Pocas historias agrícolas recientes pueden presumir de un ascenso tan fulgurante como la del pistacho. Lo que comenzó como un fruto seco más en los estantes se ha convertido en un fenómeno viral, protagonista de tendencias nutricionales y estrella de postres que arrasan en Instagram y TikTok. La “barra de chocolate de Dubái”, rellena de pistacho, es solo un ejemplo del poder de un producto que, más allá de la gastronomía, está transformando el mapa rural de España.
Pero la moda no es lo único que impulsa esta revolución: el pistacho se ha convertido en un motor económico capaz de revitalizar regiones históricamente afectadas por la despoblación. Castilla-La Mancha, Castilla y León, Extremadura o Andalucía están viendo cómo este cultivo genera empleo, retiene población joven y atrae nuevos proyectos empresariales ligados al campo.
El pistacho, el fruto que revoluciona el campo español: más de 200.000 puestos de trabajo y una necesidad imperiosa de mano de obra
La llegada del pistacho no solo ofrece trabajo en las labores tradicionales de cultivo, sino también en investigación genética, agricultura de precisión, logística y exportación. Según el informe Presente y futuro del cultivo del pistacho de Agróptimum y Juan Vilar, la cadena productiva española genera ya más de 200.000 empleos directos e indirectos, y se espera que en cinco años se sumen otros 100.000 puestos.
El crecimiento del pistacho es espectacular. En la última década, su expansión supera el 3.000%, consolidando a España como uno de los grandes protagonistas europeos de este sector. La mayor parte de estas nuevas plantaciones son de reciente implantación: en 2024, el 61% de la superficie de regadío y el 70% de la de secano eran de nueva plantación, muchas en zonas tradicionalmente deshabitadas.
Castilla-La Mancha lidera la carrera, concentrando alrededor del 80% del terreno dedicado al pistacho y produciendo más de 5600 toneladas en 2025, el 75% de la cosecha total española. Además, la producción ecológica representa ya el 36% del cultivo, un indicador del creciente interés por prácticas sostenibles y de alto valor añadido.
España aún depende de importaciones de pistacho desde Estados Unidos e Irán, pero las plantaciones jóvenes prometen aumentar la productividad y consolidar un mercado nacional que apunta a convertirse en referencia europea. A medida que estas explotaciones alcanzan su madurez, la calidad del producto y la capacidad de exportación a la Unión Europea se multiplicarán, posicionando al pistacho como un verdadero motor rural y un ejemplo de cómo una tendencia gastronómica puede transformarse en fuerza económica.















