Juego de tronos, la serie de HBO apadrinada por Dan Weiss y David Benioff, siempre ha tenido claro sus temas principales. Más allá de las profecías, la guerra contra los seres inmortales nacidos bajo el gélido frío o el incandescente vuelo de los dragones, la adaptación televisiva de la novela río de George R.R. Martin ha versado sobre el destino de sus personajes. La pléyade de perfiles y figuras que ha desfilado sobre este pantagruélico drama ha portado con ellos sus propios miedos, inseguridades, planes y ambiciones. Todas las piezas que se han dispuesto en el tablero de Poniente han servido como parte de un todo, pese a que a veces no hemos tenido la imagen completa ni todos los pedazos. El camino seguido por los dos showrunners ha sido a veces discutible, con altibajos y tropezones muy notorios en los últimos años. Pero al final, sobre todo teniendo en cuenta en el lugar en el que nos encontramos a estas alturas de la serie, hay que aplaudir por saber arriesgarse lo suficiente y tomar la decisión narrativa correcta con respecto al rumbo que ellos mismos escogieron para su término. ¿Controvertida? Sin lugar a dudas. ¿Lógica? Absolutamente.
Las campanas, quinto episodio de la octava temporada de Juego de tronos y dirigido por Miguel Sapochnik, puede ser uno de esos capítulos controvertidos, complejos y de difícil trago para muchos. Es demoledor y consecuente con todo lo planteado previamente. Desde estas líneas hemos destacado mucho la deriva de la producción en determinados momentos, precisamente en aquellos que más necesitaban de pausa, cuidado, mimo y cuidado en términos de escritura o dirección.
Los últimos Stark, un capítulo que tenía que servir como buen gozne para los eventos entre la lucha contra los Otros y el sitio de Desembarco del Rey, se convirtió en uno de esos hitos negativos para la adaptación, ofreciéndonos la peor cara de la serie desde aquella evidente mácula dejada por Dorne y sus tramas hace unos años. Sí, ahora en perspectiva nos permite vislumbrar algunos temas y puntos importantes para comprender muchos de los actos y decisiones tomadas por los protagonistas en este quinto capítulo, pero tanto la dirección de David Nutter como el libreto de Weiss y Benioff deslucieron mucho una antesala que debería haber sido mucho más trágica en relación a los eventos que se han acabado produciendo en Poniente.
En el fondo, Las campanas es el capítulo que resume y condensa a la perfección el estilo de George R.R. Martin como escritor y hacedor de historias. Canción de hielo y fuego siempre ha sido un ambicioso y complejo relato fantástico con tintes de epopeya épica, con personajes oscuros y grises en tiempos difíciles, pero en su estructura moderna y contemporánea llegaba a rendir tributo a ciertos aspectos líricos heredados de escritores clásicos como Homero y compañía. Este contraste, a veces poco entendido, se ha sabido trasladar a la serie con gran atino. Es una de esas decisiones que se han respetado y repetido numerosas veces a lo largo y ancho de las temporadas, demostrándonos el cuidado que se ha puesto a la hora de tratar los temas principales de las novelas de Martin. Es inevitable pensar en La Ilíada o en La odisea, y en todo ese halo épico y trágico que lleva acompañando a la ficción y a la propia literatura de género desde hace cientos de años.
Traiciones por el destino de Poniente
“En este mundo, cuando juegas al juego de tronos, o ganas o mueres” le espetaba una altiva Cersei Lannister (Lena Headey) a Ned Stark (Sean Bean) en la primera temporada de la serie. Esta máxima se ha repetido a lo largo y ancho de la serie, adoptando las más distintas formas y dinámicas, pero convirtiéndose en la base y el sustento de casi todos los arcos narrativos y tramas escritos por Weiss y Benioff. Ambos guionistas se han sentido muy cómodos como amos de títeres en estas lindes, tejiendo y deshaciendo intrigas palaciegas y alianzas de cara a su apoteósico final. En aquellos momentos en los que la serie nos regaló su mejor cara, con una tercera temporada ya finalizada y asentada, se nos mostró a un Lord Varys (Conleth Hill) y a un Petyr Baelish (Aidan Gillen) conspirando constantemente por obtener la mejor información y conocimiento, algo que en Poniente -como en el mundo real- es la verdadera fuente de poder.
Sin embargo, manejar este tipo de información puede ser peligrosa. Los pajarillos de la Araña, que antaño pululaban por las calles de Desembarco del Rey, ahora se mueven por las entrañas de Rocadragón. Varys siempre se ha manejado bien en las distancias cortas, sirviendo a los peores reyes imaginables con un carácter servicial y dedicado, pero al mismo tiempo conspirando para deponerlos en pos del bien de la ciudad y los Siete Reinos. Consciente de su juego, apostó y tomó una decisión en contra de la reina a la que juró proteger y encumbrar hacia el Trono de Hierro. El eunuco, uno de los personajes más fieles a sus objetivos y metas, siempre ha perseguido un bien mayor. La adaptación de HBO está plagada de reyes y reinas egoístas, así como de casas nobles con un largo historial de comportamientos execrables. La vida es así, incluso en un mundo en el que existe la magia o los muertos caminan entre los mortales. Pero Varys, pese a ser un superviviente y un verdadero cambiacapas de cara a la galería cuando ha tenido la ocasión, siempre ha jugado pensando en el futuro de todos los habitantes de Poniente siendo consecuente con sus ideales.
Por eso, cuando es consciente de la sangre que corre por las venas de Jon Nieve, decide mover ficha y apoyarlo. Su conversación con Tyrion Lannister (Peter Dinklage) sobre los derechos de sucesión al trono y los ideales que debe cumplir un monarca de cara al futuro, son más que claros. Cuando decidió enrolarse en la causa de Daenerys Targaryen (Emilia Clarke) pensó que era la decisión correcta. Pero el devenir de los acontecimientos, sus evidentes dudas sobre la salud de Dany y la información que ha llegado a poseer y manejar lo hicieron cambiar de opinión en pos de un mañana mejor. No se puede luchar contra legiones de muertos en busca de un nuevo día y morir en la orilla del primer amanecer. El sufrimiento, las largas conversaciones y las arriesgadas estratagemas no servirían para nada. “Cada vez que nace un Targaryen, los dioses lanzan una moneda al aire y el mundo contiene el aliento para saber de qué lado caerá. No sé de qué lado ha caído en el caso de Daenerys, pero sí sobre cuál es tu lado”, le comenta el mayor espía de los Siete Reinos a Jon. En estos instantes del capítulo, en los que lo observamos escribiendo cartas y mensajes destinados, en teoría, para los más diversos señores nobles de Poniente, descubrimos al mejor Varys. Al maestro de los susurros y chismes, al que siempre escuchaba a través de las paredes de la Fortaleza Roja. Cuando intenta prender la llama de la revolución en el continente, alertando del verdadero heredero al trono, acaba topándose y abrazándose con el incandescente fuego esputado por las fauces de Drogon. La justicia de la reina es inmisericorde.
El destino de Varys es merecido. Él mismo lo admite. Su traición es evidente, pero esconde motivos y aspectos nobles. “Todos sus motivos son buenos y nobles. Siempre fue absolutamente fiel a su palabra durante todo la serie. Todo lo que pedía era una persona justa y buena sentada en el trono. Lo ha estado repitiendo una y otra vez en todos los guiones. Mi personaje no tiene la distracción del amor o el deseo ni ninguna de esas cosas. Y aquellas personas que tenían el poder para ser conscientes de todo esto, estaban evidentemente enamoradas. Así que tiene todo el sentido del mundo”, explicaba el propio Conleth Hill en una entrevista concedida a Entertainment Weekly. Antes de que el fuego que una vez lo castró y mutiló lo bese de nuevo, Tyrion le confiesa que él ha sido el que lo ha delatado con Daenerys, Jon y la noche cerrada de Rocadragón como testigos. La traición se paga con el más alto precio.
Sapochnik es un director que se maneja con gran habilidad en las secuencias de acción, pero como ya descubrimos en Vientos de invierno o en ciertos momentos de La larga noche, también sabe dejar su impronta en las distancias cortas o más íntimas. En el mismo castillo, otrora fortaleza Targaryen y símbolo de su poder ilimitado, Daenerys Targaryen se derrumba. Observando al infinito en dirección al Mar Angosto, añorando los tiempos en los que era una figura libertadora, querida y admirada por el pueblo, se lamenta de su aciago destino. La reina de plata ve traidores y obstáculos allá hacia donde mira. Sabe que el secreto sobre Jon ha sido manejado sabiamente por Sansa Stark (Sophie Turner) y que ha llegado a los oídos de Tyrion por la misma loba pelirroja. Dany no se fía de su propia mano, su única amiga ya no está a su lado, no tiene aliados sólidos a su alrededor y se sigue sintiendo una extranjera en tierra extraña pese a que está en su casa. El hogar al que tanto ansiaba llegar. Desdichada y agraviada, advierte al gnomo Lannister de sus peligrosas amistades. Es una situación complicada para Tyrion, que por primera vez en mucho tiempo, observa cómo todo aquello que ha luchado por construir se desmorona por culpa del miedo, la duda y la locura.
“No he encontrado amor aquí. Solo miedo”, confiesa Daenerys a Jon en la seguridad de su alcoba. El huargo, curtido en mil batallas y conocedor de los peligros de las confesiones más íntimas de los monarcas, vuelve a tenerle miedo. La dragona intenta besarlo de forma apasionada pero él aparta su rostro. “Pues que así sea. Será miedo”, susurra ante el crepitar de las llamas y la sólida madera del mapa de Poniente que corona la estancia. Dany ha sido dibujada como una libertadora en muchas de las temporadas de Juego de tronos, y ha sido capaz de sublevar ciudades enteras con su voz. Pero el temor a sus dragones y a su fuego redivivo siempre ha estado presente. Podemos remontar a algunos de los primeros episodios de la serie para observar este lado demente de la Targaryen -“¡Crucificaré a los amos! Quemaré sus flotas, mataré a todos y cada uno de sus soldados y quemaré sus ciudades hasta que sean polvo. Ese es mi plan”-, y pese a que siempre ha tomado la decisión correcta aconsejada por sus sabios aliados y confesores, parece que en esta ocasión será diferente.
Cuando tañen las campanas
Pese a todo, Tyrion Lannister sigue intentando buscar una vía que no acabe con la muerte de miles de inocentes en Desembarco del Rey. Sabe que la estrategia de su hermana es usar a la propia ciudad y sus habitantes como rehenes y escudos ante los invasores, y alerta del peligro que supone entrar en el enclave a fuego y sangre. Rendir la fortaleza y la ciudad es la mejor opción de cara a que todo Poniente la vea como una reina y no como una amenaza, y consigue convencer a Daenerys de que si suenan las campanas, de una forma u otra, cesará el ataque. El pequeño gran león está siendo partícipe de un juego cada vez más complicado. Para mayor incomodidad, cuando decide abandonar la sala del trono de Rocadragón, su reina le avisa de que han encontrado y apresado a Jaime Lannister (Nicolaj Coster-Waldau) cruzando las fronteras e intentando internarse entre las líneas enemigas para llegar a la urbe. Tyrion es advertido por la monarca de nuevo, de la misma manera en la que ya advirtió a Varys, informándole de su más que posible ejecución si decide ayudar a su hermano anteponiendo los intereses de las huestes Targaryen.
Los hijos de Tywin -y aquí hay que incluir también a Cersei Lannister- han protagonizado algunos de los mejores momentos de todo Juego de tronos. La calidad interpretativa de Nicolaj, Peter o Lena está fuera de toda duda, y cuando coinciden en un mismo lugar o son partícipes de una secuencia, es inevitable caer rendido a sus pies. El diálogo que mantienen Tyrion y Jaime, demuestra lo bien construidos que están ambos personajes cuando se ciñen a sus perfiles literario. Son hermanos. Por encima de todo. Por eso decide liberarlo a riesgo de perder su propia vida -“Cientos de miles de personas y vidas inocentes, y un enano no particularmente inocente me parece un buen trato”- jugándose una última carta de cara a que convenza a Cersei de rendir la ciudad y hacer sonar las campanas antes de que llueva el fuego sobre Desembarco del Rey. Enviar a su hermano a la ciudad, desoyendo las órdenes de Daenerys e incitándolo a que ponga a salvo a Cersei Lannister, es la más alta y peligrosa de las traiciones. La despedida con su hermano, al que jamás volverá a ver, es una de las más bonitas de la adaptación de Weiss y Benioff. “Si no fuera por ti, nunca hubiera sobrevivido a mi infancia. Fuiste el único que no me trató como a un monstruo”, confiesa entre lágrimas.
Las campanas adquiere un tinte lírico conmovedor. La batalla por el Trono de Hierro se empapa de los versos más oscuros, trágicos y torcidos jamás imaginables, anticipándonos lo que es una conclusión dura y agridulce, alejada de la polarización típica entre la luz y la oscuridad del género fantástico. Ese matiz, esa crudeza casi documentalista de lo que es el sitio y el combate por una ciudad en un contexto propio del medievo, es brillante. Con el sol en lo más alto, Daenerys Targaryen da su golpe de gracia a la Flota del Hierro. Sus andanadas de fuego contra las naves de Euron Greyjoy (Pilou Asbæk), reduciendo los barcos a madera quemada sobre la bahía del Aguasnegras demuestra que la sangre del dragón, auspiciada por el poder y el terror encarnado en Drogon, es imparable. Mientras las diezmadas tropas norteñas y las prietas filas de los Inmaculados esperan a las puertas de la ciudad, la Compañía Dorada guarda la entrada y los escorpiones, las murallas. Pero el fuego no se puede comprar. El fuego lo arrasa todo. Y los ingenios que consiguieron doblegar a Rhaegal, han resultado inútiles. Tanto como las miles de espadas pagadas por la fuerza del oro.
El capítulo nos presenta secuencias muy potentes, sin apenas diálogos ni cruces de palabras, en las que las llamas devoran las murallas y derriten las defensas de los Lannister. Cuando las puertas de Desembarco del Rey caen, cientos de dothraki enarbolan sus arakh y cargan contra los restos de la compañía de mercenarios, entrando a la fuerza en la ciudad y desatando la muerte por sus calles. Los principales dirigentes del ataque, Tyrion Lannister, Gusano Gris (Jacob Anderson), Ser Davos Seaworth (Liam Cunningham) y Jon Nieve (Kit Harington) esperan el tañido de las campanas. Cersei ha perdido la batalla, las defensas de la ciudad han caído, la flota ha sido derrotada y las tropas han perecido en el combate bajo el fuego encarnado de Drogon. La música de Ramin Djawadi, presente durante todo el metraje pero sin intentar sobreponerse a la acción que transcurre en pantalla, marca de forma asfixiante y constante el compás de una atenazadora tensión que va en aumento. Djawadi y Sapochnik juegan con los silencios y los rostros compungidos de los protagonistas, que comienzan a entrever el final de todo.
A lo lejos, y tras los rojos balcones, muros y torreones de la Fortaleza Roja, Cersei asiste a su fracaso. La reina, la Guardiana de Occidente, recibe las malas noticias de boca de Qyburn (Anton Lesser). La ciudad ha caído, el pueblo, rehén de la Lannister, pide que se rinda la plaza y que suenen las campanas para recibir a los nuevos conquistadores y regentes. La situación es desesperada, pero la leona quiere seguir luchando y plantando cara hasta el final. “La fortaleza roja nunca ha caído, y no lo hará hoy”, espeta. Mientras las tropas avanzan y se encuentran con los remanentes de las legiones carmesí, las campanas comienzan a sonar por todo Desembarco del Rey. Las tropas entregan sus armas, los soldados rivales se repliegan y los habitantes de la capital de Poniente respiran aliviados. Pero el destino ya ha jugado sus propias cartas, y la moneda lanzada muchos años atrás con el nacimiento de Daenerys ha caído en el lado equivocado. La reina dragón, apostada en una de las murallas exteriores, mira a lo lejos la Fortaleza Roja. El hogar construido por los suyos muchos años atrás está a unos segundos de vuelo. Entre ella y su trono, se interponen miles de civiles, soldados y conspiradores que no la han visto ni verán como a una reina ni uno de los suyos. Dominada por sus propios temores y obsesiones, así como alimentada por su incandescente odio interior, la Targaryen decide destruir la ciudad y tomar aquello que le pertenece a sangre y fuego.
Tyrion observa a Drogon despegar y lanzar su primera llamarada ante la población que intenta huir del terror con alas y se estremece. Jon, que había jurado seguirla hasta el final, percibe el peor de sus temores. La reina loca, la figura que siempre habían temido y de la que la propia historia alertaba una y otra vez, ha emergido. La lacra hereditaria que siempre ha estado presente en todo el linaje de los príncipes dragón ha despertado. Aquel mal que envenenó la mente de Aerys II Targaryen y lo hizo cometer actos deleznables, ha tomado las riendas de la psique de Dany. ¿Está justificado? ¿Es una evolución o conclusión lógica para el personaje? Podemos entrar en si se trata de un giro forzado, basado en la peor interpretación de la subversión de expectativas esgrimida por Dan Weiss y David Benioff en la serie, o de si se trata de una torpe inclusión en el desarrollo de Daenerys. Pero en términos de lógica y construcción de personaje tiene sentido.
El personaje de Martin ha sido a veces cruel y obsesiva en los libros, pues ha desatado la destrucción en la Bahía de los Esclavos y ha tenido dudas a la hora de portar la lacra. En la serie, que siempre ha tendido a mitificarla y convertirla en una figura más mesiánica, no han sabido jugar con esta vertiente, pero también ha estado presente en muchos episodios. Se van a derramar muchos ríos de tinta al respecto, pero lo cierto es que la propia adaptación ha estado dándonos pequeñas pistas y elementos claves en forma de profecías, visiones y diálogos a lo largo y ancho de todas sus temporadas. Todo ha estado ahí. Se podría discutir en si es un cambio forzado y dejado para casi el final, una torpeza en términos de estructura narrativa, pero Juego de tronos ha ido jugando con esta idea desde las visiones que la propia Daenerys experimentaba en la segunda temporada.
En Canción de hielo y fuego, concretamente en Choque de reyes, hay un momento en el que Daenerys Targaryen vive en sus carnes una serie de visiones en la Casa de los Eternos. Martin juega con los lectores arrojando pistas y conclusiones sobre el destino de la dragona y de otros protagonistas que acabarán cruzándose con ella, mostrándonos bajo el típico halo de las profecías, un buen número de imágenes oníricas y de difícil comprensión. La serie fue mucho más pragmática en su día, y nos regaló una de las secuencias más evocadoras de toda la adaptación de HBO. Tras ser despojada de sus dragones, la khaleesi se internaba en los pasillos de este exótico y peligroso lugar. Allí, tras pasar por algunas pruebas, Dany tenía una visión en la que caminaba en solitario por la sala del trono de la Fortaleza Roja. La vidriera estaba calcinada, y el techo, hundido. Algo, parecido a la nieve, lo cubre y abraza todo. Pero no se trata de la nieve traída por el mismo invierno y el hielo del norte. Se trata de ceniza. De la ceniza originada por las brasas y el ardor que ella misma ha portado siempre. Daenerys Targaryen, legítima heredera del Trono de Hierro, legítima reina de los Ándalos y Primeros Hombres, Protectora de los Siete Reinos, Madre de Dragones, la Khaleesi del Gran Mar de Hierba, la que no arde y Rompedora de Cadenas, es también la Reina de las Cenizas.
Entre cenizas y muerte
El fuego se expande por las calles, casas y torreones de Desembarco de Rey. La ciudad está presa del caos, y los inocentes se apilan en el suelo calcinados por las llamas traídas por aquella que venía a liberar Poniente del yugo y la tiranía de Cersei Lannister. Las tropas de Inmaculados se han adentrado en la capital, pasando por la espada y la lanza a todos aquellos soldados leales a la corona. Incluso los que se habían rendido y habían obtenido el perdón, han sido asesinados con crueldad. La locura, el saqueo y la violación se extienden por las calles. Todos son partícipes en esta orgía de maldad que se apodera de los hombres cuando no hay ley ni amparo divino. Todos menos Jon y sus más leales aliados, que deciden intentar poner pie en pared para evitar un mal mayor. En busca del mal mayor están Sandor Clegane (Rory McCann) y Arya Stark (Maisie Williams), quienes han conseguido internarse en la masa de civiles que pulula por las angostas avenidas de la metrópoli en busca de refugio. El Perro y la heraldo de la Muerte, alcanzan la Fortaleza Roja, que también comienza a derruirse y ser pasto de las llamaradas.
Ambos tienen un objetivo claro. Arya desea matar a Cersei y acabar con todo de forma rápida, motivada por su propio deseo de venganza -su lista sigue impulsándola a ello- y la necesidad de corregir el destino de Poniente gracias a un bien mayor empuñando su espada. Arya es quién es gracias a Cersei y el deseo de matarla la ha llevado a estar viva desde entonces. Arrebatarle la vida es la manera de estar en paz consigo misma. Sandor, por su parte, tiene que enfrentarse a su destino. Debe matar a su hermano, La Montaña que camina, y terminar de una vez por toda con esa incertidumbre y limitación interior que lo hace dudar cuando se encuentra cara a cara con la mismísima muerte. Ha estado deseándolo desde que la sangre de su sangre lo arrojarse contra el fuego en aquella hoguera hace muchos años. Ha vivido a su sombra, condenándolo a una existencia miserable. La esperada cleganebowl, un hecho del que se ha estado hablando y teorizando durante años por parte de los fans de Canción de hielo y fuego, es una realidad.
Mientras los heraldos del óbito encarnado se preparan para afrontar su destino, El Perro impide que Arya se encuentre con el suyo. Su sino es otro. Debe ayudar a los que queden vivos y a su propia familia a buscar un mañana. Si permanece en esta ruinosa fortaleza, perecerá y su misión no tendrá sentido. La Stark, que conciliaba el sueño imaginándose el momento en el que tuviese a la leona frente a frente, lo admite. Su compañero de rostro desfigurado le está brindando una posibilidad de vivir en el mañana y se lo agradece. “Sandor”. Lo llama Sandor por primera vez. Se trata, de nuevo, de uno de los puntos álgidos de todo el capítulo y que finaliza el arco protagonizado por esta dupla imposible que tanto ha evolucionado y que nada ha cambiado desde que ambos cruzasen sus caminos. Si bien Arya vuelve a las calles, su compañero espera en las escaleras a La Montaña. El duelo al sol entre ambos, mientras los muros se derrumban y el polvo y la ceniza impregnan el ambiente, es digno de aplaudirse y recordarse. La tensión entre ambos Clegane es tal, que el propio Qyburn fallece intentando evitar el encuentro. No hay órdenes que valgan. No hay magia negra que controle el odio que ambos hermanos se tienen y comparten. Es un vínculo demasiado profundo para romperse bajo el control de la más oscura de las ciencias.
Es una batalla hermosa, casi pictórica, compleja en su letal coreografía y llena de puntos álgidos que acabarán siendo a buen seguro recordados por los aficionados a Juego de tronos. Los apuñalamientos, golpes y puñetazos desfiguran y destrozan a ambos personajes, que van despojándose de sus armaduras y bañándose en sangre. Todo se desmorona a su alrededor. El fuego calcina los cimientos del castillo y el dragón los sobrevuela una y otra vez. Los fogonazos ascienden y ambos abrazando su fatídico sino, deciden acabarlo todo arrojándose al vacío. Encontrándose en las llamas que lo originaron todo.
Jaime Lannister ha sido, por méritos propios, uno de los personajes más embrollados de Juego de tronos. La evolución de Jaime es palpable, con múltiples cambios en su personalidad y algunos inesperados virajes que han ido cincelando la efigie que tenemos hoy del caballero de la mano de oro. Weiss y Benioff lo han llevado a la casilla de salida varias veces, y aunque parecían haber culminado su viaje con Brienne de Tarth, decidieron someterlo a una nueva vuelta de tuerca de cara a concederle un clímax y un final en los brazos de su hermana. El amor que profesa por Cersei es tóxico, obsesivo y muy enrevesado, casi tanto como él, hasta tal punto que ambos mellizos no son nada el uno sin el otro. Se completan. Por eso, la decisión de trasladarlo a Desembarco del Rey tras haberla abandonado meses atrás, tiene cierta coherencia. Escrita de forma torpe, claro está, pero lógica. La perturbación amorosa que padece Jaime lo lleva a buscar una alternativa para acceder a la misma Fortaleza Roja mientras todo se derrumba, siguiendo las catacumbas que una vez usó su hermano para huir del yugo de la misma Cersei.
En la playa descubre la barca que le ha prometido su Tyrion como símbolo de salvación para ambos, pero también le espera su aciago destino. Entre las aguas, como buen kraken superviviente, emerge Euron. El capitán de navío y guerra decide pelear con Jaime por el amor de la reina, y ambos se envuelven en una mortal lanza que acaba con el caballero siendo apuñalado varias veces de muerte. HBO no ha sabido manejar un personaje con tanto potencial como Euron Greyjoy, una figura que podría haber dado mucho juego al lado de Cersei y que nos habría regalado momentos icónicos para la posteridad, y pese al carisma que desprende Asbæk, todo ha quedado deslucido. En cualquier caso, su combate en la arena, entre rocas y el oleaje que besa la ciudad, ha quedado bastante poético. “Yo fui el hombre quién mató a Jaime Lannister”, se despide antes de morir el propio Euron.
Jaime se encuentra con hermana en mitad del caos y el colapso. La reina, que ha conseguido mantener la compostura y el rostro impenetrable en el peor de los escenarios posibles, se desploma también. Bañada en lágrimas, se abrazan y besan cuando todo está perdido. Los hijos de Tywin Lannister intentan buscar una salida, pero no la encuentran. Todas las posibles puertas de huidas están tapadas, y en la superficie, la Targaryen sigue calcinándolo todo. Su pasadizo de salida está taponado entre escombros, piedras y polvo. En las catacumbas de Desembarco del Rey, el lugar que fue testigo del auge de la casa Lannister, también es testigo de su caída. Entre la polvareda, un enorme cráneo de dragón parece sonreír. El Terror Negro, la figura que una vez atenazó Poniente con su fuego, parece cobrarse su venganza mucho tiempo después. Los leones han claudicado y se han humillado ante el dragón. “No quiero morir, no quiero que nuestro hijo muera”, confiesa Cersei a su hermano. Su confidente y amante, la parte que la completa y la completará siempre, la abraza y le expresa su más claro y sincero amor: “Solo mírame a los ojos, solo somos nosotros dos, somos los únicos que importamos”. Será el último testimonio y lo último que oiga Cersei. Abrazados, son engullidos por el abismo y la oscuridad. Una vez Tywin erradicó una casa entera de la faz de Poniente, haciendo que su linaje se extinguiese de la noche a la mañana. Ahora las lluvias de Castamere suenan en sus propios herederos. Es su casa la que queda herida de muerte en las bóvedas de la ciudad que antaño reinaron.
En la superficie, el desgobierno y la confusión son la tónica imperante. La anarquía se ha instaurado en las calles, y Jon decide que es momento de replegarse. Las tropas no pueden alcanzar la fortaleza entre fuego y escombros. Los soldados están sedientos de sangre, pero consigue devolver a las huestes del norte a las afuera. Tocando la retirada y dando perdida Desembarco del Rey, así como a su propia reina, observa el manto de destrucción que yace sobre el pavimento. Las campanas ya no suenan y ahora únicamente se escucha el llanto de los heridos, el lamento de los inocentes que lo han perdido todo y el crepitar de las llamas que todo lo engullen. Un grito atávico de un dragón rompe de nuevo el coro de una ciudad que está condenada.
Los ejércitos se repliegan mientras Arya Stark, cubierta de ceniza, consigue a duras penas salir de la Fortaleza Roja. Ha sido ayudada por los habitantes de la urbe, que le han brindado las fuerzas necesarias para seguir adelante. Mientras observa los cadáveres abrasados del pueblo, en una imagen que recuerda a la tragedia de Pompeya, se para mirar a una madre y una hija que han muerto abrazadas. Entre el humo y la sangre, sobre un pálido caballo, la muerte cabalga silenciosa por las calles de Desembarco del Rey.
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