Análisis de Pony Island (PC)
El panorama independiente ya no se limita a revivir la era de los 8 y 16 bits, hay un grupo de lanzamientos muy arriesgados que de vez en cuando dan con la campanada. Ese es el caso de Undertale, que durante un tiempo ha sido uno de los juegos mejor valorados de PC. Pony Island es un extraño lanzamiento que va camino de convertirse en otra sorpresa inesperada si prestamos atención a las buenas críticas que está recibiendo de usuarios y prensa.
La descripción que mejor encaja con este juego es la de novela visual con puzles, pero nada es lo que parece. De hecho hablar sobre él se puede considerar un destripe -spoiler- que haga perder su verdadera gracia, pues lo mejor es dejarse sorprender con cada giro inesperado.
Pero entendemos que no es fácil gastar el dinero a ciegas, así que hablaremos sobre algunas de sus particularidades.
Básicamente esta isla del poni es una aventura con toques de terror donde observamos una pantalla de un viejo ordenador y un juego de un unicornio saltando vallas, un "juego dentro del juego" con el típico título de móvil o navegador –ese dinosaurio de Chrome que salta cactus cuando no hay conexión-. Pronto la cosa empieza a degradarse con bugs y cuelgues que nos obligan a salir del programa y descubrir una historia de robo de almas, conversaciones de chat con otros usuarios atrapados al igual que tú, hackeo para borrar archivos y hacer trampas, en definitiva, una colección de puzles y minijuegos hilados por una historia con toque creepypasta. La cuarta pared sencillamente no existe y es tu vida la que está en peligro.
Pony Island no es un precisamente una obra maestra en ninguno de sus apartados, y sin embargo tiene algo que te hace continuar avanzando por ver que detrás hay un desarrollo más inteligente del que aparenta. No son los gráficos, que en su mayoría tiran por estética de los años 80 con efectos de distorsión y degradado; ni el sonido, con ruido estático constante para crear tensión; ni la propia jugabilidad porque la parte más arcade es el citado runner con enemigos y saltos hasta alcanzar la meta. Según evoluciona la historia se incorporan rayos láser, enemigos y el unicornio se transforma en Pegaso para sobrevolar largas distancias, nada que no se haya visto antes.
Lo que sí destaca es la narrativa de una pesadilla digital mediante retos de dos tipos: los puzles clásicos y aquellos en plan trol. Los primeros, puzles presentados directamente al usuario, son fases de hackeo para avanzar en los callejones sin salida que nos plantea el Diablo. Él nos presenta callejones sin salida con la intención de bloquearnos, pero resulta que no es un buen programador y su juego con el alegre poni es fácilmente explotable. ¿Cómo? Son pantallas de código donde una llave va pasando por las líneas y columnas de instrucciones. Nuestra tarea es hacer que esa llave alcance un cerrojo, y para ello colocamos flechas o atajos que dirigen el progreso hacia nuestro interés.
La mayoría de códigos son sencillos, con una ligera dificultad progresiva que va complicando el trabajo. Por ejemplo, hacer que la llave evite las líneas de código malas para nuestro poni, o al contrario, hacer que entre en bucle para sumar experiencia artificialmente y subir de nivel sin esfuerzo. Calma, no son necesarios conocimientos de C++ o Java, basta con entender qué dice cada mensaje, para lo cual sí es básico el inglés. Sin entender este idioma ni te plantees su adquisición.
De vez en cuando hay que "luchar" contra un rival que también coloca los iconos en su turno, lo cual es un minijuego de estrategia bastante curioso –aunque limitado-. Pony Island nunca ofrece dificultad exasperante, ni en la parte de deducción ni la de habilidad, y equilibrar esto no era nada fácil porque su planteamiento es de todo menos convencional.
El otro tipo de puzles son aquellos que se resuelven utilizando la intuición, la parte de juego fuera del juego. Todo tiene su lógica dentro de su caótico desarrollo. Menús que caen, opciones corrompidas que necesitan ser arregladas, navegación por una pantalla que simula el escritorio del sistema operativo –pongamos Windows 3.1-, búsqueda de contraseñas, desafiar las leyes de la informática, todo vale para entrar en el perfil de otro usuario o engañar a nuestro enemigo detrás del cristal.
Estas secciones de troleo son una de las claves de su éxito, las mismas que han alzado al estrellato en Youtube a muchos juegos que son tan divertidos de ver como de jugar, sean protagonizados por una cabra o una rebanada de pan. Pony Island no utiliza físicas ni humor –al menos directamente, porque su historia es delirante-, pero encaja bien en esa categoría de títulos que desafían las convenciones tradicionales de lo que es un videojuego o no. Hay que ponerse frente a él con la mente abierta y aceptar que no se trata precisamente del tipo de entretenimiento que te va a ofrecer una superproducción o los proyecto indie que buscan recrear leyendas de hace 25 años.
A Pony Island se le puede achacar que es un poco corto, tardarás aproximadamente tres horas hasta llegar a su final. Debe ser así porque se basa en la confusión y ésta no puede durar diez horas. También la simpleza del planteamiento jugable y audiovisual, que no gustará a todos, no da para mucho más. Su creador Daniel Mullins sabía cuándo poner punto final, antes de que la diversión empiece a caer en picado.
Conclusiones
Entonces ¿vale lo que cuesta? Sí, con reservas. No es un caso de juego independiente fácil de recomendar porque lo mismo que causa furor entre los compradores –así está reflejado en su página de Steam- otro grupo de jugadores lo tachará de broma de mal gusto. Es original y provocador, lo necesario como para no dejar a nadie indiferente.
Se trata de una breve novela visual con pequeñas partes de jugabilidad que realmente no son el encanto de este poni pixelado. El protagonista eres tú y la experiencia, luchando por escapar de un juego que te pide el alma a modo de microtransacción. Seguro que eso tiene doble lectura, aunque sería tomarse muy en serio a Pony Island. ¿O no?