Durante años hemos leído que la Generación Z es “la generación de cristal”: que se quejan por todo, que no saben ahorrar y que están atrapados en una mentalidad consumista. Ellos, por su parte, replican que ahorrar es casi inútil cuando los precios suben sin control. Decidimos mirar los números y confrontar la realidad: ¿quién tiene razón?
Si repasamos el coste medio de la vivienda, los alquileres, un coche económico, la cesta de la compra y los suministros básicos, y lo comparamos con el salario mínimo de cada época, se evidencia un panorama que explica mucho de las dificultades actuales.
La Generación Z enfrenta un muro económico: su salario cubre menos del 70% de lo básico
Para ser justos, conviene señalar que las variables son múltiples: nivel de vida, ubicación geográfica o situación familiar influyen, pero los datos que manejamos corresponden a una persona soltera que depende de un único sueldo. La comparativa abarca desde los Boomers hasta la Generación Z, pasando por la Generación X y los Millenials. Para cada grupo, los salarios mínimos se han ajustado según cifras del Instituto Nacional de Estadística de 1970, 1990, 2010 y 2024, y los precios, según inflación actual.
Tomando ejemplos concretos: un Seat 600, uno de los coches más baratos de los 70, costaba 84.000 pesetas (unos 6.500 euros hoy). La cesta de la compra mensual rondaba las 187 pesetas. Hoy, el coste de un coche económico se ha disparado a 15.000 euros y la compra mensual supera los 400 euros. La vivienda, los alquileres y los suministros siguen una tendencia similar: hoy, un joven de la Generación Z destina hasta el 146% de su salario mínimo a cubrir lo básico, frente al 64% de los Boomers.
El ocio tampoco escapa a la inflación: entradas de cine, museos y conciertos se han encarecido de manera constante. Incluso los videojuegos, aunque más asequibles en relación a otros bienes, muestran que la independencia financiera resulta mucho más complicada que hace décadas.
El análisis deja claro que la Generación Z enfrenta un panorama especialmente hostil: altos costes, salarios insuficientes y presión constante sobre la salud mental. La consecuencia se refleja en retrasos en la emancipación, en la compra de vivienda, en el matrimonio y en la natalidad. No es una cuestión de fragilidad, sino de un entorno económico que hace que cualquier plan a futuro sea, hoy, un desafío gigantesco.















