En mitad del Sáhara libio, allí donde el mapa solo marca dunas y hamadas infinitas, aparecen de pronto círculos perfectos de verde intenso y balsas azules que parecen imposibles. Son los llamados “ojos de agua”, el rostro visible de un experimento colosal: el Gran Río Artificial, el proyecto con el que el régimen de Muamar el Gadafi decidió llevar hasta la costa el agua fósil escondida bajo el desierto desde la última glaciación.
No se trata de un oasis cualquiera, sino de un sistema que conecta ciudades como Trípoli, Bengasi o Sirte con un acuífero subterráneo que empezó a formarse cuando el Sáhara se parecía más a una sabana que a un erial.
La historia arranca en los años cincuenta, cuando las exploraciones petrolíferas descubrieron algo inesperado: enormes reservas de agua dulce atrapadas en la piedra arenisca del sur de Libia. Aquel hallazgo se integró después en el llamado Sistema Acuífero de Arenisca de Nubia, un gigantesco reservorio compartido por Chad, Egipto, Libia y Sudán, con agua de entre 10.000 y un millón de años, infiltrada antes del final de la última Edad de Hielo. En los sesenta y setenta se pensó en usar ese tesoro escondido para grandes proyectos agrícolas en pleno desierto, pero a partir de los años ochenta el plan cambió de escala: Gadafi decidió financiar, sin ayuda extranjera, una red monumental de tuberías para bombear el agua hacia la franja costera. El régimen la bautizó sin modestia como “Octava Maravilla del Mundo”.
Una obra monumental bajo la arena
Detrás de esos “ojos de agua” hay una obra de ingeniería que impresiona por sus cifras. Más de 1.300 pozos perforados a más de 500 metros de profundidad y hasta 4.000 kilómetros de tuberías de hormigón pretensado, fabricadas en enormes plantas en Brega y Sarir. Fase a fase, desde 1991, la red fue extendiéndose hasta suministrar en torno a 6,5 millones de metros cúbicos diarios, algo así como el 70 % del agua urbana que consume Libia. Visto desde el aire, el resultado son círculos de cultivo perfectamente trazados, balsas regulares en medio de la nada y pequeños poblados que brotan en puntos donde antes no había nada más que arena. De ahí la imagen hipnótica de esos “ojos” que parecen observar el desierto desde el subsuelo.
Pero este prodigio tiene letra pequeña: el agua es fósil y, en la práctica, no se recarga. Es un recurso minado, no renovable. Estudios sobre la gestión hídrica libia calculan que, incluso completadas todas las fases del proyecto, la capacidad del sistema rondaría los 2,3 billion m³ al año frente a una demanda proyectada de unos 10 billion m³ en 2035. Esa brecha apunta a un futuro en el que los “ojos de agua” podrían empezar a cerrarse si no se combina el uso del acuífero con desalinización, ahorro y reciclaje de agua. A ello se suman las cicatrices de la guerra civil: recortes de presupuesto, problemas eléctricos, dificultad para importar repuestos y daños directos a la infraestructura, como el bombardeo en 2011 de una fábrica de tuberías clave para el sistema.
Coste, subsidios y un futuro frágil
El modelo económico tampoco ayuda. El coste real de extraer y mantener esa red de tuberías es muy superior al precio que pagan los usuarios, lo que hace que el sistema sea difícil de sostener sin un flujo constante de fondos públicos. A corto plazo, esa agua barata ha mejorado la calidad de vida en las ciudades y ha permitido aliviar la presión sobre los acuíferos costeros, muy castigados por la sobreexplotación y la intrusión marina. A largo plazo, sin embargo, la combinación de subsidios, mantenimiento insuficiente y un recurso que no se renueva dibuja un escenario frágil para un país que aspira a “verdear el desierto” mientras lidia con inestabilidad política y económica crónica.
Cada círculo verde en el Sáhara es una victoria frente al desierto, pero también una cuenta atrás silenciosa. De que Libia logre combinar este legado con desalinización, reutilización y una gestión mucho más prudente del agua dependerá que esos ojos sigan abiertos dentro de unas décadas o que terminen siendo solo una anécdota fotogénica de otro proyecto gigantesco pensado más para el presente que para el futuro.















