La quinta temporada de Emily en París ha vuelto a demostrar que, en la era del “lo veo aunque me enfade”, las críticas y el éxito no siempre van de la mano. Desde su estreno el 18 de diciembre en Netflix, la serie protagonizada por Lily Collins se ha colocado entre lo más visto de la plataforma en cuestión de días, liderando el top en mercados clave como Estados Unidos, Francia, Alemania, Italia, Brasil, Canadá o Reino Unido. Es decir, el fenómeno Emily sigue muy vivo… aunque buena parte del público esté empezando a cansarse de ella.
En esta nueva tanda de episodios, Emily abandona (otra vez) su supuesto paraíso parisino para mudarse a Roma, mientras la órbita de la Agencia Grateau se expande más allá de la capital francesa. El cambio de escenario sirve para refrescar la fórmula —nuevos paisajes, nuevos romances, nuevas crisis laborales—, pero no altera el ADN de la serie: estilismos imposibles, enredos sentimentales que se acumulan y una visión muy fantasiosa tanto del trabajo en marketing como de la vida de expatriada. Ese cóctel, que al principio se percibía como encanto, a muchos espectadores les empieza a sonar a bucle.
Críticas y audiencia, cada vez más lejos
La recepción de la crítica y la audiencia refleja bien esa fractura. Según los datos citados por medios especializados, la temporada 5 se mueve en torno a un 75% de valoración positiva entre la prensa, frente a un 41% por parte del público. Esa distancia no es habitual en una comedia romántica tan mainstream y apunta a dos lecturas posibles: o la serie ha encontrado una zona de confort que los críticos aún toleran como “placer culpable” bien producido, o el público general está marcando un límite a las tramas cada vez más estiradas y al eterno inmovilismo emocional de los personajes.
Paradójicamente, ese supuesto desgaste narrativo no impide que Emily en París funcione como un reloj en términos de consumo. La serie se ha consolidado como una de las franquicias globales más fiables de Netflix: fácil de maratonear, visualmente llamativa, perfecta como “serie compañía” que se pone de fondo en vacaciones o entre grandes estrenos. Justo en ese terreno del escapismo ligero, donde el algoritmo manda más que las reseñas, Emily sigue siendo una apuesta segura para la plataforma, aunque provoque más ojos en blanco que exclamaciones entusiastas.
Netflix apuesta por la continuidad
Netflix lo ha entendido rápido y no ha dudado en confirmar una temporada 6, blindando así la continuidad de la saga mientras el interés siga siendo alto, aunque sea a base de hate-watch, curiosidad o inercia. Para los fans más fieles, la quinta temporada es una nueva ración de lo que buscan: drama sentimental sin consecuencias reales, viajes, moda excesiva y personajes que rara vez aprenden del todo de sus errores. Para el resto, refuerza la sensación de que la serie es un producto diseñado para no arriesgar: siempre un giro amoroso más, siempre una ciudad bonita más, siempre una campaña publicitaria más.















