En Oriente Medio, la obsesión por la altura se ha transformado en una batalla simbólica por el poder, el prestigio y el futuro económico. Tras la inauguración del Burj Khalifa en 2010, con sus imponentes 828 metros de altura, Dubái marcó un antes y un después en la arquitectura mundial. Sin embargo, Arabia Saudí no tardó en responder con la Torre Jeddah, un proyecto faraónico que, si se completa, superará la barrera de los 1.000 metros.
A su vez, Dubái contraatacó con la Creek Tower, que en su concepción aspiraba incluso a alcanzar los 1.400 metros. Estas megatorres no sólo buscan el récord: son emblemas de poder geopolítico y vitrinas para atraer inversión y turismo.
Ambición desbordada y problemas estructurales
Tanto la Torre Jeddah como la Creek Tower son el reflejo de una ambición desmedida que, irónicamente, amenaza con devorar sus propios proyectos. Las obras de la torre saudí, iniciadas en 2013, han sufrido largas interrupciones debido a tensiones políticas internas, como la purga anticorrupción de 2018 que paralizó el proyecto durante años. En Dubái, la pandemia de COVID-19 frenó en seco los planes de la Creek Tower, y a pesar de los rediseños recientes, se ha confirmado que su altura definitiva será de 745 metros, muy por debajo del objetivo inicial. En ambos casos, la carrera por superar al Burj Khalifa ha resultado más accidentada de lo esperado.
Uno de los ingredientes que une estos colosos del desierto es su vocación estética y técnica. La Torre Jeddah ha sido diseñada por Adrian Smith, el mismo arquitecto detrás del Burj Khalifa, y pretende albergar el observatorio más alto del mundo, además de un hotel de lujo, residencias y oficinas. Por su parte, la Creek Tower lleva la firma del español Santiago Calatrava y está concebida más como un faro urbano de entretenimiento, con múltiples plataformas de observación, suelos de cristal y una silueta estilizada. Sin embargo, los desafíos logísticos, el clima extremo y los sobrecostes están complicando la realización de estas visiones futuristas.
Una utopía vertical más allá del kilómetro
Aunque estas dos torres ya figuran entre los mayores desafíos arquitectónicos contemporáneos, Arabia Saudí parece dispuesta a ir mucho más lejos. Literalmente. Está sobre la mesa un proyecto aún sin nombre que pretende alcanzar los 2.000 metros de altura: una idea que haría parecer al Burj Khalifa una torre de apartamentos común. El plan, aún en fase conceptual, estará liderado por Foster + Partners, y se suma a otros megaproyectos como El Mukaab, The Line o el nuevo aeropuerto de Riad. Todos forman parte de la ambiciosa estrategia saudí "Vision 2030", que busca diversificar la economía y situar al país como un referente global en innovación y sostenibilidad urbana.

Detrás de estas monumentales estructuras hay ganadores silenciosos. Una de las compañías que más ha capitalizado esta guerra por los cielos es Samsung, a través de su división Samsung C&T Engineering and Construction Group. Esta rama del conglomerado surcoreano fue clave en la construcción del Burj Khalifa y actualmente lidera el desarrollo de la Creek Tower.
Además, su implicación en proyectos de infraestructura como el metro automatizado de Riad —construido durante 11 años a un coste superior a los 2.400 millones de dólares— demuestra que el verdadero éxito de esta carrera no está tanto en la altura alcanzada como en los contratos firmados. La arquitectura, una vez más, se convierte en campo de batalla para la hegemonía económica y simbólica.