Aunque suene a mito bíblico reciclado, la ciencia moderna lleva décadas respaldando una de las hipótesis más provocadoras de la genética evolutiva: todos los humanos actuales descendemos, por línea materna, de una sola mujer que vivió en África hace unos 200.000 años.
Esta mujer no fue la única de su especie, pero sí la única cuyo linaje mitocondrial ha sobrevivido hasta nosotros. Su existencia fue postulada a raíz de un estudio revolucionario publicado en 1987 en Nature, liderado por Rebecca L. Cann, Mark Stoneking y Allan C. Wilson, que usó el ADN mitocondrial para construir un árbol genealógico global de la humanidad.
A diferencia del ADN nuclear, que se hereda de ambos progenitores, el ADN mitocondrial se transmite exclusivamente por vía materna, de madre a hijo. Esta particularidad permite rastrear linajes femeninos sin mezclas genéticas intermedias. Al analizar las secuencias mitocondriales de individuos de diversas etnias y regiones, los científicos observaron que todas convergían en una única secuencia ancestral.
Deriva genética, Botsuana y el paralelo con el “Adán” cromosómico
Esa mujer fue bautizada popularmente como la "Eva mitocondrial", no por razones religiosas, sino por ser el ancestro común femenino más reciente, desde el punto de vista genético. A partir de aquel descubrimiento, numerosos estudios han afinado la cronología y la localización geográfica de esta Eva genética. En 2019, una investigación publicada por la Universidad de la Flinders y el Instituto Garvan en Australia propuso que esta mujer vivió en el sur de África, en lo que hoy conocemos como Botsuana, una región rica en humedales que habría ofrecido un entorno ideal para el desarrollo humano.
Sin embargo, los científicos advierten que esto no significa que ella fuera la única mujer viva en su época: muchas otras coetáneas dejaron descendencia, pero sus linajes mitocondriales se extinguieron con el tiempo. El fenómeno que explica esta “pérdida” de linajes se llama deriva genética. En poblaciones pequeñas, las variantes menos comunes de un gen tienden a desaparecer por puro azar, mientras que otras, como el ADN mitocondrial de Eva, terminan fijándose en toda la población.
Así, a lo largo de miles de generaciones, solo una línea materna logró prevalecer, no por ser superior, sino por simple probabilidad. Este mecanismo ha sido ampliamente documentado y ayuda a entender cómo pequeños cambios aleatorios pueden tener enormes consecuencias evolutivas.
La Adán y Eva de la naturaleza que ni fueron pareja ni estuvieron juntos
Curiosamente, existe un paralelo masculino: el llamado “Adán cromosómico”, el varón más reciente del que descienden todos los cromosomas Y actuales. A diferencia del ADN mitocondrial, el cromosoma Y se transmite de padre a hijo, lo que permite rastrear linajes masculinos. Aunque no necesariamente fueron pareja ni siquiera contemporáneos, hay estudios que sugieren que Adán y Eva genéticos vivieron en épocas y regiones no muy distantes entre sí.
Su rastro, conservado en nuestro ADN, revela una narrativa mucho más rica y compleja que cualquier mito antiguo: una historia escrita por la genética, el azar y la geografía.