Veintitrés años después de que Elon Musk lanzara SpaceX con la quijotesca idea de colonizar Marte, la empresa ha logrado una victoria terrestre con gran simbolismo: convertirse en el principal proveedor de lanzamientos espaciales del Pentágono. Lo que antes era un feudo impenetrable para Boeing y Lockheed Martin ahora tiene un nuevo protagonista.
El nuevo rey del espacio militar
La Fuerza Espacial de EE.UU. ha colocado a SpaceX como socio estratégico prioritario, adjudicándole la mayoría de misiones hasta comienzos de la próxima década. El contrato total asciende a 13.700 millones de dólares, de los que SpaceX se lleva 5.900 millones por 28 misiones. ULA —la histórica alianza de Boeing y Lockheed— queda relegada con 19 encargos, y Blue Origin, la compañía de Jeff Bezos, apenas suma siete.
Pero más allá de la cuota de mercado, el reparto refleja un cambio estructural: el Pentágono abandona el viejo duopolio en favor de la innovación privada.
Un giro orbital que redefine el poder
El ascenso de SpaceX no fue inmediato: en 2015 tuvo que litigar para acceder al mercado en igualdad de condiciones. Desde entonces, ha ejecutado más de 140 lanzamientos exitosos en un solo año, imponiendo una nueva lógica basada en cohetes reutilizables, precios bajos y agilidad operativa. Mientras ULA y Blue Origin ajustan sus engranajes, SpaceX ofrece lo que el mercado de defensa más valora: fiabilidad, velocidad y ahorro.

Eso no significa que la competencia esté acabada. El cohete Vulcan de ULA y el prometedor New Glenn de Blue Origin aún podrían disputar ciertas misiones complejas. Pero la elección del Pentágono no es solo técnica: es ideológica. En este nuevo escenario, SpaceX no solo lanza cohetes: también lanza una advertencia a los gigantes de siempre. Quien no evoluciona... queda atrás.