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Análisis Juego de tronos 7x04 - Botines de Guerra

Cuando la sangre es más fuerte que el odio; más fuerte que el fuego.
Análisis Juego de tronos 7x04 - Botines de Guerra
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Juego de tronos compite consigo misma. Las series de HBO tienen un sello propio, un conjunto de elementos y mecanismos que las elevan por encima de otras producciones y las hacen pugnar con otras confecciones televisivas de la misma cadena. Pero la serie basada en Canción de hielo y fuego, la inabarcable novela río de George R.R. Martin, se riñe contra ella temporada tras temporada en una carrera por superarse y deleitar al espectador con algo nuevo y grande. Es el truco del más difícil todavía en un circo de múltiples pistas: Poniente y sus Siete Reinos son el escenario, y David Benioff y D.B. Weiss, sus maestros de ceremonias.

Botines de guerra es el compendio perfecto de lo que puede llegar a ofrecer Juego de tronos como serie y como obra capaz de perdurar en el tiempo. A día de hoy quedan pocas dudas de la trascendencia de la producción y su impacto en la sociedad -y si las hay, provienen de los mismos sectores críticos de siempre-: el público devora y consume la serie como el propio fuego del dragón, con una ferocidad y voracidad única. Y no es para menos. Todos guardamos una relación especial con la serie, de una forma u otra. La disfrutamos por distintas razones, y nos dejamos llevar por su propuesta de las más diversas maneras. Tenemos un vínculo especial con ella.

Botines de guerra, filmado con exquisitez por Matt Shakman y con guión de Weiss y Benioff, se trata de uno de los mejores episodios de la serie, pues versa sobre las decisiones y los vínculos que a todos nos atan; los lazos que aparecen o surgen a la luz en los momentos más inesperados y desde las mismas profundidades de la tierra y el propio ser. Sobre la sangre por encima del fuego.

Juego de tronos 7x04 - Botines de Guerra

Fríos reencuentros en las profundidades de Invernalia

Bran Stark hace tiempo que abandonó su cuerpo de tullido, trascendiendo tiempo y espacio; siendo testigo de lo que pasó, lo que está pasando y lo que puede llegar a ocurrir. Es el espejo de Galadriel encarnado. El nuevo Cuervo de Tres Ojos, afligido por su responsabilidad, ni siente ni padece. Ya no es el niño que una vez disfrutó jugando a la guerra con sus hermanos en el patio de armas de Invernalia, pues tiene asuntos más importantes e imperiosos que resolver. Para él, cualquier hecho y frase es algo efímero: es consciente de las mentiras, de los modismos corteses de nobles en palacio, del falso abrazo de la calidez y la condescendencia, incluso si ese lamento en concreto llega a ser sincero y profundo, como el que puede proporcionarte un amigo, un familiar o una compañera de la talla de Meera Reed.

Imagino que has visto cosas que pocos creerían. Pasar por eso y volver a casa para encontrar caos en el mundo

Su frase a Petyr Baelish, el malogrado Meñique de la HBO -Aidan Gillen es toda una caricatura dramática que se limita a sonreír y susurrar como si eso le confiriese por decreto un aspecto ladino-, se clava y hace más daño que el famoso puñal de acero valyrio que desencadenó la Guerra de los Cinco Reyes en los albores de la primera temporada. El diálogo -por llamarlo de alguna manera- es la muestra fehaciente de lo que ha visto, sentido y observado Bran; si el caos es el instrumento para la ascensión al poder de Petyr, Bran es el elemento instaurador del orden. De nada sirve que Meñique le jure protección eterna bajo la vacua promesa que una vez realizó a Catelyn Stark, su verdadero y obsesivo amor. El Stark, el otrora príncipe de Invernalia, está por encima de todo. Es omnisciente.

Soy Arya Stark. Este es mi hogar

Botines de guerra, como los anteriores episodios de esta séptima temporada, ofrece grandes dosis de reencuentros. Juego de tronos es una serie coral, que ha tenido a sus personajes y protagonistas muy alejados, con líneas argumentales propias y espacios y escenarios dispares. Ahora, conforme se acerca la verdadera guerra, tienden a chocar y entrelazar destinos. Ya vimos el reencuentro de Sansa y Bran, y ahora, bajo los sempiternos copos de nieve que riegan el Norte de Poniente, le toca el turno a Arya Stark. La pequeña también ha visto y padecido, a dejado de ser Arya para convertirse en Nadie y volver a toparse con su raíces por giros inesperados del destino.

Juego de tronos 7x04 - Botines de Guerra

Ella no es la misma, pero Invernalia también es distinta. Sus habitantes, sus soldados, sus guardias y todo lo que habita en ella, ha cambiado. Lo único que permanece, son los recuerdos del pasado, los vínculos que se esconden profundo en las entrañas de la tierra. Ahí yacen, entre antepasados y muertos, los rostros de las personas con las que ella verdaderamente tiene un lazo inquebrantable. Son sus raíces. El ancla que le recuerda quién es en el fondo de su ser. Y con las estatuas como testigos y la pálida luz de las velas que iluminan las criptas del castillo, Sansa abraza a Arya en la intimidad; no son las mismas niñas que una vez fueron, pero siguen siendo hermanas.

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En las entrañas de Rocadragón: cuando la leyenda cobra vida

Las profundidades de la tierra vuelven a cobrar importancia también en Botines de guerra cuando Jon invita a Dany, afincada en el bastión Targaryen de Rocadragón, a visitar las cuevas de las que los norteños piensan extraer la valiosa obsidiana -vidriagón- con la que fabricar armas para frenar el avance de los Caminantes Blancos y sus legiones de muertos devueltos a la vida. Si Arya y Sansa se han reencontrado entre las frías y profundas rocas de Invernalia, Jon y Dany, líderes enfrentados por motivos diversos pero con un objetivo común, encuentran un nuevo nexo de unión entre las aceitosas y correosas vetas de la oscura piedra.

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Allí, entre formaciones y nudos imposibles, se esconden en sus grutas las pinturas rupestres que revelan el turbulento y aterrador pasado de Poniente: los Caminantes Blancos siempre estuvieron ahí, siendo una amenaza real para la vida que se manifiesta cada cierto tiempo en el universo de Canción de hielo y fuego. Como rezan los primitivos dibujos, los Niños del Bosque los combatieron ferozmente junto a los Primeros Hombres, aunque con resultados dispares. Daenerys, convencida de que las historias de Jon son más reales y no simples leyendas, decide apoyar la causa del bastardo de Invernalia con una condición: que se trague su orgullo e hinque la rodilla. Dany luchará por el Norte, sí, pero siempre y cuando su rey reconozca a la heredera legítima al trono.

Lucharon unidos contra su enemigo común a pesar de sus diferencias. Juntos. Tenemos que hacer lo mismo. El enemigo existe. Siempre.

Si bien el recurso de guión usado por Weiss y Benioff funciona, no podemos dejar de ver la secuencia como algo pobre, con un timing horrible en la serie. Juego de tronos no ha ofrecido detalles suficientes de la rica mitología de Poniente como para que el momento tenga importancia y enjundia suficiente para sacudir y concienciar al espectador. En la quinta y sexta temporada se usaron a los Niños del Bosque como parte activa del rito de invocación de los Caminantes Blancos -incluso podríamos decir que ayudaron a nacer al propio Rey de la Noche-, dando pinceladas del pasado mágico que una vez reinó Poniente, pero el lore televisivo ha ido dando tumbos sin concreción alguna episodio tras episodio. ¿Sabe el espectador quiénes son los primeros hombres? ¿Y los ándalos? ¿Por qué se introducen en el relato ahora, a pocos capítulos de la conclusión de la serie?

Juego de tronos 7x04 - Botines de Guerra

No, no podemos pedir que se ofrezca tanto trasfondo como el que podemos vislumbrar en El Señor de los Anillos o incluso en El Hobbit de Peter Jackson -Walsh, Boyens y el propio neozelandés sí saben de qué manera trufar el relato de delicadas pinceladas con las que construir y ofrecer la justa mitología en su narración-, pero dada la extensión de una serie como Juego de tronos, no habría estado de más haber tocado con mayor ahínco en su momento estos temas que ahora se revelan como importantes. Sí, el lector de las novelas de Martin intuye y rellena con su propia información qué es lo que está viendo o lo que puede estar por venir, pero el espectador puede llegar a mirar con la misma cara de asombro que Dany a las paredes de la cueva.

Si se hubieran trabajado las raíces mitológicas de la serie en su momento, el impacto de la secuencia, habría sido el doble. Desgraciadamente, y como pudimos ver en la mediocre sexta temporada -capaz de lo mejor y lo peor en un mismo episodio de sesenta minutos-, a veces, Weiss y Benioff son incapaces de manejar los muchos elementos de un relato que es notablemente complejo y está plagado de detalles que no siempre acaban luciendo como deberían en pantalla por una evidente falta de planificación. En cualquier caso, entendemos y aplaudimos el truco de ambos guionistas; no tanto así su ejecución.

Juego de tronos 7x04 - Botines de Guerra

Más notable nos parece, tras el encuentro de Jon con Theon Greyjoy -de verdad, Alfie Allen es el verdadero talento tapado de la serie-, el discurso de Missandei, que por primera vez en una ristra interminable de episodios, tiene un peso dramático real. La chica de Naath, antigua esclava y sierva de los Grandes Amos de la Bahía de los Esclavos, ya no es sierva de nada ni de nadie. Su argumento será el detonante para que Davos Seaworth, alguien que ha servido a reyes por fiel creencia y convicción, comprenda hasta qué punto genera confianza y fidelidad Daenerys entre los suyos. Los que la siguen fervientemente, no lo hacen por obligación, terror o miedo: simplemente, la eligen.

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Fuego y sangre

Botines de guerra se guarda lo mejor para el final. El capítulo abre con las tropas Lannister llevando el oro a Desembarco del Rey tras el saqueo de Altojardín -sirviéndonos, además, para volver a reencontrarnos con ese exquisito personaje en la serie que es Ser Bronn del Aguasnegras- para pagar las deudas contraídas por la corona con el Banco de Hierro -sí, vivimos en una época de dragones y zombis gélidos, pero las cuentas hay que pagarlas-, y con ellas, se cierra. Mientras la rezagada vanguardia Lannister se afana por llevar los botines de la guerra tras la seguridad que confieren los muros que regenta matriarca Lannister personificada por Cersei, Daenerys, cansada de las fallidas estrategias militares de Tyrion Lannister y los suyos, decide pasar a la acción. La ya cercenada rosa de las espinas se lo dejó claro en confianza: no eres una pastora, eres una dragona.

Locura y grandeza son dos caras de la misma moneda y cada vez que un Targaryen nace, los dioses lanzan la moneda al aire y el mundo aguanta la respiración para ver de qué lado caerá

Dany, montada a lomos de Drogon y acompañada por una horda de dothrakis, decide atacar a las rezagadas legiones de los Lannister en su camino de regreso a casa. Y el resultado es, a todas luces, espectacular. Si Aguasnegras, Casa Austera o La batalla de los bastardos supusieron hitos dentro de la iconografía audiovisual de la serie, Botines de guerra hace lo propio en un contexto completamente diferente: no hablamos de la tradición del capítulo previo al final, pues apenas hemos pasado el ecuador de la condensada temporada que nos atañe.

¿Aceptarías un pequeño consejo de una anciana? Los señores de Poniente son ovejas. ¿Tú eres una oveja? No. Eres un dragón. Sé un dragón

La dirección de Shakman durante el combate -director que tiene en su haber los mejores episodios de Fargo y algunos muy buenos de House o The Good Wife-, firme, clara y concisa, no tiene nada que envidiar a la de Oliver Stone en Alejandro Magno y su batalla de Gaugamela. En todo momento reconocemos como espectadores cómo forman y de qué manera están distribuidas las tropas de los Lannister alrededor del convoy que deben proteger, y somos conscientes de la estrategia y el rol que toman y desempeñan lanceros y arqueros ante el peligro que se cierne sobre ellos a través de la tierra y el cielo.

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La secuencia está planificada y narrada de una forma exquisita. Se toma su tiempo para que seamos conscientes del espacio, de los involucrados -el diálogo con Dickon Tarly es soberbio- y de la amenaza creciente, que resuena como el estallido de las olas y el mar contra las rocas. Lideradas por la sangre de dragón, Daenerys Targaryen dirige a la caballería dothraki por los límites del Dominio. La carga de los salvajes -armados con los peligrosos arakh, una suerte de guadaña-espada cuya curvatura les permite sesgar cuellos y cabezas sin necesidad de bajarse de sus corceles- por la casi infinita llanura es aterradora, digna del mejor western crepuscular. Prietos y disciplinados, los leones de la roca intentan componer su falange pero nada puede hacerse contra el terror negro que desciende sobre ellos.

Basta de planes astutos

Imaginad por un momento lo que debe ser contar con un medio aéreo como un dragón en una época en la que las batallas se libran a ras de suelo. Es un elemento diferenciador, capaz de cambiar las tornas del combate y las reglas del juego. Weiss y Benioff, en sus entrevistas, lo compararon con acierto con la llegada de una especie de caza de combate en un mundo en el que todavía están luchando con lanzas, espadas y arcos. Los Targaryen dominaron todo el universo conocido con la ayuda de estas implacables bestias, instaurando un nuevo orden mundial a base del fuego del dragón. Pero como cualquier animal, si respira, se puede matar. O al menos, herir.

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Siguiendo a Bronn entre el caos del campo de batalla -en una secuencia que tiene ecos de lo mejor de Braveheart y sí, del propio capítulo de La batalla de los bastardos-, observamos cómo los Lannister caen ante el envite de la caballería salvaje, mientras el locuaz mercenario esquiva cuerpos carbonizados, huye de un insistente dothraki que lo arrebata de su montura y encuentra la ansiada balista o escorpión. Su intención está clara: derribar al peligroso Drogon con el ingenio de Qyburn. Bronn arma y ajusta la balista de forma concienzuda, entre ceniza, fuego y humo. La potencia visual de este particular baile es sobrecogedora: simboliza la perfecta yuxtaposición entre el terror primitivo e inexplicable que provoca Drogon y la ciencia y tecnología que ha sido capaz de dar a luz un arma con capacidad de arrebatar la vida a una criatura casi imposible por naturaleza.

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Mientras las filas Lannister caen ante las andanadas y llamaradas provenientes de las fauces de Drogon, en una loma cercana, Tyrion Lannister, mano del rey de Daenerys Targaryen, es testigo de la masacre -ojo a la fotografía ocre, asfixiante, que envuelve toda la toma-. Los caballos, ardiendo, huyen del caos. Los soldados, calcinados, intentan sofocar sus llamas en las orillas del lago. Dany ha caído a traición sobre los restos de las tropas de los leones -uno de los mejor armados y dirigidos ejércitos de Poniente- y está causando un daño sin parangón en la historia reciente de Poniente. Mientras observa el poder de muerte que es capaz de desplegar la reina de plata cuando está montado sobre uno de sus hijos, el gnomo busca desesperadamente a su hermano. Tyrion sabe que está ahí, comandando al ejército que una vez él mismo dirigió. Y lo encuentra.

Idiota. ¡Eres un puto idiota!

Sobre un pálido caballo blanco, Jaime Lannister intenta dirigir lo poco que queda de las descompuestas filas de su ejército. Tras el disparo de Bronn, Drogon yace herido sobre el suelo, con una Daenerys que se afana por extraerle la enorme flecha que ha atravesado el lomo de su montura. En un momento de lúcida estupidez, Jaime Lannister, inspirado por la locura que enarboló Don Quijote en su absurda lucha contra los gigantes o el aguerrido sentimiento que caló en el corazón de San Jorge de Capadocia en su batalla contra el dragón, el león de la roca decide cargar con una simple lanza contra Drogon y Dany. La maniobra, aunque épica y digna de cantarse y escribirse en los libros venideros, no sirve de nada. Ser Jaime Lannister, la mano de oro de la familia de Roca Casterly, acaba siendo arrojado en las profundidades del lago que ha sido testigo de la contienda, hundiéndose lentamente mientras se sumerge en la oscuridad que confieren sus frías aguas.

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Botines de guerra usa en su relato de forma constante los vínculos de sangre, palabra y fe, para contarnos cómo nos unimos, emparejamos, amamos y seguimos a aquellas personas en las que creemos y confiamos. Aquellas personas con las que nos sentimos seguros, cómodos o importantes en los peores y mejores momentos de nuestras vidas, ya sean reyes, capitanes, soldados, mercenarios o visionarios. Tyrion, temeroso por lo que está sintiendo en su interior, por esa diatriba con la que está condenado a vivir como hijo no deseado y persona sin patria o raíces auténticas a las que aferrarse, sabe que Jaime es ahora su enemigo y rival en la guerra que está librando. Pero al mismo tiempo, es también su sangre. Es su hermano. Y eso es un vínculo que ni el fuego más atávico e incandescente puede derretir.

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