En China, la realidad va mucho más allá de los titulares. En apenas unas décadas, el país ha protagonizado una de las transformaciones socioeconómicas más asombrosas del mundo: más de 800 millones de personas han salido de la pobreza extrema, según las autoridades locales. Aunque ese número tiene matices -los estándares del Gobierno chino son menos exigentes que los del Banco Mundial-, el salto es innegable. En 2021, Pekín proclamó la erradicación de la pobreza absoluta rural, un logro que refleja la magnitud del cambio, aunque no su complejidad. Porque en un país tan vasto, el desarrollo no siempre llega a todos por igual.
Adrián Díaz Marro, empresario español asentado en China desde 2006 y autor de 21 claves para entender China en el siglo XXI, ha vivido ese cambio en primera línea y lo ha confesado a medios como Cope. Tras fundar fábricas y asesorar a compañías europeas, ofrece una perspectiva que combina experiencia y observación directa.
Adrián Díaz, empresario español: “En China es impensable el fenómeno okupa y la presencia de mendigos”
"Cuando propuse dar los fines de semana libres a mis empleados, me miraron como si estuviera loco", recuerda. Su anécdota sirve para ilustrar una ética laboral centrada en la productividad y el sacrificio, marcada por una disciplina que desconcierta al visitante occidental. Díaz también destaca el respeto férreo a la propiedad privada. "El fenómeno okupa sería impensable en China", afirma.
Y sobre la calle, añade: "No se ve gente pidiendo; si alguien duerme fuera, es porque lo merece". Su testimonio retrata una sociedad donde la mendicidad prácticamente no existe, no porque no haya pobreza, sino porque culturalmente se evita exhibirla. En un entorno donde el Estado no garantiza un sistema de bienestar al estilo europeo, las familias asumen la función de red de seguridad, y necesitar ayuda es una forma de deshonra.
El empresario explica que tener un hijo es considerado una inversión, no un acto de amor. "Tu hijo será tu pensión", resume. Esa mentalidad explica buena parte del tejido social que sostiene al país. Pese a ello, Díaz subraya que la economía china ya no depende de mano de obra barata: "Nadie cobra menos que el salario mínimo español", asegura. Menos del 10% paga IRPF, aunque los impuestos bajos se compensan con un Estado menos presente.
Sobre la censura, su visión es reveladora: "En China creen que los líderes deben respetarse; lo cuestionable es el escándalo, no el silencio". En su reflexión final, Díaz lo resume sin rodeos: China no es ni utopía ni pesadilla. Es otra lógica, un país donde entender la diferencia es el primer paso para comprender su fuerza.
