China no deja pasar un mes sin sacar músculo con alguna megaconstrucción nueva, y en ese terreno juega prácticamente sola. Por escala, complejidad técnica o simple ambición de conectar regiones que antes parecían separadas por mundos, el gigante asiático se ha convertido en un laboratorio permanente de ingeniería extrema. Tras inaugurar recientemente el puente más alto del planeta en Chongqing, ya están enfrascados en otro récord que sumar a la colección: el mayor vano de acero del mundo.
China acelera su mayor transformación territorial en décadas y lo hace con un enorme puente de acero
Ese honor recae en el Fenglai Daxi River Grand Bridge, una estructura que, como suele ocurrir con estas obras descomunales, impresiona tanto por su tamaño como por la velocidad con la que ha sido levantada. Apenas tres años de trabajos en un entorno que, para cualquier otro país, sería motivo suficiente para desistir: dos acantilados hostiles, corrientes imprevisibles y una calzada que quedará suspendida a 310 metros sobre el agua. Pero lo que realmente lo convierte en noticia es su vano, ese vacío monumental entre dos apoyos que define su grandeza.
El puente alcanzará 1136 metros de longitud total, y casi la mitad -580 metros- corresponde a ese vano sostenido por un arco de acero construido con forma de celosía. La pieza central asciende 116 metros y las imágenes que han trascendido funcionan como una radiografía de la ingeniería moderna: un entramado de vigas superpuestas que recuerda a un esqueleto gigantesco levantado milímetro a milímetro.
Y eso no es una metáfora. En una región donde los temblores son parte del paisaje, la precisión no es un capricho: es supervivencia. Para modelar el puente, los ingenieros recurrieron al BIM, una metodología de simulación digital que permite anticipar cada error antes de que ocurra. En una estructura donde gran parte de los elementos empotrados admiten una desviación inferior al milímetro, cualquier cálculo incorrecto sería catastrófico. El 28 de noviembre, tras meses de ajustes quirúrgicos, se completó la unión de las piezas que forman el gigantesco vano de celosía, cada una superando las 300 toneladas. Ahora empieza la siguiente fase: construir la carretera que unirá definitivamente ambas regiones.
Pero la obsesión china por estas megacosas no se explica únicamente por el récord o por la épica visual. Cuando el Fenglai Daxi esté terminado, formará parte de la Wu-Liang Expressway, reduciendo de tres a una hora el trayecto entre el núcleo urbano de Chongqing y el distrito de Wulong. Y no es un caso aislado: forma parte de un plan con 52 grandes obras, más de 1200 kilómetros de autopistas y una inversión total cercana a los 19.000 millones de euros.
El turismo también entra en la ecuación. Wulong, con 350.000 habitantes, ha vivido tradicionalmente del poco terreno cultivable que posee, hasta que en los 90 su paisaje kárstico empezó a atraer visitantes, culminando en 2007 con el reconocimiento de la UNESCO a su Parque Nacional. Ahora, con nuevas infraestructuras, aspira a situarse en el mapa turístico mundial. Y en China, donde las megaconstrucciones ya no solo solucionan problemas de movilidad sino que se diseñan como atracciones en sí mismas, la lógica es impecable.















