Análisis Q REMASTERED: Un juego de ¿puzles? con una idea ambiciosa, muy feo y demasiado frustrante (PC, Switch)

Q Remastered se presenta como un juego de puzles. En Steam hay dos tráileres. El segundo, el que presenta algo más apetecible si nos preguntáis, da la idea de que es una suerte de WarioWare: se muestran situaciones disparatadas que requieren soluciones sencillas pero creativas. Y sí, hay algo de eso aquí. El primer vídeo es más fidedigno a la experiencia real: ante un problema, se dibujan y se redibujan garabatos con físicas hasta que damos con la tecla (aunque aquí solo se utiliza el cursor) para resolverlo. Suena bien, pero hay muchos peros, valga la redundancia.

A la mayoría de quienes leáis estás líneas os chocará eso de Remastered. Q, como demuestra rápidamente su propuesta jugable, es originalmente un juego para móviles de los japoneses Liica, inc. (una firma que hace juegos de puzles muy sencillos en lo visual, como el reciente Shape Suitable para Switch, pero también aplicaciones, páginas webs y servicios para empresas), que se convirtió en un éxito en su país de origen con ocho millones de descargas en seis meses. Pero nunca el éxito de un título, y menos cuando es gratuito, dice nada sobre su calidad. Al fin y al cabo, muchísimos millones de personas van al Mcdonald’s cada día.

Puzles al peso y con mucha grasa

El selling point principal son las físicas. Cada rompecabezas te propone un reto: mete la pelota en el vaso, devuelve el globo a la niña, haz que el señor se siente, explota todas las bolas, consigue que la esfera toque la parte izquierda de la escena. En pantalla están esos elementos y también obstáculos. Para salvarlos y completar el objetivo tenemos que dibujar, cualquier cosa y con absoluta libertad, para que las físicas de nuestra obra de arte interactúen de la forma correcta con la del resto de objetos y así completar el puzle.

El otro selling point es la cantidad. Q Remastered promete más de 1200 puzles, pero esto tiene un asterisco gigantesco. Hay algunos muy buenos, desafíos que nos han hecho sentir inteligentísimos (de eso va un rompecabezas), y otros que son muy originales aunque fallan en su ejecución. Sin embargo, para alcanzar esa cifra demencial, han incluido muchísima broza: desafíos mal diseñados y extremadamente difíciles que te dejan mirando la pantalla pensando si eres todavía más tonto de lo que creías, y propuestas que se repiten demasiadas veces con ligeras variaciones y que no motivan.

Con tantos puzles, esto podría no ser un problema si todos estuvieran desbloqueados de inicio, y así que cada uno separe el grano de la paja como considere. No es así. Hay varios conjuntos de fases, y para desbloquear los siguientes diez niveles de un mismo grupo hay que resolver siete de ellos, y así paulatinamente. El otro problema está en el orden; están categorizados por temática, pero no por la intensidad del reto. Un buen rompecabezas presta mucha atención en su curva de dificultad. Aquí, tras apenas unos minutos de desafíos muy fáciles, es fácil quedarse encallado, navegando por los menús destartalados buscando alguno que, al menos, te genere una idea de cómo resolverlo.

Físicas, creatividad y azar

En la dificultad porque sí está el mayor error, el que tira por tierra su virtud. Hasta enfada un poco ver cómo pisotea una idea magnífica, ambiciosa, y como queda demostrado, dificilísima de aplicar. Los mejores retos de un juego de puzles tienen una solución: te ponen unas reglas claras, y con esas posibilidades y restricciones perfectamente delineadas, uno se come la cabeza durante segundos, minutos o días, frente a la pantalla, fregando los platos o en la ducha. Aquí las posibilidades, tras trastear y descubrir algunas mecánicas que nunca se te explican, sí están claras; pero las restricciones y las reglas son difusas, cambiantes, poco confiables.

Esto se debe al peso que tiene la creatividad: las piezas las dibujamos nosotros. Piezas, por llamarlas de algún modo. Lo más normal es garabatear sin ton ni son. Lanzar palitos a la parte derecha de la bola para que vaya rodando poco a poco hasta la pared izquierda que debe tocar; crear una forma que se enganche en el tenedor y lo derribe con la inercia; levantar la figura geométrica y rápidamente colocar pequeños círculos para poder desplazarla; garabatear algo ni muy grande ni muy pequeño, y hacerlo caer desde la altura apropiada para que levante al tipo inmóvil que está tumbado en el suelo.

Esas situaciones sencillas no tardan en acabarse. Pronto aparecen niveles con zonas en las que no se puede dibujar, fases en las que no aparentemente no hay espacio para mover el objeto en cuestión, y otras en las que el objetivo no queda claro. La dificultad extrema, tan pronto, aniquila la creatividad y las ganas de seguir. Y a eso hay que sumar otros fallos. Uno de ellos es de base: en muchos retos es complicadísimo predecir el comportamiento de las físicas, lo que lleva a reiniciar el puzle una y otra vez hasta que la bolita, por ejemplo, cae donde sabías desde hace 15 minutos que tenía que caer. ¿Qué hay más opuesto a un juego de puzles que el azar?

El otro gran fallo es el control: solo hay que dibujar con un cursor cuyo grosor no se puede cambiar, no se pueden borrar los dibujos realizados (una limitación interesante si no fuera porque es fácil cometer errores) y hay una limitación imprecisa en cómo de cerca se puede dibujar de los elementos ya presentes en el nivel nivel. Nos ha recordado a esos juegos de Nintendo DS que están mal calibrados, que no detectan bien el lápiz táctil cerca de los bordes de la pantalla. Si a esto sumamos que hay puzles, por llamarlos de alguna manera, que requieren dibujar con rapidez, es fácil entender por qué es fácil enfadarse.

La tosquedad de la experiencia jugable se extrapola a lo audiovisual. Es una locura, y para cada cual, será en el buen sentido o en el malo. La paleta de colores elegida presenta un minimalismo feísta, quizá intencionado para incrementar la sensación que parece buscar: la frustración, el pensar que el juego es imposible hasta que, a veces, deja de serlo. E igual que hay puzles de todo tipo, con propuestas jugables muy diferentes, la música también es un batiburrillo mezclado sin ton ni son: chiptune, jpop, electrónica cantadita, dubstep… No tardaréis en quitarle el sonido y jugar escuchando vuestra propia música o un podcast.

Conclusiones

Hay momentos en los que Q Remastered se deja disfrutar: los primeros minutos cuando vas descubriendo cómo funcionan las físicas y cómo reaccionan con tus garabatos, cuando vas explorando las muchas categorías y te sorprende con un desafío muy distinto a los demás, cuando hace alguna genialidad humorística con la propuesta o con la resolución de la situación. Pero lo que ofrece es eso: desafíos, situaciones, muy pocos brillantes, y la mayoría imposibles, una avalancha de ideas, algunas muy buenas, pero poco reflexionadas.

No son puzles, no hay reglas fijas sobre las que reflexionar frente a la pantalla y fuera de ella. Esto va de tener todo el tiempo del mundo, el suficiente para poder dedicarlo a aburrirse, experimentando y jugueteando con las físicas y con algo que está en el extremo opuesto de los rompecabezas: el azar. Es como uno de esos juegos de móviles que aparecen en los anuncios de Google Ads que te retan con un: "¡Es imposible, no lo conseguirás!"

Es fácil entender su éxito entre los creadores de contenido y los vtubers: el proceso de superar algo aparentemente imposible frente a una audiencia genera tensión en ella, hasta cierto punto es gracioso, y no requiere tanta implicación como para descuidar los comentarios de los espectadores. En ese contexto puede funcionar, pero como juego de puzles no genera momentos eureka, sino alguna situación graciosa y satisfactoria, y sobre todo, mucha frustración

Hemos realizado este análisis gracias a un código de Steam ofrecido por Liica.