La era napoleónica estuvo marcada por batallas que resaltaron tanto el genio táctico como las eventualidades de derrota de Napoleón Bonaparte. Una de sus victorias más emblemáticas fue la Batalla de Austerlitz en 1805, conocida como la Batalla de los Tres Emperadores. En esta confrontación, Napoleón utilizó una estrategia de simulación de debilidad para atraer a las fuerzas austriacas y rusas a una posición vulnerable, logrando una victoria que fortaleció su reputación como líder militar y precipitó la disolución del Sacro Imperio Romano Germánico.
Otro triunfo notable fue en la doble batalla de Jena-Auerstedt en 1806, donde las fuerzas francesas, bajo el mando directo de Napoleón y el mariscal Louis Davout, derrotaron decisivamente a los prusianos. Esta victoria destacó no solo la habilidad de Napoleón, sino también la competencia de sus mariscales y la efectividad de su ejército. Sin embargo, la Batalla de Wagram en 1809 contra Austria mostró un cambio en la fortuna de Napoleón; aunque resultó en una victoria, fue a un costo humano enorme, señalando un punto de inflexión en su carrera militar.
La campaña rusa de 1812 fue especialmente catastrófica para Napoleón. A pesar de algunas victorias, como en Borodino, la falta de un triunfo decisivo, sumada a la retirada desastrosa de Moscú, resultó en pérdidas masivas para su ejército debido al frío extremo, la escasez de suministros y los ataques constantes de las fuerzas rusas. Esta campaña marcó el comienzo del fin de la supremacía militar napoleónica.
La Batalla de Leipzig en 1813, también conocida como la Batalla de las Naciones, fue otra derrota significativa. Aquí, Napoleón se enfrentó a una coalición de ejércitos de Rusia, Prusia, Austria y Suecia. La derrota en Leipzig no solo significó la retirada francesa de Alemania, sino que también marcó un declive irreversible en el poder militar de Napoleón.
Finalmente, la Batalla de Waterloo en 1815 fue el último enfrentamiento de Napoleón y culminó con su derrota definitiva a manos de las fuerzas británicas y prusianas. Esta batalla puso fin a su gobierno de los Cien Días y a su carrera militar, llevándolo al exilio en la isla de Santa Elena. Las campañas de Napoleón, caracterizadas por victorias impresionantes y derrotas devastadoras, no solo definieron su legado, sino que también moldearon el curso de la historia europea.