Análisis de The Witness (PC, Xbox One, iPhone, PS4)
Hablar en profundidad de The Witness rompe la magia del juego, y esa es una de las claves de su éxito: el factor sorpresa. Reducir el último trabajo de Jonathan Blow a "casi 700 puzles conectando puntos en primera persona" es tan simplista como decir que Braid era sólo un plataformas y puzle 2D o que Tetris consiste en ordenar piezas. Siendo cierto todo eso, es un resumen que no describe bien dónde está su mérito y aquello que lo hace mejor que otros lanzamientos similares.
Con The Witness es normal sentirse abrumado y confuso, juega con esas sensaciones porque sabe que el usuario no es tonto, simplemente todavía no tiene la experiencia suficiente para superar un determinado reto. Se lo puede permitir porque su mundo abierto te da a elegir muchas rutas alternativas, de manera similar a The Talos Principle –con el que no hubo influencia directa, The Witness se anunció en 2009-. Así pues, nuestros primeros pasos por la preciosa isla de esta aventura son sólo un aperitivo de lo que está por venir: sencillos paneles donde llevamos una línea a la meta –la única o una de ellas, si se da el caso-. Resuelto lo que llamaríamos tutorial, el resto queda a nuestra disposición y nos da el primer golpe en la cara: pantallas con símbolos desconocidos que no sabemos qué significan. Lo que parecía un desafío ridículo se transforma en incomprensible.
¿Qué tiene de maravilloso The Witness? ¿Pueden estos laberintos dar 50 o más horas de diversión? La respuesta la tenemos una vez se investigan las diversas áreas que componen este territorio y encontramos que cada grupo tiene sus propias normas. Blow aprovecha el mundo abierto para decir al jugador que si no puede resolver el reto, que lo haga en otro momento, que ya lo entenderá más adelante. La frustración es nuestra brújula en la isla, siempre habrá decenas –o centenares- de puzles más asequibles en otra esquina de este terreno.
Los puzles constan de símbolos, colores, obligaciones y limitaciones para que poco a poco lo que parece el pasatiempo más tontorrón del periódico semanal se convierta en un rompecabezas difícil de olvidar de día y de noche, algo habitual cuando quedas bloqueado y te has propuesto no utilizar una guía, ni un cobarde vistazo a Youtube. Estos acertijos pueden girar sobre la existencia de otra línea se mueve en simetría a la nuestra o la necesidad de pasar por puntos concretos de la imagen. La cuestión es que a veces una zona incluye normas de otra región, y eso supone problema si no has pasado por ella antes. Justo cuando estás aprendiendo a traducir un lenguaje, aparece algo completamente nuevo que te rompe los esquemas.
Hay decenas de variantes, pero la verdad es que cuanto menos se hable de estos ejemplos mejor, porque requeriría desvelar de qué van. La razón es que The Witness no te dice directamente qué hay que hacer, su manera de educar al jugador es ofrecer paneles de dificultad creciente para que entienda el significado paso a paso, gracias a que la mayoría están conectados mediante cables y es necesario ir de uno a otro. O hay una barrera física, con puertas con cerrojos que nos impiden avanzar. En un primer vistazo, cuando la cuadrícula es pequeña, casi se resuelve de la única solución posible; el panel contiguo es ligeramente distinto, un nuevo matiz, así que pruebas algo parecido. ¿No funciona? Empieza lo bueno.
Alguien que ha desarrollado Braid tiene un talento innegable en el diseño casi matemático de los puzles. Y The Witness está a la altura de lo que se espera de él. Blow ha explicado que las ideas detrás de cada puzle no se resuelven con un inesperado golpe de inspiración, ni es una falsa sensación de hacer inteligente al usuario. Para superar cada panel tienes que entender de verdad cómo funciona, y ante cualquier problema estudiar los paneles previos. Uno de los casos más evidentes en este sentido son aquellos de siluetas formadas por piezas –la zona del pantano-, o los de manchas de pintura, donde hay un buen número de pantallas asequibles antes de entrar en la materia seria, paneles más grandes y elaborados.
En todo esto participa la isla, no simplemente como experiencia por visitar cada minúsculo detalle. Sólo por eso merece la pena el viaje, porque por su estilo visual –el bombardeo de color, la arquitectura y decoración de objetos con bajo poligonaje- es uno de los juegos más llamativos en lo que va de generación, y hasta en lo técnico es muy resultón, sin defectos importantes que estropeen la calidad de imagen.
Pero lo llamativo es que hay una serie de puzles donde la respuesta no se encuentra mirando las rejilla y la línea. Algunos de ellos son de nuestros favoritos, porque te meten más en este amplio escenario y demuestran que hay una interacción entre el paisaje y la prueba que estás realizando. Si muchos paneles están colocados en ese lugar y no a un centímetro de diferencia, es por algo. Eso sí, hay tendencia al troleo, así que te aconsejamos que ante cualquier puzle extraño investigues la zona y prestes atención a lo que te rodea, entre por los ojos o el oído.
Hablando del sonido, puramente ambiental, quizás sea el aspecto más desaprovechado de este trabajo. Juega un papel importante no sólo en crear ambiente con las pisadas y efectos naturales, también es fundamental en una serie de puzles y no es muy recomendable escuchar música alta por encima, pero se podría haber resuelto con un volumen dinámico para hacer desaparecer la banda sonora ahí donde fuese necesario. En cualquier caso, una decisión de estilo. Una recomendación: es buena idea es acompañarse de una hoja cuadriculada, o al menos realizar capturas de pantalla para aquellas pruebas que necesitan memoria fotográfica.
No es un juego fácil, ni para impacientes. Los archivos de audio, con reflexiones de pensadores y científicos, así como otras sorpresas, se van desvelando lentamente a medida que pasan las horas. A lo largo de la exploración encontramos esculturas de personas de diferente atuendo, moderno y antiguo. Es más, hay secretos que quizás no descubras en tu primera partida. No obstante The Witness no se juega por la historia, sino por ponerte a prueba a ti mismo. Y vaya si lo hace, no conviene subestimar la diversión y aprietos que proporciona una simple línea blanca.
Conclusión
Blow ha demostrado, por si había dudas, que no es una estrella de un solo éxito. The Witness es una aventura para disfrutar sin conocer nada de antemano, para enfadarse, que te hace sentir astuto y estúpido en incontables ocasiones. Agotador mentalmente y no para todo el público, un derroche de arte y presentación minimalista. Nos preguntamos cuántos jugadores lo dejarán abandonado con los primeros obstáculos importantes convencidos –equivocadamente- de que el esfuerzo no merecerá la pena.
Y puede que no sea perfecto, que no se ajuste al ritmo de vida de todos los compradores –es para echar muchísimas horas-, o que encontremos determinados paneles pasados de la rosca en picos de dificultad, pero eso no impide que sea uno de los mejores lanzamientos del género de los últimos años, capaz de codearse sin reparos con clásicos modernos, cada uno en su estilo, de la talla de Portal y The Talos Principle. Casi nada.
Hemos analizado este juego en su versión de PS4 gracias a un código de descarga que nos ha proporcionado Sony España.