ellos y cómo nos obligan a movernos de manera distinta.
Gestionar las oleadas de zombis, intentar meterse entre la guerrilla de Caídos para acabar con los chamanes que no paran de revivirlos, guardar las distancias ante los brutos… Cada enfrentamiento, ya sea en los bordes de los caminos o en las angostas cavernas, es divertido y tiene la dificultad justa, lo que dice mucho de las buenas decisiones que tomó Blizzard hace dos décadas (Resurrected corre sobre el código del juego original, lo que permite que con una pulsación de F5 se pase a aquel como por arte de magia).
Más accesible que nunca, ¿y mejor con mando?
Diablo 2: Resurrected incluye un puñado de mejoras de calidad de vida: numerosos ajustes gráficos para la remasterización y para el juego original, modificaciones opcionales en la interfaz, modo para daltónicos, sliders en el sonido que permiten dar prioridad a los elementos elegidos… A ello hay que sumar una interfaz más moderna, bonita y comprensible, cambios menores pero importantes como que el oro se recoja automáticamente y que el alijo, ahora de mayor tamaño, se puede compartir con todos los personajes (lo que evitará la creación de personajes mula), que la creación de salas online y el cómo unirse a ellas es un proceso más sencillo, e incluso han prometido que se podrá recuperar la partida del juego original si aún la conserváis.
Pero sin duda alguna, el mayor cambio está en el control. Con teclado y ratón, más allá de la posibilidad de asignar las teclas que queramos a las distintas acciones, se ha mantenido igual. El ratón tiene dos botones, cada uno de ellos para un ataque o magia, y se puede cambiar la acción de cada botón al asignar poderes a las teclas numéricas. Con solo dos acciones en cada momento, es un sistema que se percibe más limitado (y lo es) que el de Diablo III, pero tras un rato uno se acaba acostumbrando.
Eso sí, aunque a nuestro parecer es más satisfactorio dar hachazos o invocar llamaradas de fuego a golpe de ratón, el control con mando es más versátil. Hasta el punto de que comenzamos a usarlo para probarlo solo para poder informar de ello en esta preview, y finalmente fue nuestro método de control elegido en casi todas nuestras partidas. El mando da varias ventajas que hacen el juego más accesible. Las magias están asignadas directamente a los botones y podemos llevar constantemente 12 poderes equipados: seis que se hacen con una pulsación rápida y otras seis al pulsar un gatillo y esos botones. Además, gracias a que para movernos simplemente usamos la palanca, esquivar los ataques a distancia de los enemigos y ponernos a cubierto es más rápido que con el ratón.
El sistema funciona muy bien. El algoritmo que decide qué elementos interactivos se resaltan con más o menos prioridad casi siempre elige lo que el jugador espera que elija, ya estemos hablando de ítems por recoger en el suelo o de enemigos. Además, según Blizzard, el algoritmo se adapta a las preferencias de cada clase, de modo que al jugar, por ejemplo, con un Nigromante, se dará prioridad a un cuerpo que resucitar que a un ítem gris. En nuestras partidas no nos ha ocurrido una sola vez algo muy frecuente en los ARPG isométricos que pueden jugarse con mando: el encontrarte rodeado de objetos por recoger e ir dando pasitos para que se remarque el que tú quieres.
Gráficamente actual, sorprendente en lo sonoro
Salvo contadas animaciones de los personajes y los enemigos, Diablo 2: Resurrected no solo da el pego como un RPG isométrico de 2021, sino que lo da como uno vistoso. El trabajo de remasterización visual es de los más sorprendentes que nos hemos echado a la cara: el detalle de los escenarios, personajes y las texturas es muy notable, pero más aún la calidad de los efectos lumínicos, de sombras, de reflejos y de partículas en las magias propias y de los adversarios. Basta con pulsar el F5 para darse cuenta de que se ha trabajado mucho aquí.
Sorprenden todavía más, si cabe, las escenas cinematográficas. No se han retocado prácticamente los planos, pero se han rehecho desde cero con la calidad a la que nos tiene acostumbrados Blizzard Entertainment: son tan fotorrealistas como aquella primera escena que vimos de Warcraft 3: Reforged y que muchos esperaban que definiera el estilo de los vídeos del RTS.
No recordábamos (quizá por haber pasado buena parte del tiempo con Diablo 2 en un cibercafé) su tremenda banda sonora, cuyas piezas se han remasterizado y regrabado para aprovechar los sistemas de audio envolvente modernos. Son temas tan variados como épicos e inmersivos que te ponen las pilas para ponerte a masacrar demonios. Mención especial los efectos de sonido en interiores y un doblaje al español que no se ha modificado, pero que sí se ha retocado para que suene mejor que nunca.
La mejor versión de un clásico que muchos descubrirán por primera vez
Estaba claro, tan solo con lo mostrado hasta el momento, que Diablo 2: Resurrected iba a convencer a esos jugadores nostálgicos (y a la aún activa comunidad de Diablo 2) que querían volver a un título tan importante para la cultura del videojuego y para las experiencias personales de cada uno. Pero tras probar durante unas horas la beta, se dibuja también como un juego que vale la pena descubrir por aquellos que no lo jugaron en su día gracias a su apartado audiovisual, a sus mejoras de accesibilidad y a un control con mando que hará el título tan disfrutable en PC como en PS5, PS4, Nintendo Switch, Xbox Series X/S y Xbox One cuando se publique el próximo 23 de septiembre.
Hemos realizado estas impresiones en PC gracias a un código para la beta ofrecido por Blizzard Entertainment. El ordenador utilizado lleva una Nvidia RTX 3070 8 GB, un AMD Ryzen 5600 X y 32 GB de RAM.