Análisis de Touch My Katamari (PSVITA)
Una de las locuras más exitosas de PlayStation 2 fue Katamari Damacy. Un juego con unos gráficos que echarían atrás a más de uno pero que guardaba en su interior una jugabilidad original, mucho humor japonés y una inolvidable banda sonora. Su creador, Keita Takahashi anunció que tras el segundo juego, We Love Katamari, que no habría más entregas, pero lo cierto es que la saga se adaptó a múltiples sistemas como PSP, Nintendo DS, iPhone, Xbox 360 y PlayStation 3. La marcha de Takahashi de Namco Bandai tras crear el no menos delirante Noby Noby Boy no ha impedido que el katamari siga rodando por mesas de escritorio, parques infantiles o ciudades, y ha sido una de las apuestas de la compañía en el lanzamiento de PS Vita –el otro juego es Ridge Racer-.
Con los dos controles analógicos de la portátil, Touch My Katamari por fin es el primer Katamari en estos dispositivos que se puede controlar tal y como se ideó en un principio para el DualShock: con las palancas. Esta entrega no se desvía mucho del objetivo de siempre: rueda una bola –el katamari- por escenarios para ir adhiriendo objetos que sean de menor tamaño que la esfera, para que el diámetro aumente poco a poco y así atrapar objetos cada vez más grandes. Si no has jugado nunca a una entrega anterior te puede parecer la tontada del siglo, pero se trata de una mecánica muy adictiva gracias al diseño de los escenarios en los que puedes "robar" prácticamente todo explorando el lugar. Cuando el cronómetro empieza a contar los últimos segundos y aún te faltan unos centímetros o metros –según el tamaño- la tensión no tendrá nada que envidiar a la que puedas vivir con propuestas más tradicionales.
El argumento de partida en esta ocasión es que el Rey del Cosmos ha dejado de ser ese referente para la población, ya no tiene estilo en el vestir, ha perdido su "hermosa" figura, sencillamente ya no impresiona –y eso que cada vez marca más paquete-. Para remediarlo, enviará al joven príncipe a recopilar material para crear más estrellas en el firmamento e impresionar así a los que una vez fueron fans de su regia silueta. Paralelamente se cuenta otra historia, la de un joven holgazán adicto a los videojuegos que, sorprendido de ver en televisión al Rey en un estado deplorable, decide ponerse a trabajar para cambiar su vida. La pena es que el juego no está traducido, y si tienes problemas con el inglés te perderás la absurda trama y gags que han hecho de Katamari Damacy tan legendario. De cara a la jugabilidad no afecta para nada –bueno, quizás para conocer el objetivo de cada misión-, pero es una desventaja para parte de los jugadores.
Que el control sea como en doméstica es un buen avance por ejemplo respecto a Me & My Katamari de PSP que tuvo que cambiar la configuración para ser jugable. Pero el título Touch My Katamari –toca mi katamari- no es casual, como era de imaginar, porque como mayor novedad está la posibilidad de controlar el juego con la pantalla y por otro lado distorsionar lo que hasta ahora había sido siempre una esfera. En el primer caso, basta con pasar el dedo por la imagen para dirigir los pasos del pequeño príncipe y su katamari. Acostumbrados y contentos por los sticks de Vita, nosotros preferimos el control clásico –hay otro estándar disponible también en el que un stick controla el movimiento y otro la cámara-, así que el control táctil siempre disponible en este caso es opcional.
El otro gran uso de la pantalla o el panel táctil trasero es la distorsión del katamari, para que pueda convertirse en una especie de rodillo-croqueta horizontal o en cambio un disco vertical. Al principio cuesta apartar los dedos de su posición natural para modificar su forma, pero si lo piensas, bien utilizado te ahorra tiempo según la zona del escenario: ante muchos objetos pequeños dispersos, con una pasada del katamari aplastado te llevas decenas de elementos. Claro, a cambio será más fácil que los obstáculos grandes te impidan avanzar, teniendo que cambiar frecuentemente de forma. Al final, se convierte en algo curioso pero no decisivo como para revolucionar la jugabilidad, al menos si tu objetivo es superar las pruebas sin más; no olvidamos que la rejugabilidad y sacar mejores puntuaciones es un tema importante, y aquí es posible que utilizar bien la forma marque las diferencias.
Pero no todo son buenas noticias en el juego. Que sólo dispongamos de doce escenarios hace un flaco favor a la variedad, aunque esto se ampliará con contenido descargable –lo cual no quita que en el juego base sea una lista corta-. Realmente hay más profundidad de la que parece, ya que desbloqueamos más modos, hay objetos ocultos que coleccionar y un primo escondido en cada escenario, cambiamos la apariencia del Príncipe y el Rey –que ocasionalmente nos hace peticiones-, conseguimos caramelos –son la moneda del juego- para comprar más músicas, hay funciones con Near y tablas de clasificación online. En definitiva, la duración depende más de la rejugabilidad de sacar mejores récords que en lo que tardas en ver los títulos de crédito.
Mencionar que en la docena de escenarios no todos los objetivos son el de siempre –recoger piezas indiscriminadamente en un tiempo concreto-. Algunos de ellos tienen tareas como crear la bola más grande con un número determinado de objetos, donde tienes que tener mucho cuidado de no pegar lo innecesario –de tamaño pequeño- e ir a lo más voluminoso que se pueda adherir. En otros escenarios hay que conseguir mucha comida pero sin pasarse de unas calorías o atraer a las vacas y osos más grandes que encuentres. Son unos pequeños giros en la jugabilidad que añaden estrategia y dificultad a lo que normalmente es rodar sin miramientos.
Las sensaciones con Touch My Katamari son siempre buenas, pero a las pocas horas hemos recorrido todo lo que ofrece al menos de manera superficial. Touch My Katamari es muy divertido, pero tal y como le sucede al propio Rey del Cosmos, el tiempo no perdona y ha perdido algo de la magia de antaño. En primer lugar, que mantenga casi todo inalterado después de muchos años afecta a la originalidad. Desde luego sigue sin parecerse a cualquier otro juego que puedas imaginar –del catálogo de Vita o fuera de él-, excepto precisamente a anteriores juegos de Katamari. Salvando que es el Katamari de portátil más cómodo de jugar y el pequeño giro que supone modificar la esfera, el resto lo conocemos sobradamente. Lógicamente, si no has tocado la saga, es muy recomendable y te sorprenderá todo desde el primer momento, de lo contrario es inevitable pensar en él como una entrega breve que adapta anteriores entregas a la pantalla pequeña sin más atención.
Los gráficos de Touch My Katamari son Katamari Damacy puro. Los modelados son esquemáticos y apenas hay texturas –y cuando aparecen, muestran pixels sin ningún tipo de desenfoque-. Pero antes de que pongas el grito en el cielo, piensa que es el diseño de la saga y que seguiría siendo así incluso en una PlayStation 4 o el PC más potente que imagines. Sin contar la nitidez de la pantalla de Vita, no hay ningún otro avance respecto a otros sistemas, incluso hemos visto algunos personajes reciclados de viejas entregas y algo de aparición súbita de objetos –pop up-. Pero queda claro que a un Katamari no se le puede ver bajo la misma lupa que a Uncharted: El abismo de oro. Es un estilo diferente que además tiene una explicación: acumulamos gran cantidad de objetos en pantalla y gradualmente comprobamos que la escala del escenario es grande. Respecto a la interfaz táctil, es curiosa, porque esta vez elegimos los seguidores con los que hablar rotando una de las prendas que lleva el Rey en su cabeza, mientras que en la otra tenemos a los individuos que hacen tareas más de personalización. Lejos queda aquel mapa bidimensional de We Love Katamari.
La banda sonora sigue el estilo habitual: pop japonés, música electrónica e incluso jazz. Una amalgama no tan memorable como en las primeras entregas pero que mantiene esa personalidad japonesa que tanto nos gusta de la saga. Una pena que Namco Bandai no se haya animado a doblar los diálogos, que no son pocos para la historia que tiene el juego, ya que es un poco molesto escuchar constantemente un scratch a cada palabra que nos dice el Rey.
Conclusiones
Sin grandes novedades en la parte jugable salvando la distorsión de la bola –que al final no cambia de manera radical la manera de jugar- y una duración menor de lo esperado, Touch My Katamari resulta un título entretenido gracias a que las ideas que funcionaron hace ocho años siguen siendo frescas y diferentes. Después de tanto tiempo, aún no hemos podido ni clasificar el género de la saga: ¿puzles? ¿Simulador de escarabajo pelotero? ¿Síndrome de Diógenes?
El juego nos encanta. Pero la cuestión es que si ya posees otro Katamari en tu colección, vas a encontrar pocos cambios y que la sensación de expansión que hemos tenido desde el segundo juego sigue no hace más que aumentar. Valora si tu lealtad al Rey es lo suficientemente fuerte como para seguir sus deseos, por disparatados que sean, o te conformas con rejugar sus primeras aventuras.