Durante décadas, la energía de fusión ha sido tratada como el santo grial energético: prometedora pero siempre fuera de alcance. Sin embargo, algo está cambiando. En lugar de decepcionar, los avances más recientes apuntan a que los grandes obstáculos están cayendo uno tras otro, y el optimismo científico y tecnológico empieza a imponerse frente al viejo escepticismo.
Hoy, el desarrollo de reactores como ITER, en Francia, o JT-60SA, en Japón, ya no parece ciencia ficción, sino ingeniería ambiciosa, pero alcanzable. Uno de los proyectos clave en este camino se desarrolla en Escúzar (Granada, España). Allí se construye IFMIF-DONES, una infraestructura internacional destinada a resolver uno de los últimos desafíos técnicos de la fusión: los materiales. Las condiciones extremas dentro de un reactor de fusión —neutrones de alta energía, temperaturas extremas y radiación constante— requieren materiales capaces de resistir décadas de uso sin degradarse.
La instalación española se especializará en materiales
IFMIF-DONES generará esos neutrones y evaluará el comportamiento de nuevos materiales con una precisión sin precedentes, allanando el camino hacia reactores comerciales seguros y duraderos, según recoge Xataka.
Los progresos no terminan ahí. Uno de los retos más complejos de la fusión es confinar el plasma, el gas supercaliente en el que se produce la reacción entre deuterio y tritio, sin que se enfríe o pierda estabilidad. Alcanzar 150 millones de grados Celsius ya no es problema; mantener el plasma en esas condiciones sí lo era. Pero la organización EUROfusion ha demostrado que es posible operar en modo QCE (Quasi-Continuous Exhaust), que reduce las inestabilidades del plasma y mantiene una alta densidad de energía, facilitando la continuidad de la reacción.
A este avance se suma el trabajo del Laboratorio Nacional de Los Álamos y la Universidad de Texas, cuyos investigadores han propuesto un nuevo sistema de confinamiento magnético sin fugas, diez veces más rápido que los métodos convencionales, con idéntica precisión. Si estos cálculos se confirman, permitirán mejorar la eficiencia energética y la sostenibilidad de los futuros reactores, reduciendo el tamaño y los costes.

Ha sido gracias a la IA
La inteligencia artificial también se ha convertido en una herramienta fundamental. Gracias a su capacidad para modelar dinámicas extremadamente complejas, la IA ayuda a los investigadores a predecir y corregir inestabilidades en tiempo real, optimizando los experimentos y acortando los ciclos de prueba. Además, el desarrollo de imanes superconductores de última generación, como los ReBCO, empleados en el proyecto SPARC de Commonwealth Fusion Systems, ha permitido generar campos magnéticos más potentes y compactos, esenciales para el confinamiento eficaz del plasma.
¿Y cuánto falta para una planta de fusión comercial? Aún no hay una fecha definitiva, pero el consenso es que entre 2035 y 2045 podríamos ver las primeras en funcionamiento, si ITER y sus homólogos cumplen sus objetivos. Lo relevante es que los avances ya no son teóricos: estamos ante progresos de ingeniería replicables y medibles, que colocan la viabilidad técnica a una distancia realista.