En El Señor de los Anillos: la Guerra de los Rohirrim, Kenji Kamiyama nos invita a explorar un capítulo fundamental de la historia de Rohan, dos siglos antes de los eventos que marcaron la trilogía original de Peter Jackson. En un panorama cinematográfico saturado de intentos fallidos de replicar la épica de Tolkien, esta película sorprende al lograr no solo rendir homenaje a la mitología original, sino también aportar algo de frescura en una franquicia desgastada por entregas como El Hobbit y la serie de Amazon, Los anillos de poder. Kamiyama traza un puente entre el pasado glorioso de la saga y un futuro visualmente innovador, demostrando que aún queda mucho por explorar en los vastos paisajes de la Tierra Media.
Este año, de hecho, se puede calificar como el del resurgimiento de la épica de Tolkien, ya que además de esta producción, Warner Bros. y New Line Cinema anunciaron que están desarrollando dos nuevas películas de acción real basadas en este mundo, la primera de las cuales se titula provisionalmente La caza de Gollum con Andy Serkis repetiendo su papel más famoso y ejerciendo como director. En este caso, La Guerra de los Rohirrim, la primera película nueva de El Señor de los Anillos en una década, se centra en Helm Hammerhand, el Rey de Rohan, de quien el Abismo de Helm toma su nombre.
Esta es una de las historias menos conocidas que se encuentran en los libros de J. R. R. Tolkien, pero es una que incluye mucho drama y guerra que da lugar a una película muy entretenida. Además, el símil con ciertas producciones de Studio Ghibli non es casualidad ya que Kamiyama y el resto del equipo creativo reconocieron inspirarse en clásicos como Nausicaä del Valle del Viento.
¿Qué historia de Tolkien adapta?
La película adapta La Casa de Eorl, un relato corto del "Apéndice A" de la obra magna del icono de la alta fantasía Tolkien, El Señor de los Anillos, mucho más centrado en los humanos que en los seres de fantasía. La historia se desarrolla en Rohan de la Tercera Edad, 132 años antes del nacimiento de Bilbo Bolsón, y cubre la lucha de Rohan con los vecinos Dunlendinos. El giro de Warner Bros. hacia el anime para esta franquicia tiene sentido, emparejando una de las formas de arte más veneradas de la fantasía con uno de sus autores más venerados, un win win, vamos. Sin embargo, el personaje principal de la película generó algo de dudas, aunque con la cinta vista, la verdad es que ha resultado ser un acierto.
El personaje principal es Hèra, la hija de Helm Hammerhand, el rey en el que Tolkien se centró en su libro. A pesar de que no es nombrada por su nombre en el libro, este si tiene una línea dedicada a la que denominan hija de Hammerhand. En esta ocasión tiene nombre, protagonismo y valentía suficiente como para cargar el peso de la película y de un gran legado épico. Es una película correcta, con la epicidad que requiere el universo al que pertenece, no llega a la altura de las grandes historias ya contadas pero aprovecha el enfoque más intimista para traer un universo y escenarios ya conocidos.
Una narrativa autocontenida que trasciende lo familiar
A diferencia de los relatos recientes, que pecaron de excesivamente intrincados o abstractos, La Guerra de los Rohirrim apuesta por una historia clara y concisa que, aunque enmarcada en un contexto histórico dentro del lore de Tolkien, se siente diferente. La trama se centra en los conflictos internos y externos de Rohan, pero lo hace con una simplicidad estructural que permite a cualquier espectador, ya sea un conocedor de Tolkien o un novato en su universo, sumergirse sin esfuerzo en la narrativa. Sin embargo, esta simplicidad no excluye la profundidad, ya que Kamiyama logra entretejer momentos de introspección con un simbolismo que resuena más allá del contexto fantástico.
Un homenaje a Éowyn y a las 'Shield Maiden' de Rohan
La narración de Éowyn, interpretada por Miranda Otto, no solo actúa como un lazo emocional con las películas originales, sino que también establece un contraste entre los eventos legendarios que relata y la humanidad de sus protagonistas. Otto aporta una sobriedad casi melancólica a su papel, encapsulando la idea de que la grandeza y el heroísmo suelen nacer de la tragedia. Su narración no se limita a describir hechos; es una meditación sobre el sacrificio, la lealtad y el inevitable costo de la guerra, lo que añade capas de significado al relato. Por supuesto, es una oda al papel de los personajes femeninos en la épica de fantasía, tal y como fue el gran destino de Éowyn.
Tragedia shakespeariana en la Tierra Media
La relación entre Helm Hammerhand y Freca, el primer antagonista, por llamarlo de algún modo, se construye como una tragedia clásica, teñida de orgullo, venganza y una inexorable caída hacia el conflicto. Brian Cox, con su imponente actuación vocal, encarna a un rey cuya fuerza física se ve empañada por su incapacidad para contener su temperamento. El fatídico golpe que desencadena la guerra no es solo un acto de violencia, sino una manifestación de las tensiones internas que amenazan con consumir a Rohan desde dentro. Al mismo tiempo, Wulf, interpretado con intensidad por Luca Pasqualino, no es simplemente un villano, sino una figura moldeada por el dolor y el resentimiento, lo que añade complejidad a su cruzada vengativa.
Un mosaico de personajes que enriquecen la narrativa
Aunque el tiempo en pantalla de los personajes secundarios es limitado, cada uno de ellos contribuye de manera significativa a la historia. Desde la lealtad inquebrantable de Olwyn hasta el coraje de Héra y la ambigüedad moral de Lord Thorne, cada figura añade matices a la narrativa. Los escritores Jeffrey Addiss, Will Matthews, Phoebe Gittins y Arty Papageorgiou han tejido un guion que respeta la esencia de Tolkien, al tiempo que introduce personajes originales como la propia Héra, quien se erige como una heroína que encarna la fortaleza y la escisión a la hora de romper roles y destinos vinculados a la mujer, incluso en la Tierra Media.
Un espectáculo visual que redefine el arte de la animación
El verdadero corazón de La Guerra de los Rohirrim reside en su impresionante diseño visual. Kamiyama combina técnicas tradicionales de animación 2D con fondos 3D hiperrealistas para crear un mundo que parece respirar con vida propia. Los efectos visuales, desde tormentas de nieve hasta incendios que devoran paisajes, se integran de manera tan orgánica que es fácil olvidar que se trata de animación. Esta fusión de estilos no solo rinde homenaje a la estética clásica de la saga, recordando a aquella El Señor de los Anillos de 1978.
Las secuencias de acción, particularmente el asedio de Edoras y la batalla en El Abismo de Helm, son un espectáculo en sí mismas, al igual que olifantes. Lejos de ser meros despliegues de pirotecnia, estas escenas capturan la crudeza y el caos del combate medieval con una precisión que rivaliza con las películas de Jackson. La atención al detalle en la estrategia militar y el diseño de las coreografías eleva estas secuencias a un nivel épico, mientras que la animación añade una dimensión casi onírica que amplifica su impacto visual.
Una reinterpretación respetuosa del legado de Tolkien
Si bien la película toma ciertas libertades creativas, como la incorporación de personajes nuevos, lo hace con un profundo respeto por el material fuente. Esto se refleja no solo en la fidelidad estética, sino también en la forma en que se abordan los temas centrales de la obra de Tolkien: la lucha entre el bien y el mal, la importancia de la camaradería y la resiliencia ante la adversidad. La película se siente como una extensión orgánica del universo, en lugar de una mera adición comercial. Volver a escuchar las canciones de la trilogía original de Peter Jackson junto a la voz de Christopher Lee como Saruman (sin hacer uso de IA), hace de esta cinta una experiencia obligatoria para cualquier fan de Tolkien.