Netflix está teniendo unos meses complicados. La sangría de suscriptores es evidente, y eso ha acabado repercutiendo en el aspecto financiero de una plataforma que, hasta la fecha había sido la definición del éxito rotundo en el campo del entretenimiento. Mientras ajustan fórmulas, Stranger Things se revela como el bote salvavidas, como ese fenómeno capaz de aglutinar a millones de espectadores y futuros abonados alrededor de la pantalla. Y la cuarta temporada pone toda la carne en el asador. Es más y mejor. Más adulta, más larga y más compleja. Os lo contamos todo en nuestra crítica sin spoilers.
Dividida en dos volúmenes -los primeros siete capítulos se estrenan el 27 de mayo y los dos restantes el 1 de julio-, Stranger Things en su cuarta temporada es el epítome de lo que los hermanos Duffer intentaban contar cuando presentaron este producto a Netflix. Rindiendo homenaje a los clásicos cinematográficos de los años ochenta, sobre todo al género slasher, la serie contentará a propios y extraños con unos capítulos a veces muy bien producidos -otras no tanto-, y con unas tramas bien tiradas y engarzadas. Todo o casi todo lo que hace Stranger Things lo hace muy bien, y eso es algo que no todas las producciones del portal pueden decir.
Un reparto adolescente, unas tramas terroríficas y un gran villano: Stranger Things ha madurado
En esta ocasión se nos trasladará unos seis meses después desde la batalla en el centro comercial Starcourt, que trajo terror y destrucción a Hawkins. Mientras afrontan aún las secuelas, e intentan recomponer sus vidas, el grupo de amigos está separado por primera vez desde que se conocieron en su hogar natal. Todos, en mayor o menor medida, están teniendo que enfrentarse a las complejidades del instituto, lo que no les pone las cosas nada fáciles. Cuando todo parece ir bien, surge una nueva y terrorífica amenaza sobrenatural que plantea un nuevo misterio. Si consiguen resolverlo, podría suponer el fin del escenario terrorífico del que proceden las mayores amenazas, la tenebrosa dimensión Del Revés.
Los hermanos Duffer han sido conscientes de la evolución de las tramas generales que impulsan Stranger Things desde su inicio, al mismo tiempo que han sabido ajustar las historias a la madurez que también han alcanzado sus protagonistas. A través de nueve episodios, ochocientas páginas de guion y casi dos años de rodaje, se trata de la temporada más compleja, ambiciosa y distinta de todas. Sí, todos los ingredientes clásicos están ahí, las señas de identidad no se han diluido en la excesiva duración de los capítulos, pero todo es más grande y está presentando en mayor cantidad. Matt y Ross Duffer han impregnado todos y cada uno de los minutos de su extenso metraje de esa sensación de principio del fin, del primer paso hacia la conclusión de un fenómeno que nos lleva acompañando desde 2016, trasladando al espectador una imperante atmósfera de urgencia y término que le ofrece más enjundia si cabe al solemne conjunto de los episodios de este volumen de la temporada.
Stranger Things es un fenómeno global, una de las series más vistas de Netflix en toda su historia, que ha cosechado más de 65 premios y 175 nominaciones, entre los que se cuentan los premios Emmy, Globos de Oro o Grammy, y que ha acabado calando en el imaginario colectivo de toda una generación de espectadores. No es un producto más de catálogo, es la producción insignia de la plataforma, y eso queda patente desde el primer minuto. La cuarta temporada, más allá de jugar con los ecos y los flashback de un pasado que siempre vuelve -que es uno de los grandes temas-, presenta historias como el amor a distancia e innumerables clichés del género de terror bien entendidos. Sí, tendremos las habituales peleas de raritos contra guays, de deportistas contra nerds, así como del peso de las elecciones que todos tomamos y acaban marcando nuestras vidas.
Hay un momento especialmente inspirado, alimentado por un excelente montaje, en el que se nos presenta una partida de Dragones y mazmorras y un encuentro de baloncesto, con dados de veinte caras rodando al mismo tiempo en el que se encestan canastas. Puede parecer manido, pero está muy bien tirado. Y nunca mejor dicho. Stranger Things siempre ha bebido de las referencias y de los tropos del género cinematográfico más ochentero, aunque como os comentábamos, ha ido subiendo y perfilando sus matices a través de su rica mitología, aproximándose en esta ocasión al terror sobrenatural de Pesadilla en Elm Street, con un villano conocido como Vecna, capaz de aterrar a los protagonistas al introducirse en sus pensamientos y atenazarlos con sus propios miedos, dudas y pesadillas. La referencia al clásico de Wes Craven es tal que, que permitiéndose un cameo de esos que hacen época, Robert Englund acaba encarnando a uno de los roles principales de esta cuarta temporada. Su monólogo sigue siendo uno de los hitos de este primer volumen, y como nos confesaba Natalia Dyer en la rueda de prensa a la que asistimos en Vandal, pone los pelos de punta.
Hay momentos en los que la obra de los Duffer navega, en parte gracias también a su electrónica banda sonora, entre el citado filme de Craven y el terror más propio de Halloween con Michel Myers haciendo de las suyas, todo ello sin olvidar tirar del hilo de Viernes 13 o Carrie, con una Once (Millie Bobby Brown) que pierde sus poderes y es humillada una y otra vez en el instituto por un grupo de adolescentes que la califican de rarita. Este sentimiento de urgencia del que os hablábamos un poco más arriba en el análisis, en el que el grupo de amigos siempre está siendo amenazado por algo que no pueden ver, consigue que la trama discurra y se desarrolle mejor que nunca.
Si en la tercera temporada el mal buscaba la manera de materializarse físicamente en Hawkins mientras los comunistas de la Unión Soviética se marcaban un Amanecer Rojo, en esta ocasión sentiremos, al mejor estilo de los relatos de Stephen King, que el mal está presente en cada esquina y que, a veces, no procede de las dimensiones desconocidas. Y sí, las comparaciones con IT (Eso) son más que evidentes, y en lugar de globos rojos como en el caso del payaso Pennywise, aquí tenemos relojes de pared que doblan sus campanas advirtiendo de que el mal está cerca.
También es notable la trama protagonizada por Hopper (David Harbour) en las citadas y frías tierras soviéticas, sobreviviendo a la dureza de los comunistas rusos y buscando una manera de salir de un campo de trabajos forzados. Dado que las historias están separadas la mayor parte de Stranger Things en esta cuarta temporada, su inteligente alternancia en los episodios, ayuda al ritmo, relajando y tensionando al espectador cuando toca. Paulatinamente irán convergiendo y transformándose en una narrativa conjunta muy bien presentada, al igual que hizo Juego de tronos en sus últimas temporadas. Hay una clara inercia, propia de las grandes producciones bien engrasadas, que hace que estamos pasando de un escenario a otro sin sentirnos mareados ni estúpidos.
Pero nada de esto serviría sin un reparto a la altura de las circunstancias. Millie Bobby Brown, Finn Wolfhard, Noah Schnapp, Caleb McLaughlin y Gaten Matarazzo están a un nivel excelente, con un grupo de nuevas incorporaciones que nos han encantado. Tenemos a un divertido Eduardo Franco (Súper empollonas) como Argyle, el nuevo mejor amigo de Jonathan (Charlie Heaton), un drogadicto amante de la diversión que entrega, con orgullo, deliciosas pizzas para Surfer Boy Pizza. Pero si tuviéramos que destacar un nombre sería el de Joseph Quinn (Howards End) que da vida a Eddie Munson, un amante del heavy metal que dirige el Club Hellfire, el club oficial de Dragones y mazmorras de la escuela de Hawkins. Eddie, odiado por los que no le entienden, y querido por los que sí lo hacen, se acaba convirtiendo en el aterrador epicentro del misterio de esta temporada junto a Sadie Sink, que se come la pantalla como Max.
Tanto los Duffer como Shawn Levy, quien dirige varios episodios, tienen más que asimilado el tono y la identidad de la serie, pero es que el debutante Nimród Antal, responsable de Predators o Kontroll, lo clava. Su adición como realizador es notoria, impregna de su propio estilo y autoría cada plano, y Stranger Things se beneficia en términos absolutos de su presencia. Lo desconcertante o extraño lo es ahora aún más, y lo que daba miedo en pasadas temporadas, ahora consigue atemorizarnos durante minutos. The Dive, el sexto episodio de este primer volumen, atesora una de las secuencias más incómodas de cuantas hemos presenciado en la serie. Ahora viene lo difícil.
Netflix rumia un spinoff con Millie Bobby Brown, y ya empieza a preparar el terreno para el final que se materializará con la quinta temporada. Aunque falta mucho, como nos comentó Charlie Heaton en su visita a Madrid, todas las piezas están dispuestas sobre el tablero. Los hermanos Duffer han demostrado que saben lo que hacen, y como Freddy Krueger en sus reinos de pesadilla, lo tienen todo bajo control. Han vuelto a firmar una excelente temporada. Netflix puede estar tranquila, aunque el reloj -tic, tac- juega en su contra ahora que la conclusión de su gran éxito está más cerca que nunca.
Stranger Things estrena su cuarta temporada el próximo 27 de mayo con siete episodios correspondientes a su primer volumen. Hemos visto la temporada gracias a un código de acceso anticipado proporcionado por Netflix y Equipo Singular.
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