Análisis de BioShock: The Collection (PS4, Xbox One)

Bioshock fue una de las sagas más importantes de la anterior generación de consolas. No fue el fenómeno multijugador de Call of Duty, ni un superventas como Assassin's Creed, ni se espera con clamor una nueva entrega como ocurre con Mass Effect, pero sí fue la primera superproducción para la alta definición que dio un paso más en narrativa, algo que intentarían seguir todos los juegos con aspiraciones de ahí en adelante. En agosto de 2007 debutaba en Xbox 360 y PC un título que trasladaba a los jugadores a la utopía degenerada de Rapture, con sus Big Daddies, Little Sisters y demás elementos que se convertirían inmediatamente en iconos del videojuego.

No parece que vaya a haber una nueva entrega de la serie, o al menos no con Ken Levine como director, e incluso da la impresión de que los triple A que intenten trasladarnos por completo a un mundo diferente van a comenzar a escasear (muchos cruzan los dedos para que Dishonored 2 venda bien), por lo que esta remasterización puede ser una gran oportunidad para que muchos usuarios que en su día no los jugaron comiencen por el primero, el más lejano en el tiempo, pero el que mejor ha envejecido.

Una remasterización a 1080p, 60 fps y con todo el contenido extra

Dejando a un lado que a muchos jugadores simplemente no les gusta que haya remasterizaciones, ésta es de las mejores. Incluye todo el contenido extra lanzado para los tres juegos (hasta los ítems de Infinite), y un considerable lavado de cara que los muestra a 1080p y 60 fotogramas por segundo, haciendo que la belleza de Rapture y Columbia luzca espectacular. Como ocurre con las remasterizaciones bien hechas, Infinite (la última entrega) da perfectamente el pego a nivel visual como juego actual.

Se ha añadido un extra al primer Bioshock, una serie de vídeos llamados Imaginando Bioshock que muestran comentarios de Ken Levine y Shawn Robertson, pero la gracia es que no vienen regalados: tendremos que buscar estos rollos de película dorados por las estancias de Rapture en el primer juego.

Una jugabilidad que ha envejecido, pero bastante bien

Jugar a los tres Bioshock uno detrás de otro es un buen ejercicio de ver cómo fueron evolucionando los juegos de la pasada generación. Los tres tienen una magistral capacidad de inmersión, de llevarnos a las distopías que proponen, y de hacernos querer saber más de ese mundo a base de explorarlo e interactuar con sus elementos, algo que muchos otros títulos copiaron rápidamente. Mientras que las fascinantes historias que nos cuentan no han envejecido, sus mecánicas de juego sí lo han hecho un poco.

El primer Bioshock es quizás el que menos, ya que su acción era más pausada y nos dejaba bastante libertad de acción a la hora de acometer las situaciones. Bioshock 2 y sobre todo Infinite fueron haciéndose "más shooters", por lo que el paso de los años se nota más. Eso no quiere decir que combinar los plásmidos y los vigores con las armas haya perdido un ápice de su diversión, pero el que nunca los haya jugado no se sorprenderá tanto como el que los disfrutó en sus respectivos lanzamientos. Siguen siendo muy entretenidos. Eso sí, la sensación de sorpresa al descubrir los oscuros secretos de estas sociedades que han derivado hacia la locura permanece tan fresca como siempre.

Otra cosa curiosa de la evolución de la serie son los contenidos descargables. El primero no tuvo, el segundo tuvo una expansión de cuatro horas (La Guarida de Minerva) y un modo extra (Las pruebas de protector) -no se incluyen sus polémicos microcontenidos multijugador porque se ha eliminado este modo en la remasterización-, mientras que Infinite ya tuvo varios DLC de historia (Enfrentamiento en las Nubes en Columbia y los dos episodios de Panteón Marino que cierran la historia de Rapture), además de minicontenidos de regalo de reserva, o armas que se podían comprar por micropagos. Estos últimos recomendamos ignorarlos, ya que dan demasiada ventaja a la hora de jugar y estropean un poco la experiencia de descubrir -y sobrevivir en- Columbia.

Un buen lavado de cara que los pone al día

Como comentábamos antes, esta remasterización realizada por el equipo de Blind Squirrel Games muestra los tres juegos a 1080p y 60 fotogramas por segundo y con gráficos mejorados en orden directamente proporcional a la lejanía de su lanzamiento. El primer Bioshock es el que recibe más atención, y se le ha implementado un nuevo sistema de iluminación y mejores texturas. El segundo también ha sido bastante retocado, mientras que en el caso de Infinite nos encontramos con algo así como la versión de PC, tal y como se veía en un buen PC hace tres años. Son tres remasterizaciones diferentes, que no son perfectas (hay hasta alguna ralentización), pero han dado en el clavo prestándole la mayor atención al primer juego. El apartado sonoro está intacto, con su espléndida banda sonora y su excelente doblaje al castellano.

Casi imprescindible para los que no los jugaron

Bioshock: The Collection es una muy buena remasterización de una saga imprescindible de la pasada generación. Incluye todo el contenido posible y un buen lavado de cara de Bioshock 1 y 2 (el Infinite es prácticamente la versión PC), que no es ni mucho menos perfecto pero que pone al día los dos primeros capítulos de la serie. Jugar de nuevo a Bioshock casi 10 años después y volver a sumergirnos en una Rapture Full HD es una gran sensación. En lo único que se quedan cortos es en el contenido extra. Las galerías de ilustraciones y los comentarios del director son un buen añadido al primer Bioshock, pero los otros dos juegos no tienen extras, algo un tanto extraño pero que no empaña una remasterización casi imprescindible para los que aún no han tenido el placer de jugar la saga Bioshock.

Este análisis se ha realizado con una copia promocional del juego en PS4 que nos ha enviado 2K Games.