El Mediterráneo está acostumbrado a recibir embarcaciones de lujo, pero pocas veces un puerto catalán ha visto algo tan imponente como el Pacific, un superyate valorado en unos 150 millones de dólares (130 millones de euros). Su llegada a la costa del Maresme no solo alteró la calma habitual de la zona, sino que desató una fiebre inmobiliaria que llevó al propio alcalde a bromear con que “parecía que estaban jugando al Monopoly de la vida real”.
Un superyate de 130 millones, diez días en la costa catalana y un magnate ruso decidido a comprarlo todo: “Era como ver el Monopoly en la vida real”
El yate pertenece al empresario ruso Leonid Mikhelson, uno de los hombres más ricos del planeta, con una fortuna estimada entre 28.000 y 28.500 millones de dólares. Durante casi diez días, su embarcación permaneció anclada frente a la playa de la Musclera, en Arenys de Mar, mientras su equipo recorría los municipios cercanos con una velocidad poco habitual en el sector inmobiliario. Su interés abarcaba desde villas frente al mar y clubes de playa hasta terrenos costeros y un hotel tipo castillo, el Castell de l’Oliver, en Sant Vicenç de Montalt.
El Pacific, de 280 pies de eslora, es una joya de la ingeniería naval. Construido por el prestigioso astillero alemán Lürssen y diseñado por el argentino Germán Frers, combina elegancia, potencia y una presencia imponente que parece desafiar al propio horizonte. Sus interiores, obra del estudio Bannenberg & Rowell, son un despliegue de lujo sobrio y tecnología náutica avanzada. Desde su entrega en 2010, ha sido uno de los iconos discretos del poder ruso en alta mar.
La llegada del barco no pasó inadvertida. Su casco metálico, que cambia de color entre azul pálido y plateado según la luz del sol, llamó tanto la atención de los bañistas que muchos lo confundieron con un navío militar. Pronto, los rumores se extendieron por toda la comarca. Según relató el alcalde de Sant Vicenç de Montalt, “su ritmo era frenético, querían comprarlo todo, desde fincas hasta clubes privados”.
Tal y como reveló La Vanguardia, los representantes de Mikhelson incluso intentaron adelantar depósitos por varias propiedades antes de que se les recordara que, en España, la compraventa de ciertos terrenos públicos requiere licitaciones oficiales. El entusiasmo del magnate se encontró de frente con la burocracia española.
La estampa del Pacific frente al litoral catalán dejó una impresión profunda entre los vecinos. Para muchos, fue la prueba palpable de cómo el dinero y el poder pueden alterar en cuestión de días el pulso de una región tranquila, convirtiendo el Maresme en un tablero de lujo donde los grandes jugadores -esta vez, literalmente- mueven ficha desde la cubierta de un superyate.
