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Tenet: Crítica (sin spoilers) de la nueva película de Christopher Nolan

La nuevo de Nolan ya está en los cines tras un largo periplo. Su relato de ciencia ficción y espías muestra lo mejor y lo peor de un director con tantos seguidores como detractores.
Tenet: Crítica (sin spoilers) de la nueva película de Christopher Nolan
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Tenet estaba destinada a salvar los cines en su peor momento. Definida como un blockbuster con "brillo intelectual" según el mismísimo Kenneth Branagh, lo nuevo de Christopher Nolan ha llegado a las salas de proyección de España y otros tantos países justo cuando se necesitaba. La pandemia de coronavirus ha destrozado la industria cinematográfica a niveles de los que nos somos conscientes, cambiando el modelo de negocio de distribución, las ventanas de lanzamientos de los estrenos de las grandes productoras y destruyendo miles de trabajos directos e indirectos. En este apocalíptico escenario, el film de Warner Bros. tenía la complicada misión, como si del propio protagonista de la cinta se tratase, de salvar el mundo. Las primeras reacciones fueron positivas, pero, ¿es para tanto? ¿Merece la pena ir al cine para verla? Respuesta corta: sí.

No trates de entenderlo: Tenet es el origen de todas las filias y fobias del cine de Nolan

La gente deseaba volver al cine, pero la situación no era la más propicia. El virus sigue campando a sus anchas en multitud de regiones y países, y sabemos que no es plato del buen gusto meterse en una sala a oscuras con un montón de extraños. Pero hay que lanzar un mensaje claro a todos los espectadores dudosos: las medidas de seguridad de los cines están haciendo su trabajo, y disfrutar de una película como Tenet en pantalla grande y con el mejor sonido imaginable es casi obligatorio. Volver a sumergirnos en la liturgia de la proyección de un film en una sala de cine tras tantos meses de sequía es una auténtica experiencia. Rezaba Christopher Nolan en una misiva a comienzos de toda la pesadilla relacionada con el coronavirus que los cines serían esenciales para recuperar la normalidad y la cordura. "El cine está compuesto de personas normales, y muchas de ellas apenas ganan lo mínimo a la hora o tienen un salario digno, y creedme, están administrando los lugares de reunión más accesibles y democráticos de nuestra comunidad", remarcaba Nolan cuando explicaba que era necesario el estreno de Tenet en cines y lo vital que era el apoyo a las salas una vez se terminase la cuarentena. "Los cines son una parte vital de la vida social, proporcionando trabajos para muchos y entretenimiento para todos". Y no podemos estar más de acuerdo con esta afirmación, sobre todo cuando nos movemos en terrenos complejos como el de la distribución digital y el vídeo bajo demanda premium a precio de oro.

"No trates de entenderlo. Siéntelo" llega a explicar el personaje de Clémence Poésy en una de las primeras escenas de la película. Y no se nos ocurre mejor ni más claro consejo a la hora de sentarse a ver Tenet, en lo que parece casi un discurso que rompe la cuarta pared del propio Christopher Nolan a su entregada audiencia. Si nos detenemos a pensar y analizar hasta la extenuación absolutamente todo lo que pasa en pantalla, sintiéndonos más inteligentes o superiores por averiguar o lanzar pesquisas sobre lo que está por suceder en la escena siguiente, la magia del parque temático que ha construido Nolan se esfuma y desvanece a las primeras de cambio. En la nueva obra del director de Origen, y al igual que en aquella, todo parece más complicado de lo que realmente es, quizás en un nuevo tic narrativo en lo relativo a la excesiva explicación de conceptos metafísicos que si bien son parte de un engranaje que funciona a la perfección como el mecanismo de un pantagruélico reloj, se antojan reiterativos y artificiosos.

En Tenet todo parece más complicado de lo que realmente es; si te dejas llevar se disfruta más que analizándola

No es que Tenet sea difícil de entender en sí misma, ni mucho menos. Nolan tiene una particular manera de presentar sus conceptos y preceptos, y no ha cambiado ni un ápice de los mismos desde sus obras maestras como Memento o El truco final (The Prestige), invitándonos a deleitarnos en sucesivos revisionados de los incontables detalles que trufan algunas de las secuencias más sonadas o corales. Porque en el fondo, esta ambiciosa película de espías de ciencia ficción es justamente eso; una película de acción refinada que a veces se cree más inteligente de lo que realmente es. Nos narra la historia del Protagonista, un agente de la CIA interpretado por John David Washington que debe encontrar el origen de una nueva arma que es capaz de causar la Tercera Guerra Mundial si cae en malas manos. Armado con una única palabra, ayudado por Robert Pattinson (que está que se sale) y con un concepto vago de lo que puede llegar a hacer esta misteriosa energía capaz de invertir el tiempo, deberá embarcarse en una arriesgada misión para descubrir el origen de la misma. Con esta premisa, Nolan realiza el más lúcido homenaje a las películas de James Bond sin caer en la parodia o la autoreferencia. Comentaba él mismo que se había inspirado en la manera en la que Sergio Leone había construido el western definitivo con Hasta que llegó su hora sin caer en la parodia o el calco, y parece que lo ha logrado.

A simple vista, Tenet tiene todos los clichés del género, desde bellas mujeres que viven bajo la sombra del malo de turno a traficantes de armas, pasando por persecuciones de coches, yates de lujo y un buen número de trajes caros a medida. Sin embargo el concepto sobre el que parte el cineasta responsable de la trilogía de El caballero oscuro, la inversión del tiempo y la entropía de la materia, es lo que logra conseguir la ilusión de absoluta novedad sobre el conjunto. Durante años se ha hablado de la falta o ausencia del llamado sense of wonder en el cine reciente, aquella sensación que maestros como Steven Spielberg lograron introducir en el subconsciente de toda una generación de espectadores criados en los años ochenta y noventa en base a sus películas y forma de entender el cine. En el panorama cinematográfico actual, atiborrado de pantallas verdes y saturado de efectos especiales digitales, una muestra de poderío en set pieces como de la de Christopher Nolan era muy necesario. En parte es logro de Andrew Jackson y Scott R. Fisher, sus supervisores de efectos especiales, los cuales tuvieron que trabajar codo con codo con el director para crear secuencias de acción creíbles y tangibles, ajenas a la espectacularidad vacía de Hollywood. Quizás suene un poco grandilocuente, pero es la pura verdad. Cuando hay una persecución en coches sientes que la velocidad es real, y cuando un avión se empotra contra un edificio en mitad de un aeropuerto, sabes que de suceder y ser testigo de ello, sería tal que así.

"Cuando ves objetos del mundo real en movimiento, tu mente desarrolla una configuración predeterminada de cómo se comportan las cosas, ya sean peces o aviones", explicaba el director en una entrevista. De hecho, ha trabajado de nuevo con cámaras IMAX para otorgar de mayor contundencia al relato, algo que funciona tanto en los planos más abiertos y grandes como en las increíbles y exquisitamente coreografiadas secuencias de lucha. La idea de ver cómo alguien se defiende hacia atrás mientras la otra persona desarrolla sus movimientos de manera natural es algo tan fascinante de ver como complejo de rodar. A eso hay que sumarle los destellos de la banda sonora compuesta por Ludwig Göransson, que si bien paga el peaje de intentar parecerse a Hans Zimmer -con algún riff de sus partituras para el director- demuestra originalidad a la hora de ceñirse a la historia temporal que plantea Nolan. El problema viene cuando ponemos la lupa en algunos personajes, tramas o diálogos, que comienzan a demostrar las enormes carencias -si se nos permite llamarlas así- que sigue arrastrando Nolan y que son ya parte de sus propias formas y maneras como cineastas.

Tiene todos los clichés del género de espías pero con una nueva capa de brillo y un concepto muy original: la inversión del tiempo

Una de ellas es la excesiva explicación de determinados conceptos metafísicos en boca de los protagonistas. El film tiene la imperiosa necesidad de demostrar al espectador que todo lo que se ve y se muestra es plausible o real, y si bien el físico ganador del premio Nobel Kip Thorne ha vuelto a asesorar a Nolan para estas lindes y lo aplaudimos, esto origina momentos realmente incómodos. ¿De qué sirven interminables y atropellados diálogos para explicar lo que estamos viendo? ¿Para qué remarcar o recalcar lo que se nos quiere mostrar en pantalla? Los monólogos condescendientes son marca de la casa, pero en esta ocasión llegan a ser más vergonzantes que los escritos para el personaje de Anne Hathaway en Interstellar. Y ya es decir. Podríamos entrar también en la pobre escritura de los roles desempeñados por el villano de la función, Andrei Sator (Kenneth Branagh) y su abusada y aprisionada esposa, encarnada por Elizabeth Debicki. Son las partes menos lúcidas de todo el mecanismo que lleva en sus entrañas Tenet.

Tenet se disfruta más cuando te dejas llevar por ella. Casi todas sus piezas y elementos encajan, y aunque hay partes que no brillan ni demuestran tanta lucidez como se le presuponen a Nolan -que ha firmado varias de las mejores películas de la última década-, constatan que el director sigue siendo único en la forma de presentar y mostrar sus ideas. Quizás por eso moleste tanto o tenga tantos detractores. Carl Sandburg decía que el tiempo era la máxima divisa que un hombre podía tener en su vida. Si tomamos como cierta su reflexión, os invitamos a que invirtáis el vuestro en ver lo nuevo de Christopher Nolan en cines. No os arrepentiréis.

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