Alrededor del mundo existen culturas que moldean la forma en que entendemos la vida: la religión, el trabajo, la familia o el ocio. Cada país se construye sobre valores que lo diferencian del resto, y precisamente en esa diversidad está la riqueza del planeta. Si todos los pueblos pensaran igual, la Tierra sería un lugar plano, predecible, sin matices.
Entre esas civilizaciones que aún despiertan fascinación y desconcierto se encuentra China. El segundo país más poblado del mundo -y uno de los motores económicos del siglo XXI- continúa siendo un misterio para buena parte de Occidente. Sus costumbres, su sentido del deber y su concepción de la comunidad contrastan con el individualismo europeo, donde la vida privada y el tiempo libre son valores casi sagrados.
Adrián Díaz, empresario en China, explica: “Para muchos chinos, tener un hijo es una estrategia económica más que un acto de amor”
Uno de los españoles que mejor conoce esta realidad es Adrián Díaz, empresario que decidió emigrar a China en 2006 y que, tras casi dos décadas de experiencia, ha aprendido a descifrar parte de ese complejo entramado cultural. En una entrevista con la Cadena COPE, Díaz explica con claridad cómo las prioridades y la ética laboral del pueblo chino difieren de las nuestras.
"Cuando propuse dar los fines de semana libres a mis empleados, me miraron como si estuviera loco", comenta con cierta ironía. La frase resume una mentalidad forjada en la disciplina, donde el trabajo no es solo una forma de ganarse la vida, sino una extensión del compromiso personal con la empresa y la sociedad. En China, dice, la idea de un empleado que falta al deber por cansancio o desmotivación es prácticamente impensable.
También hay una visión radicalmente distinta de la propiedad privada. "El fenómeno okupa en China es impensable", asegura. En el gigante asiático, el respeto por lo ajeno está tan interiorizado que la mera posibilidad de ocupar un espacio que no te pertenece resulta inconcebible.
Díaz subraya además un aspecto que revela la profunda conexión entre economía y familia: "Para los chinos, tener un hijo es una inversión más que un gesto de amor". En un país donde el Estado no garantiza el bienestar en la vejez o ante una enfermedad grave, los hijos se convierten en un seguro vital, un pilar de estabilidad. Por eso, explica, la descendencia no se concibe desde la emoción, sino desde la responsabilidad y la previsión.
China, con su ritmo frenético y su equilibrio entre tradición y modernidad, sigue siendo un espejo que refleja las enormes diferencias entre Oriente y Occidente. Y escuchar la voz de quienes la viven desde dentro, como Adrián Díaz, nos permite entender que lo que para unos es “locura”, para otros es simplemente la forma natural de vivir.















