Con motivo del estreno de Napoleón de Ridley Scott con Joaquin Phoenix como gran protagonista, en Vandal hemos repasado algunos de sus grandes misterios y preguntas, todo ello mientras nos centramos en sus éxitos militares y campañas más famosas, desmontamos sus mitos más recurrentes y desmentimos las inexactitudes históricas del filme de Scott, Phoenix y Vanessa Kirby. Ahora, mientras en Francia se ríen de la descripción que se hace del corso en la cinta, repasamos sus últimos días tras sus dos destierros. Así vivió Napoleón sus últimos días y éstas fueras sus enigmáticas últimas palabras.
Así murió Napoleón en Santa Elena: la muerte lenta y dolorosa de un líder desterrado
Con más de 136 millones de dólares recaudados en taquilla hasta la fecha, el filme de Ridley Scott para Apple ha superado las expectativas depositadas en él. Eso sí, históricamente deja mucho que desear, con licencias en su ascenso al poder en Francia, sus conquistas y planes militares, su relación con Josefina e incluso en sus últimos días con vida. Napoleón Bonaparte es considerado uno de los grandes estrategias y líderes militares y políticos de la historia, siendo su ascenso como Emperador de Francia un hecho que cambió para siempre el destino de Europa. Temido por las grandes potencias, fue derrotado y Napoleón, en los últimos de su vida, convivió con una grave enfermedad, sus propios miedos y fantasmas y el desprecio de muchos.
Tras abdicar como Emperador, Napoleón, una figura leída y con pasión por el pasado, sufrió una grave derrota en la batalla de Waterloo, un hecho que tuvo lugar el 18 de junio de 1815, y que rubricó el fin de las Guerras Napoleónicas. Napoleón, que vio cómo su ejército se retiraba y perdía en el campo de batalla, siendo derrotado por tropas prusianas y británicas. El corso sería capturado y enviado al exilio en la Isla de Santa Elena. Allí, el líder militar, que fue vigilado por sus captores durante meses, pasó los últimos años de su vida marcado por la soledad y la vergüenza del destierro, así como la enfermedad. Napoleón estuvo sufriendo graves dolores abdominales, sudores nocturnos y fiebre, náuseas y otros síntomas, ganando peso conforme pasaban los años y mostrando un carácter más huraño progresivamente.
Mataba el tiempo leyendo, investigando viejos mapas, escribiendo sus memorias y relatando sus historias a diferentes personalidades de la isla. Vivió en confinamiento en la mansión Longwood House desde 1815 hasta su muerte en 1821, teniendo mucho cuidado de no inmiscuirse en política y con un limitado contacto social.
En esta última etapa de su vida, Bonaparte se quejaba de graves dolores de cabeza, de no tener la energía suficiente y de comenzar incluso a perder paulatinamente su capacidad del habla, otrora la que le consiguió granjearse la amistad -y la enemistad- de los grandes líderes del mundo civilizado.
Debido a su constante paranoia, Napoleón llegó a pensar que estaba siendo envenenado, pero pronto fue consciente de la triste realidad: estaba siendo aquejado por la misma enfermedad que se llevó a su padre a la tumba. La ayuda médica, comprendió en última instancia, era inútil y su hora llegaría tarde o temprano. La muerte exacta de Napoleón es motivo de debate por muchos historiadores. A día de hoy siguen existiendo dos tesis fundamentales, la muerte por una hepatitis o el cáncer de estómago. Hasta 16 expertos y observadores, con 7 médicos entre ellos, asistieron a la autopsia de Napoleón, afirmando que un úlcera de estómago se lo llevó a la otra vida.
Sus últimas palabras siguen resonando. Se dice que un 4 de mayo de 1821 perdió su conocimiento, falleciendo el día 5. En su último estertor, y en lo que se ha llegado a describir como un estado de delirio, Napoleón Bonaparte pronunció: "Ejército, cabeza de ejército… Josefina…", recordando a su querida primera esposa, el llamado amor de su vida, y a su ejército, con el que compartió innumerables victorias y buenos momentos.