Elon Musk ha vuelto a mover ficha en el tablero global con una decisión que descoloca tanto a sus aliados en Washington como a los analistas energéticos internacionales. Tesla construirá en Shanghái la que será su mayor estación de almacenamiento de energía a nivel mundial, un proyecto valorado en 557 millones de dólares y que refuerza el vínculo entre el empresario estadounidense y el Gobierno chino.
Cada vez más tensiones tanto entre países como entre Trump y Musk
En un momento marcado por la tensión comercial entre China y Estados Unidos, la maniobra se interpreta como un gesto pragmático y estratégico, pero también como una ruptura simbólica con el discurso nacionalista de figuras como Donald Trump, a quien Musk ha apoyado en ocasiones.
La nueva gigafactoría estará centrada en el desarrollo de baterías Megapack, una tecnología diseñada para almacenar grandes cantidades de energía y participar en el mercado spot eléctrico. El sistema podrá adquirir electricidad cuando la demanda es baja —y por tanto más barata— y liberarla durante los picos de consumo, favoreciendo la estabilidad de la red. Este modelo no solo permite una mejor gestión energética en sistemas altamente renovables, sino que representa un paso clave en la transición hacia una economía descarbonizada. En este sentido, China es el socio perfecto: lidera la producción global de renovables y gestiona la red eléctrica más extensa del mundo.
El acuerdo con el Ayuntamiento de Shanghái se suma a la fábrica de baterías que Tesla inauguró en febrero en la misma ciudad, consolidando su papel como nodo industrial y tecnológico. Según datos de BloombergNEF, China concentra más del 75 % de la capacidad global de fabricación de baterías de ion-litio, lo que convierte al país en un aliado inevitable para cualquier actor que aspire a liderar el sector energético del siglo XXI. Para Musk, apostar por China significa asegurar acceso a una cadena de suministro eficiente, materiales clave como el litio y, sobre todo, un marco político que apoya las megainfraestructuras sin los obstáculos regulatorios que caracterizan a Occidente.

Mientras tanto, en Estados Unidos la jugada genera incomodidad. Varios sectores políticos han criticado a Musk por fortalecer lazos con Pekín en lugar de priorizar la soberanía energética nacional. No obstante, el magnate ha defendido en repetidas ocasiones que su objetivo último es acelerar la transición energética global, independientemente de las fronteras. “Donde haya voluntad política, ahí estaremos”, ha llegado a declarar en conferencias previas. De hecho, la decisión de diversificar los ingresos de Tesla a través de su división energética es una respuesta a la creciente competencia en el mercado de vehículos eléctricos, donde rivales como BYD están ganando terreno.
El anuncio también lanza un mensaje claro sobre el futuro de Tesla: ya no es únicamente una compañía de coches eléctricos, sino una potencia energética integral. Con iniciativas como Powerwall, Solar Roof y ahora los Megapack, Musk dibuja una empresa que abarca desde la producción hasta el almacenamiento y distribución de energía.