Análisis de City of Brass (PS4, Switch, PC, Xbox One)
Cada vez son más los juegos –especialmente en el panorama independiente- que utilizan la generación por procedimientos para crear mundos con miles o millones de variantes, y en muchos casos, este desarrollo semialeatorio va de la mano de los fórmula roguelike -que entre otras características, suelen contar con muerte permanente-. City of Brass es el último de estos juegos en llegar a PC, Xbox One y PlayStation 4.
Hay abundantes juegos en primera persona que siguen este tipo de mecánicas, y sin ir muy lejos, el español Immortal Redneck es uno de ellos. La particularidad de City of Brass no es por tanto que cada vez que morimos el mapa cambia por completo, ni su interesante temática árabe –que no está suficientemente explotada en los videojuegos más allá de la saga Prince of Persia-, sino en que no se trata de un FPS al uso; es un poco diferente.
Puesto que se inspira más en la fantasía y magia de los cuentos árabes, nuestras armas básicas en esta ciudad son mucho menos modernas que las armas de fuego: una cimitarra y un látigo. En City of Brass no tendrás esa sensación de ser extremadamente poderoso, de machacar a tus enemigos con facilidad, sino que es más un combate muy igualado con cada monstruo.
Este equipamiento cambia mucho la manera de jugar, puesto que en la mano derecha tenemos un arma letal a corta distancia y en la mano izquierda un arma a media distancia no letal. Aquí la estrategia típica de mantener las distancias no es muy útil, debes cambiar el planteamiento aprovechando otra de sus novedades: las trampas del entorno.
Si bien con la espada no hay mucho más misterio que golpear a los enemigos que tenemos enfrente, el látigo da más juego. Un golpe en la cabeza de nuestros enemigos los deja aturdidos, lo que nos ofrece unos instantes de ventaja para acercarnos a ellos y rematar con la cimitarra, o si andamos mal de salud, para huir en carrera buscando la salida al nivel. Ese es el objetivo de cada mapa: avanzar hasta la próxima fase, aunque conseguir tesoros y experiencia nos ayudará en nuestra aventura.
Pero el látigo tiene más usos. Los mapas están repletos de trampas en cada esquina: pinchos, trampillas que te llevan a un foso, vapor o arena expulsada por las paredes, decoración explosiva… Esto naturalmente es peligroso para nosotros si no tienes cuidado, pero también para los enemigos. La clave está en que tenemos tres movimientos para empujar a los rivales y facilitar que sean eliminados automáticamente sin necesidad de utilizar la espada.
La primero de estas técnicas es un simple empujón que hace retroceder a los enemigos unos pasos; luego, con el látigo, podemos empujar atrás o atraer a los enemigos hacia nosotros. Si interponemos una trampa entre el enemigo y nosotros, y lo traemos con el látigo, empezaremos a ver que City of Brass no se trata tanto de golpear en cortas distancias sino en reconocer rápidamente cada habitación o patio y localizar los peligros del escenario. ¿Hay un grupo de enemigos cerca de una especie de antorcha? Usa el látigo y haz que explote para despejar el camino. Encuentra una gallina para entretener a los monstruos, o lanza vasijas a los esqueletos.
Esta creatividad con el mapa salva un poco uno de los problemas que hemos tenido con el control del juego. El combate con la espada nos ha parecido bastante mejorable, es un poco lento y no ofrece la oportunidad de desviar ataques o realizar combos. Queda claro que la intención de los desarrolladores no pasaba por hacer un slash’ em up en primera persona, pero en la práctica las cortas distancias funcionan peor de lo previsto. Tampoco es un juego muy rápido o ágil, así que no es nada fácil escapar de una encerrona con dos o tres enemigos simultáneos.
El resto de mecánicas en City of Brass son las habituales. Hay abundantes tesoros para recoger y subir nuestra puntuación, una serie de genios que venden ventajas con las monedas conseguidas. Y morir, que es algo que haremos constantemente, no echa por tierra nuestro tiempo invertido: vamos sumando experiencia para desbloquear otras ayudas, como por ejemplo un látigo congelante que detiene a los enemigos golpeados un par de segundos extra. De esta manera, incluso si te parece complicado, irás recibiendo ayudas que facilitan la siguiente partida.
Visualmente es un juego interesante, y como muchas otras producciones independientes, el uso de Unreal Engine 4 permite que los desarrolladores cuenten con una tecnología avanzada al nivel de las superproducciones. Al repetir las fases comprobaremos que a veces se juega en pleno día, atardeceres o noche, y eso hace el juego más variado de lo que es en realidad. El fallo, claro, es que sin un diseño creado por artistas, al cabo de unas horas empezamos a notar cómo las trampas y salas se repiten cambiando apenas los objetos de lugar, con lo que a veces encontramos diseños llamativos y en otros decisiones bastante estúpidas –tiende mucho a poner pinchos frente a las puertas-.
El sonido en cambio está bastante desaprovechado, tanto en la música –que apenas se oye- como en los efectos. Los enemigos hacen prácticamente el mismo ruido y no será de gran ayuda para localizar el tipo de oponente que tenemos cerca.
Conclusiones
City of Brass se aleja un poco de la fórmula FPS con una acción que se basa más en explorar el entorno y jugar con inteligencia que en la acción pura y dura. También tiene buenas ideas, como la posibilidad de desarmar a un rival con un latigazo, y las acompaña de una ambientación notable –aunque repetitiva-.
Los puntos débiles son los habituales en estos roguelike, pues basan su duración en hacernos repetir una y otra vez los niveles, y el combate con la espada no es tan satisfactorio como debería. En definitiva, una propuesta ligeramente original dentro del género, aunque no la más redonda.
Hemos realizado este análisis en PS4 Pro con un código que nos ha proporcionado Stride.