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Alarma y preocupación en Occidente: así sería el arma espacial rusa que puede neutralizar los satélites de Elon Musk en órbita

El debate de fondo, más allá de Starlink o de la guerra en Ucrania, es si la comunidad internacional será capaz de blindar el espacio frente a armas que generen grandes cantidades de residuos.
Alarma y preocupación en Occidente: así sería el arma espacial rusa que puede neutralizar los satélites de Elon Musk en órbita
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Actualizado: 12:04 22/12/2025

Los últimos informes de inteligencia de dos países de la OTAN apuntan a que Rusia estaría explorando un arma antisatélite diseñada específicamente para golpear la constelación Starlink de Elon Musk mediante “nubes” de metralla en órbita. La idea, que los analistas han bautizado como sistema de “efecto zona”, consistiría en liberar cientos de miles de pequeños proyectiles de alta densidad en la órbita donde operan estos satélites, de forma que una sola acción podría inutilizar varios de ellos a la vez.

El objetivo sería debilitar la superioridad espacial de Estados Unidos y sus aliados, clave para la defensa y, en particular, para la resistencia de Ucrania en el campo de batalla gracias a las comunicaciones y servicios que presta Starlink.

Desde el inicio de la invasión a gran escala de Ucrania, Moscú ve a Starlink como una pieza crítica de la infraestructura militar de Kiev: se usa para coordinar tropas, ajustar el fuego de artillería, guiar drones y mantener conectadas a autoridades y población civil cuando las redes tradicionales caen bajo los bombardeos. No es la primera vez que Rusia coquetea con la idea de atacar el espacio: en 2021 ya probó un misil antisatélite contra uno de sus propios satélites antiguos, generando una nube de restos que obligó a la Estación Espacial Internacional a maniobrar para evitar fragmentos peligrosos. Ese ensayo, duramente criticado por Estados Unidos y Europa, se convirtió en ejemplo de los riesgos de usar armas cinéticas contra satélites en órbita baja, por el potencial de desencadenar una especie de “reacción en cadena” de basura espacial.

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Un cinturón de metralla y el riesgo Kessler

Lo que diferenciaría al supuesto “efecto zona” de un misil clásico es el alcance: la metralla ocuparía un cinturón orbital completo, con capacidad para dañar no solo Starlink, sino cualquier sistema que comparta altitud. Expertos como la analista Victoria Samson, de la organización Secure World Foundation, dudan de que un arma así pueda “graduarse” para afectar solo a un objetivo sin provocar un caos generalizado en la órbita terrestre baja, donde operan miles de satélites de comunicaciones, observación y navegación de medio mundo, incluida la propia Rusia y su aliada China. El escenario se parece demasiado a lo que los físicos espaciales llaman síndrome de Kessler: un entorno tan contaminado de fragmentos que cada nueva colisión genera más basura, hasta volver inservibles ciertas órbitas durante décadas.

En paralelo a estas sospechas, Estados Unidos ya advirtió en 2024 de que Moscú estaba trabajando en otro proyecto aún más inquietante: un arma nuclear espacial destinada a inutilizar satélites mediante un pulso electromagnético a gran escala. El Kremlin lo negó y Vladimir Putin insistió en que Rusia no piensa desplegar armas nucleares en el espacio, pero la denuncia subrayó una tendencia clara: el espacio se consolida como un dominio de competencia militar, pese a que el Tratado del Espacio Exterior de 1967 y varias resoluciones posteriores de la ONU buscan mantenerlo libre de armamento masivo.

Militarización, disuasión y “arma del miedo”

La aparente contradicción entre los llamamientos rusos en Naciones Unidas para impedir la militarización del espacio y el desarrollo de sistemas antisatélite no es nueva. Moscú lleva años denunciando los planes estadounidenses de defensa antimisiles y acusando a Washington de querer convertir la órbita en un nuevo campo de batalla, al tiempo que prueba sus propios sistemas de interferencia electrónica, láser cegador y misiles capaces de alcanzar satélites en órbita baja. A ojos de muchos analistas occidentales, el posible “efecto zona” encaja en esa lógica: un paso más en la escalada de capacidades para mostrar que, llegado el caso, Rusia puede hacer daño donde más depende hoy la infraestructura civil y militar de sus adversarios.

Varios expertos en seguridad espacial apuntan, sin embargo, a otro posible uso de este tipo de filtraciones: el psicológico. Un arma de metralla casi imposible de controlar, difícil de atribuir de forma inmediata y capaz de dañar no solo satélites de comunicación, sino plataformas de observación meteorológica o sistemas comerciales de los que dependen bancos, aerolíneas y redes eléctricas, funciona también como “arma del miedo”. No hace falta emplearla para que surta efecto: basta con que los gobiernos y las empresas sepan que existe para forzar inversiones defensivas, endurecer posturas diplomáticas y legitimar nuevos programas militares propios en el espacio.

Normas, resiliencia y un frente frágil

Organismos como la ONU, la ESA o la propia Secure World Foundation llevan años reclamando un acuerdo que prohíba expresamente los ensayos antisatélite destructivos y establezca normas claras de comportamiento responsable en órbita. Mientras tanto, las potencias espaciales tratan de reforzar sus constelaciones con más redundancia, satélites más pequeños y numerosos, enlaces ópticos difíciles de interferir y planes de contingencia para operar en entornos degradados. Si algo deja claro la sospecha sobre el “efecto zona” ruso es que el espacio ya no es un simple escenario de ciencia ficción: es un frente más, y extremadamente frágil, en la geopolítica del siglo XXI.

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