Llevamos años hablando de Spore, y hasta hace poco no nos había quedado muy claro en qué consistiría este título definido, desde su primera presentación, como un simulador de vida virtual para PC; proviniendo de Will Wright, el creador de Los Sims, las expectativas son muy altas desde hace muchos meses, y el lanzamiento exitoso del Spore Creature Creator hace escasas semanas no ha hecho más que aumentarlas. En el E3 tuvimos ocasión de jugar un buen rato a Spore, que está cada vez más cerca de su finalización, y ver cómo se juega a este revolucionario título de simulación.
Como se ha explicado en numerosas ocasiones, la idea de Spore es comenzar con una forma de vida prácticamente celular e ir haciendo que evolucione, pasando por diferentes estados evolutivos, y mejorando especialmente sus capacidades neuronales o intelectuales hasta que nuestra criatura se convierta en un ser inteligente capaz de organizarse como civilización y, más adelante, colonizar otros planetas.
Dentro de esta trayectoria de juego, en la demo a la que jugábamos controlábamos a una especie de escarabajo verde bastante poco evolucionado, pero aún así capaz de realizar dos acciones especiales, cantar y "encantar", con la que podía relacionarse con otras especies, aparte de, evidentemente, un ataque que realizaba con sus fauces. Nos encontrábamos en un mundo de juego extenso, aunque la zona explorada era bastante pequeña, y teníamos que interactuar con otras criaturas.
No había un objetivo obligatorio, sino que iban surgiendo varios objetivos que nos podían otorgar bonificaciones, cada uno de ellos relacionado con una de las otras especies que nos encontrábamos. Nuestra especie no está sola en el planeta, y hay otras similares que también, a su ritmo, van evolucionando.
Caminando, si es que puede decirse eso de un ser con cuatro patas y el abdomen a ras de suelo, íbamos visitando los nidos de cada una de las especies y nos iban surgiendo objetivos. Algunas veces tendremos que impresionarlas para convertirlas en nuestras aliadas, pero eso no siempre es posible. Intentando usar nuestras habilidades de canto y simpatía con una especie más evolucionada que la nuestra, ésta nos respondía cantando y bailando, dejándonos claro que eso de cantar sin acompañar con el cuerpo está totalmente desfasado evolutivamente, y que fuésemos con nuestra música, nunca mejor dicho, a otra parte.
Con otras especies, en cambio, nuestras habilidades sí funcionaban, y tras impresionar a tres sus miembros con nuestras canciones, nos hacíamos aliados de esa raza y como bonificación obteníamos nuevas piezas. Otras especies, en cambio, nunca serán amistosas, y nos atacarán, teniendo nosotros que devolver los ataques y, si ganamos, pudiendo comérnoslas para obtener alimento y acceso a más piezas. Algunos de los objetivos no siempre eran amistosos; por ejemplo, uno de ellos nos pedía extinguir a otra especie, es decir, matar a todos sus miembros.
Todos estos objetivos tienen que ver sobre todo con la obtención de nuevas "piezas" y de nuevos "genes". Las piezas no necesitan demasiada explicación, son las diferentes partes del cuerpo con las que podremos dotar a nuestras criaturas a la hora de editarlas y hacerlas evolucionar para que obtengan nuevas habilidades. Los genes, por su parte, cumplen el papel de "dinero" para comprar esas piezas, una vez obtenidas, y aplicarlas a nuestra criatura.
Al final de nuestro paseo por el campo, volvíamos a nuestro nido, a aparearnos, entrando el juego en el modo de edición, donde podemos cambiar las partes de nuestra criatura por otras, hasta cierto límite, realizándose el proceso evolutivo que es el núcleo central del juego. Por supuesto, nos quedó muchísimo por ver de Spore, y estos minutos con el juego de Will Wright no nos dejaron ni arañar la superficie de lo que promete ser uno de los juegos más importantes de los últimos años. Sin embargo, esta primera prueba nos dejó con ganas de mucho más, lo que es una muy buena señal. Este otoño estará en las tiendas.