Análisis de World of Warcraft: The Burning Crusade (PC)

Como resulta natural, una expansión estaba casi hecha, y Burning Crusade se anunció el año pasado con interesantes novedades. Esta vez habría un nuevo continente llamado Outland destinado a complementar los gigantescos mundos del título de Blizzard. Con él, dos nuevas razas se incorporan a los humanos, orcos, enanos, duendes, elfos, tauren, no-muertos y trolls: los draenei y los elfos sangrientos. ¿Qué podemos esperar de ellos y del mundo que habitan? Ahora lo sabremos.
En cuanto a las novedades puras, para todo tipo de jugadores, las más importantes se centran sobre todo en las razas. Los Draenei, alienígenas venidos del espacio, son una raza benéfica, curanderos, que aterrizaron en Azeroth por casualidad. Su introducción es bastante interesante, y es que empezamos en el lugar donde se estrella su nave espacial, teniendo que ayudar a los supervivientes. Este contexto es simplemente un disfraz de las misiones iniciales, destinadas a subir nivel rápidamente y que el jugador obtenga las primeras nociones del World of Warcraft. Lo realmente interesante es que este disfraz argumentativo está magníficamente realizado, sobre todo gracias a la variedad de las misiones.

En cuanto a la otra raza, los elfos sangrientos, son viejos conocidos del mundo de WOW. Su introducción no es tan espectacular, pero su ciudad natal es realmente una de las más grandilocuentes visualmente del juego. Vinculados a la horda, son taimados asesinos, despiadados, siempre ocultos en las sombras de Azeroth y Outland. La primera raza tendrá de ciudad el Exodar y la segunda Silvermoon, establecidas en los confines del mundo de Azeroth.
La idea esencial es establecer dos razas mágicas, una vinculada a la sanación y otra a los hechizos y el envenenamiento. Esto mantiene el equilibrio entre la horda y la alianza, e incorpora novedades para los jugadores que gusten de experimentar con los personajes.
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