El nuevo tráiler de Five Nights at Freddy’s 2 no intenta esconder su carta más poderosa: Springtrap. Desde los primeros segundos, la cámara lo encuadra como se encuadra a una leyenda urbana que por fin se hace carne: un cuerpo torcido, metal crujiente bajo la felpa, un cuchillo que entra y sale del foco como si respirara, y ese pasillo en penumbra donde el silencio suena a amenaza. No es solo “el malo de turno”; es la consecuencia encarnada de la primera película, el eco físico de William Afton atrapado en su propio pecado.
La puesta en escena le concede ese peso: planos breves, cargados de textura, que sugieren más de lo que enseñan y dejan que el cerebro complete la pesadilla.
La secuela se sitúa un año después de la masacre en Freddy Fazbear’s Pizza y, en lugar de arrancar con un festival de sustos, el tráiler propone una herida que no cierra. Mike Schmidt (Josh Hutcherson) y Vanessa (Elizabeth Lail) se han convertido, a su manera, en guardianes de una mentira piadosa: proteger a Abby (Piper Rubio) ocultándole la verdad. Pero ocultar no es curar. Cuando la niña desaparece, probablemente empujada por esa mezcla de nostalgia y negación que es tan propia de la infancia, todo vuelve a la pizzería como si el edificio tuviera gravedad. Es una premisa sencilla, sí, pero emocionalmente honesta: el terror funciona mejor cuando el regreso al “lugar maldito” es también un regreso a lo que no supimos afrontar.
Un tráiler que mira al fandom
En paralelo, el montaje lanza pequeños anzuelos a los fans del juego sin sacrificar a la audiencia general. Freddy, Bonnie, Chica y Foxy aparecen con un diseño más castigado, casi herrumbroso, que transmite evolución y fatiga; Balloon Boy asoma como recordatorio de que el miedo también puede ser infantil; y Springtrap, mitad reliquia, mitad cadáver animado, articula el “lore” con una claridad que la primera película insinuó y aquí parece decidido a explotar. La sensación es que Emma Tammi ha subido el listón de los set-pieces: más animatrónicos a la vez, espacios nuevos fuera de la pizzería, y una puesta en escena que convierte cada dintel, cada cocina a oscuras, en un umbral de peligro.
Lo interesante es cómo la secuela parece cambiar la escala del terror. En la primera entrega, el horror era íntimo, casi doméstico: un guardia nocturno, turnos interminables, el zumbido eléctrico del neón. Ahora el tráiler sugiere un contagio social —ese “Fazfest” que convierte la leyenda en feria— y, con ello, una tensión distinta: cuando un monstruo salta del rumor a la celebración, ya no basta con cerrar la puerta de casa. Es un movimiento inteligente: expande el universo sin romperlo y, de paso, insinúa un comentario sobre cómo empaquetamos nuestros miedos para hacerlos consumibles… hasta que vuelven a morder.
El músculo de la franquicia
Todo esto llega con viento de cola industrial. FNAF (2023) fue el sleeper de terror de su año: un arranque cercano a los 80 millones y una carrera que rozó los 300 millones globales. Mantener a Scott Cawthon en el guion y a Tammi en la dirección suena a estrategia consciente: no tocar lo que funcionó, pero hacerlo más afilado. Hutcherson trae ese aire de héroe cansado que le sienta bien al material; Lail, como Vanessa, parece ganar capas —hija del monstruo, policía sin paz—; y Piper Rubio tiene el desafío de cargar con el motor emocional sin perder verosimilitud. Si el tráiler es fiel al corte final, habrá más ritmo, más sustos tangibles y, ojalá, una trama que no se conforme con el guiño al fan.
La secuela quiere que entendamos a los animatrónicos no solo como autómatas embrujados, sino como depósitos de culpa y memoria, maquinaria poseída por todo lo que una comunidad decidió barrer bajo la alfombra. Si la película cumple lo que promete, Five Nights at Freddy’s 2 no será solo “más fuerte y más ruidosa” que la primera: será más cruel en el buen sentido, más consciente de por qué nos asusta lo que nos asusta. Y ahí es donde el género deja de ser una atracción y vuelve a ser cine.















