La reciente caída de la bolsa nipona ha sido un recordatorio doloroso de la fragilidad del mercado global. En este contexto, plagado de incertidumbre, miedo y explicaciones vacías, vuelve a cobrar relevancia la teoría del ‘cisne negro’, un concepto que promete ofrecer una perspectiva inquietante sobre las crisis económicas y su imprevisibilidad. Para entender mejor su impacto, y por qué se ha vuelto tan popular desde 2008 y la irrupción del coronavirus en nuestras vidas, es crucial desentrañar qué significa exactamente un ‘cisne negro’, cómo se aplica a la economía y qué lecciones podemos aprender de eventos pasados para anticipar futuros colapsos. Y sí, todo parece indicar que estamos ante las puertas de uno muy grave.
La teoría del 'Black Swan' o Cisne Negro: Cómo un evento inesperado hará colapsar la economía global y poner en riesgo nuestra sociedad
Volvamos la vista atrás y centrémonos en su autor y sus bases. Esta teoría, alumbrada por el profesor y escritor Nassim Nicholas Taleb en 2007, describe eventos raros e impredecibles que tienen un impacto desproporcionado en nuestras vidas y que, una vez ocurridos, son racionalizados de manera retrospectiva como si hubieran sido predecibles.
Taleb basa su teoría en tres principios clave:
- 1. Rareza: Los eventos de ‘cisne negro’ son excepcionales y no se ajustan a las expectativas normales porque no hay datos históricos que los anticipen.
- 2. Impacto extremo: Estos eventos tienen consecuencias significativas y devastadoras.
- 3. Racionalización retrospectiva: Tras el evento, se buscan explicaciones que intenten justificar su ocurrencia, aunque en realidad no hubiera manera de predecirlo.
Sí, este enfoque se ha aplicado con bastante éxito en el análisis de la economía global, especialmente cuando observamos eventos disruptivos como la crisis financiera de 2008 y la pandemia de COVID-19, un hecho tan reciente que aún colea en nuestros días. Por ejemplo, hablando de la crisis del 2008, antes del colapso que dejó a países en quiebra técnica, el sistema financiero parecía sólido, con una tendencia al alza que hacía difícil prever el inminente desastre. La quiebra de Lehman Brothers y la subsecuente crisis de liquidez expusieron las debilidades estructurales del mercado, demostraron hasta qué punto un hecho puntual puede hacer tambalear un sistema entero.
La magnitud del impacto, que obligó a crear legislaciones, cambiar modelos económicos en muchos países y que se saldó con el recorte financiero de multitud de gobiernos que repercutieron en los ciudadanos, junto con la rápida búsqueda de explicaciones, encarna perfectamente los principios de Taleb y su teoría del cisne negro. Pero hay un ejemplo aún más claro: la pandemia de COVID-19, que comenzó a propagarse a nivel global en 2020 y trastocó los cimientos de nuestra sociedad durante tres años.
En el momento de su aparición, la idea de una crisis sanitaria que paralizaría economías enteras parecía de ciencia ficción. El impacto inmediato, a nivel económico y social, fue severo: mercados bursátiles se desplomaron, las cadenas de suministro se vieron interrumpidas y se desencadenó una recesión económica mundial. Esta recesión aún colea. A medida que el mundo trataba de entender el alcance del virus y sus consecuencias, se produjo una racionalización retrospectiva, con analistas y expertos tratando de justificar cómo algo tan devastador pudo suceder, intentando buscar causantes externos e internos, por acción e inacción, que justificasen los años que habíamos sufrido en resultado.
Hoy en día, la inestabilidad económica y social parece estar en su punto máximo. La caída reciente de la bolsa nipona y la correlación con los mercados internacionales es una señal preocupante. Y no es el único indicador. Estamos en una etapa donde la posibilidad de un ‘cisne negro’ que desencadene una crisis económica de magnitudes similares a la de 2008, 1929 o incluso peores no es descabellada.