Donald Trump, en su estilo habitual de desplante elegante, ha dejado entrever que una reconciliación con Elon Musk no está descartada, aunque tampoco figura entre sus prioridades inmediatas. "Supongo que podría", confesó el presidente en una entrevista con la columnista Miranda Devine, antes de redirigir el foco hacia lo que, según él, realmente importa: "Tenemos que enderezar el país".
Trump enfría la tensión con Musk, pero deja claro que tiene cosas más importantes que hacer
La conversación, grabada el lunes y publicada el miércoles, coincidió con un gesto de aparente arrepentimiento por parte del magnate sudafricano. Musk reconoció en su red social, X, que algunas de sus acusaciones contra el presidente habían ido “demasiado lejos”. Un matiz importante en medio de una guerra fría que se calentó la semana pasada con amenazas cruzadas, tuits borrados y advertencias de consecuencias “muy graves”.
La disputa, que escaló con velocidad, tuvo su detonante en el rechazo público de Musk al nuevo plan fiscal republicano, un proyecto que, según sus cálculos, añadiría más de dos billones de dólares al déficit. El presidente respondió a golpe de red social, dejando caer la posibilidad de cortar los contratos gubernamentales con Tesla y SpaceX. Musk, por su parte, contraatacó acusando a Trump de estar relacionado con la lista de amistades del difunto Jeffrey Epstein, aunque más tarde eliminaría esa y otras publicaciones comprometedoras.
Entre dardos públicos y silencios calculados, Musk calificó el plan fiscal de Trump como una “abominación repugnante” y lo acusó de sabotear su cruzada personal contra el despilfarro federal desde el criticado Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), organismo del que se distanció oficialmente en mayo.
El tono cambió a media semana. Musk parece haber suavizado su postura, mientras Trump, cuando fue preguntado de nuevo sobre el empresario, respondió con desdén: “No sé cuál es su problema, la verdad. No he pensado mucho en él últimamente”.
El distanciamiento no es solo retórico. El Tesla rojo que Trump había comprado a Musk —una muestra simbólica de respaldo tras los ataques a los supercargadores de la compañía— ya no aparece en el aparcamiento de la Casa Blanca. ¿Lo vendió? ¿Lo regaló? La Administración se niega a aclararlo. Pero si algo ha quedado claro es que, al menos por ahora, el deshielo entre ambos es más una posibilidad lejana que una prioridad real.











