En el vasto y a veces monótono panorama del cine de terror, Heretic (Hereje) emerge como una criatura única, un híbrido entre thriller psicológico y horror filosófico que se atreve a jugar con las mentes y las creencias de su audiencia. Los primeros minutos evocan aquella delirante conversación en Reservoir Dogs de Quentin Tarantino sobre Madonna y el significado de 'Like a virgin', por lo que desde un primer momento la cinta apunta a ser una propuesta diferente del género. De hecho, su premisa es bastante original, acostumbrados a un terror cuya maldad se esconde o se disfraza de religión como en El exorcista o cualquiera de las últimas películas sobre monjas, en Heretic lo terrorífico parte del ateísmo.
Bajo la dirección de Scott Beck y Bryan Woods, y con una actuación transformadora de Hugh Grant, esta película es una obra que no solo aterra, sino que también provoca curiosidad, incomodidad e intriga, llevando al espectador a cuestionar lo que cree saber sobre la fe. Desde el primer acto, lanza un anzuelo inesperado: el terror no proviene de sombras ocultas ni de espectros que gritan, sino de la aguda lengua de Mr. Reed, un hombre tan encantador como aterrador.
El nihilismo como arma contra dios, la fe y dos chiquillas
Interpretado por Grant en un papel que marca un giro radical en su carrera, el personaje es un maestro del juego mental, un predicador del nihilismo cuya retórica es capaz de desarmar a cualquiera. Frente a él, las hermanas Barnes y Paxton (Sophie Thatcher y Chloe East) se enfrentan no solo a su retorcida lógica, sino también al desafío de mantener su fe intacta en medio de una batalla intelectual que recuerda a 12 hombres sin piedad.
La primera mitad de la película se construye como un duelo verbal de alta tensión, donde cada palabra es un arma y cada pausa, un filo que corta más hondo. Beck y Woods, conocidos por su dominio del silencio en Un lugar tranquilo, aquí adoptan el enfoque opuesto: el lenguaje es el vehículo del terror, y la palabra, el instrumento de la corrupción. Con diálogos ingeniosos que mezclan referencias pop con profundas reflexiones teológicas, la película eleva el suspense a un nivel cerebral poco explorado en el género.
Pasa del terror filosófico a una película de género algo más tradicional
Sin embargo, justo cuando la audiencia podría pensar que Heretic se conforma con ser un ejercicio filosófico, la narrativa da un vuelco. La segunda mitad de la película abandona la calma inquietante para sumergirse en un espectáculo de horror visceral. Trampas macabras, juegos sádicos y una casa que parece cerrar sus muros sobre las protagonistas transforman la experiencia en algo físicamente claustrofóbico. Aunque este cambio de tono pierde algo de la sofisticación inicial, aumenta la intensidad y la tensión del espectador.
Visualmente, es un deleite sombrío. La cinematografía de Chung-hoon Chung convierte cada rincón de la casa de Mr. Reed en un laberinto de sombras y luces retorcidas, un reflejo físico del caos mental y moral que se despliega. La cámara, ágil y precisa, captura la tensión en cada plano, mientras los decorados minimalistas potencian la sensación de aislamiento y encierro.
El peso de la película recae, sin duda, en su trío protagonista. Hugh Grant entrega una actuación deslumbrante, dejando atrás su imagen de galán para convertirse en un monstruo sutil, cuyo carisma venenoso es tan perturbador como fascinante. Sophie Thatcher y Chloe East, por su parte, brillan como las jóvenes misioneras que, a pesar de sus diferencias, encuentran una fuerza inesperada en su lucha compartida. Sus actuaciones añaden una humanidad y vulnerabilidad que contrastan maravillosamente con la frialdad calculadora de Grant.
'Heretic' es, en esencia, un estudio sobre la fe
Más allá de sus elementos de horror, Heretic es, en esencia, un estudio sobre la fe. La película cuestiona las narrativas que nos sostienen, ya sean religiosas, culturales o personales, obligando al espectador a enfrentarse a sus propias creencias. Aunque su clímax cae en algunos tópicos del género, sigue siendo una propuesta que se atreve a pensar más allá de los sustos fáciles. ¿Qué es más aterrador: perder la fe en un dios o en uno mismo? Este es el dilema que la película planta, dejando un eco o cierto poso que convierte a la cinta en un ejercicio perenne más allá del terror al uso de su tercer acto.
