El estreno de The Running Man de Edgar Wright, con Glen Powell al frente, ha reabierto un viejo debate: ¿es realmente adaptables El fugitivo de Stephen King o la historia está maldita para el cine? Casi cuarenta años después de Perseguido (1987), la primera versión con Arnold Schwarzenegger, el propio guionista de aquella película, Steven E. de Souza, ha mirado a la nueva cinta con una mezcla de déjà vu y resignación.
En declaraciones recogidas por The Hollywood Reporter, reconoce que el final “en teoría funcionaba”, pero que incluso las críticas positivas señalan que la película “flaquea” en el tramo decisivo, exactamente el mismo reproche que recibió su versión ochentera.
La paradoja es que tanto la película de 1987 como la de 2025 tropiezan en el mismo punto: cómo cerrar una historia que, en la novela original, no tiene nada de catártica ni de heroica. El libro que King firmó como Richard Bachman planteaba un futuro aún más amargo, con un Ben Richards derrotado y un desenlace abiertamente nihilista —llegando a estrellar un avión contra la cadena responsable del reality asesino— que dejaba mal cuerpo al lector. Hollywood, sin embargo, lleva cuatro décadas suavizando ese pesimismo: primero convirtió la novela en un vehículo para el carisma musculado de Schwarzenegger y ahora en un thriller estilizado para el lucimiento de Powell, sacrificando buena parte de la rabia política y de clase que impregnaba el texto original.
El final imposible de adaptar
De Souza lo admite sin rodeos: “El final del libro es deprimente, así que se necesita un final nuevo”. A su juicio, tanto Perseguido como la nueva The Running Man modifican la conclusión “de forma muy similar”, solo que en los 80 tenían menos presupuesto y todo quedaba más sencillo y directo. El problema, sugiere, no es tanto cambiar el desenlace como lograr que esa reescritura sea coherente con el tono del resto de la película. Y ahí es donde, según muchos críticos, vuelve a producirse la fractura: la cinta de Wright mantiene durante buena parte del metraje una energía visual y una sátira televisiva interesante, pero desemboca en un clímax que se siente apresurado y poco consecuente con lo que planteaba.
La recepción refleja esa división. La nueva The Running Man se mueve en torno a un 60-65 % de aprobación entre la crítica, que suele elogiar su ritmo y el trabajo de Powell pero coincide en señalar el final como “anticlimático”. En cambio, el público la está acogiendo mejor, con valoraciones que rondan el 80 % en agregadores como Rotten Tomatoes, aunque el arranque en taquilla ha sido más tibio de lo que cabría esperar para una marca con el sello Stephen King. Es casi un calco de lo que ocurrió con Perseguido: la película ochentera fue despachada en su día como acción exagerada y algo tosca, pero acabó convertida en título de culto gracias al vídeo doméstico y a su lectura, hoy muy vigente, sobre reality shows y violencia televisada.
La mala leche de King frente al blockbuster
Más allá de la anécdota de si este final funciona mejor o peor, lo que late en el comentario de De Souza es algo más incómodo para Hollywood: el hecho de que El fugitivo sigue siendo una historia esencialmente incómoda. King escribió una distopía cabreada sobre pobreza, propaganda y deshumanización de los perdedores del sistema, y cada vez que la industria intenta convertirla en blockbuster se ve obligada a limar aristas. La violencia sigue ahí, los decorados futuristas siguen ahí, pero el nivel de desesperación social y de crudeza moral siempre se rebaja un par de grados para no espantar a la audiencia masiva.
Por eso su remate irónico —“quizá la tercera versión, en 2045, dé en el blanco”— suena a broma y a desafío a la vez. De Souza deja caer que quizá haga falta otra generación de cineastas, y otro contexto industrial, para atreverse a filmar The Running Man con toda su mala leche intacta. Mientras tanto, la nueva película de Edgar Wright se suma a una larga lista de adaptaciones de King que funcionan como entretenimiento sólido pero que, a ojos de los más puristas, siguen sin atreverse del todo a mirar de frente el abismo que planteaba la novela.















