La evolución del ser humano moderno acaba de sumar un nuevo y fascinante capítulo. Un estudio publicado en Nature ha revelado la existencia de una población ancestral desconocida que no solo coexistió con los antecesores del Homo sapiens, sino que podría haber contribuido hasta con un 20% del ADN de los humanos actuales.
Gracias al modelo genético ‘cobraa’, desarrollado para analizar la compleja genealogía humana, investigadores de las universidades de Cambridge y Wisconsin han logrado reconstruir un escenario evolutivo de hace más de un millón de años que cambia nuestra comprensión de los orígenes de la especie.
Según los hallazgos, hace aproximadamente 1,5 millones de años dos grupos humanos divergieron: la llamada Población A —de la que surgirían más tarde los neandertales, denisovanos y los propios Homo sapiens— y una misteriosa Población B.
ADN antiguo, orígenes reescritos
Aunque ambas se separaron durante cientos de miles de años, se reencontraron hace unos 300.000 años, dando lugar a una nueva mezcla genética que aún hoy llevamos en nuestros genes. El estudio sugiere que esa recombinación no fue casual: algunos genes clave en la función cerebral y el procesamiento neuronal podrían haber sido heredados de este grupo “fantasma”.
Aylwyn Scally, genetista evolutivo en Cambridge, califica el hallazgo como “sorprendente” y destaca que el uso de grandes bases de datos genéticos, como el Proyecto 1000 Genomas, ha sido fundamental para desentrañar una historia que parecía enterrada por el tiempo.
Linajes perdidos, huellas presentes
El modelo muestra además que la Población A no era homogénea, sino que estaba formada por diversas ramas genéticas que se mezclaron entre sí, una “estructura profunda” que complica la narrativa lineal que tradicionalmente se había aceptado sobre nuestros ancestros.
El 80% del material genético actual provendría de esta Población A, pero el 20% restante —con un rol potencialmente decisivo en nuestra evolución cognitiva— sería legado de la Población B. Algunos investigadores apuntan a candidatos plausibles para este linaje, como Homo erectus o Homo heidelbergensis, especies que habitaron tanto África como otras regiones y que pudieron haber intercambiado material genético con nuestros ancestros.
Este “mestizaje evolutivo” abre la puerta a reevaluar eventos clave de nuestra historia evolutiva. La noción de “poblaciones fantasma”, como las ha definido el antropólogo John Hawks, permite entender mejor cómo funcionó ese flujo genético: grupos que parecían extintos o desconectados reaparecieron en momentos críticos para aportar material genético esencial.
“No hablamos de un simple cruce puntual”, subraya Hawks, “sino de una gran fusión genética en la raíz misma del árbol evolutivo humano”. Con este hallazgo, el mapa de nuestra evolución se hace más complejo, pero también más fascinante: somos el resultado de muchos encuentros, algunas veces invisibles, con linajes que creíamos perdidos.
