Hollywood está abonada, desde hace décadas, a una serie de fórmulas desprovistas de casi toda personalidad. Secuelas, revisiones de licencias, sagas de superhéroes y universos compartidos. A veces funcionan, otras no. En un contexto donde los grandes espectáculos del Séptimo Arte se ven cada vez más desprovistos de la meticulosidad y la profundidad que alguna vez los definieron, de vez en cuando, como hemos visto en el caso de las películas de Kevin Costner, aparecen muestras de cine adulto proveniente del continente europeo. Afianzada en los grandes exponentes del género de aventuras encontramos El conde de Montecristo, la última gran adaptación de Alejandro Dumas que ha enamorado incluso a Arturo Pérez Reverte.
Es la mejor película de aventuras del año y se trata de una adaptación casi perfecta de una de las mejores novelas de todos los tiempos
Este notable éxito del cine francés se suma a la creciente ola de adaptaciones de las obras de Alejandro Dumas, que fusionan una fidelidad respetuosa con la esencia literaria de sus relatos y una ambición visual propia de los grandes blockbusters que os comentábamos al comienzo. Pierre Niney se convierte en el Conde en esta versión tradicional, pero revitalizada, que se posiciona como una de las principales cintas de aventuras del año, ya disponible en streaming a través de Movistar+ Plus.
La historia sigue a Edmundo Dantès, un hombre que disfruta de una prometedora carrera como navegante y de una relación estable con su amada Mercedes, con la que planea casarse. Pero, de repente, se ve atrapado en una trama de conspiraciones y traiciones que lo arrastran a la pérdida de todo lo que tenía y lo condenan a años de prisión. Con la ayuda de un compañero de celda, quien le revela la ubicación de un tesoro escondido, Dantès urde una venganza tan calculada como despiadada. Esta adaptación de Dumas dirigida por Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière no se limita a replicar la grandiosidad y la exagerada épica de los filmes recientes de Los tres mosqueteros, busca su propia personalidad en la narrativa, la engrandece y enaltece, intentando encontrar su propio camino dentro de una historia de sobra conocida.
Aunque sigue siendo fiel al texto original hasta el punto de parecer, en ocasiones, algo extensa y excesivamente literaria, la narración se distingue por un ritmo firme y un desarrollo de la trama que mantiene al espectador cautivo sin la necesidad de recurrir a explosiones espectaculares. Esta nueva versión de El conde de Montecristo destaca por su capacidad para comprender e interpretar el material original de manera más profunda, sin sacrificar los aspectos más complejos del relato -un difícil equilibrio-, como los discursos sobre las clases sociales y las barreras económicas que definen el conflicto. Y no os preocupéis: las sorpresas, giros y cambios inesperados de la historia original están intactos.
¿Por qué es tan buena El conde de Montecristo? Bueno, sin ser perfecta, lo cierto es que estamos ante un espectáculo clasicista, construido con esmero y sin dejarse llevar por la artificialidad y superficialidad que hoy en día domina los grandes estrenos de Hollywood. Es un pequeño oasis del celuloide, un soplo de aire fresco en una industria que necesita urgentemente mirar al pasado para recordar por qué las grandes historias clásicas pueden seguir siendo las bases de las películas del mañana.